La purga

No sé si nos estamos resignando o incluso acostumbrando. Ya lo llaman cultura de la cancelación, apuntalada por la ideología woke. Dicho así, estaríamos (o una cosa o la otra) ante un oxímoron. Si no ponemos pie en pared, la chavalería acabará creyendo que, en verdad, Ana Bolena (encarnada por la actriz Jodie Turner-Smith) fue decapitada por ser negra.

Desde las mejores universidades hasta Netflix o HBO, pasando por Twitter, Facebook o Youtube: todo es diversidad, inclusividad, igualdad, o sea, el nuevo Dios DIE. Esta inquisición enarbola su idea de justicia social imponiendo un terror que acaba en autocensura. No hay campo ni parcela que no controlen, subviertan o vigilen. La verdad, como hecho irreductible, cede bajo la presión del nuevo catecismo dictado bajo amenaza. La lógica y la más elemental base científica se diluyen en las aguas fecales de la ideología. Lo han contaminado todo y desatan sus turbas informáticas y mediáticas. Nada (periodismo, literatura, idioma, enseñanza, música, deporte, humor y, ¡ay!, la Historia) escapa a esta locura.

Un consejo escolar con 30 centros en su haber quemó 5000 libros en Canadá. ¡A la hoguera con Astérix en América, Tintín y Lucky Luke! Fue una ceremonia simbólica, (sólo faltaba que hubieran quemado a los autores), para pedir perdón a los aborígenes, al parecer maltratados en los textos. En plena borrachera del Black Lives Matter los blancos se humillaban por ser blancos, lavando los pies a los negros.  

El censor, pues, actúa, y actúa retrospectivamente. No hay discrepante que se salve ni estatua que aguante en su pedestal. La consigna es: ser intolerante con el intolerante. Lo dicen así, como si estuviera tan claro. ¿Quién decide qué es lo que debemos tolerar o no? No tolerar la supuesta intolerancia, ¿no te convierte también en un intolerante? Es un pensamiento circular sin salida. Imposibilita cualquier intento de debate.

Astérix ha estado en Francia, en Italia, en Bélgica. También en Bretaña, en la Galia, ¡en compañía de Cleopatra! Que se agarre los machos Elvira Lindo, y eso que no pisa ningún callo: a su Manolo Gafotas le quedan dos días, tres como mucho. Vemos cuentas suspendidas, alumnos «delatores», artículos censurados. Se organizan cursos para revisar con lupa la obra “misógina” de tal o cual escritor consagrado. El idioma se embalsama como a una momia inerte. Hay que deconstruir para empezar a construir de cero.

Blancanieves ya no nos sirve: barre la casa y no es afroamericana. Los enanitos tampoco: Peter Dinklage habla de “esa puta historia retrógrada”. Disney ha pedido perdón y se está replanteando el cuento. Afirman que están consultando a “miembros de la comunidad del enanismo”. Vargas Llosa y Nabokov están en el punto de mira. Pantaleón y las visitadoras ofenden al cónclave del estrógeno. Una Lolita ficcionada es demasiado, ¡a la hoguera con ella! Su autor (¡bendito sea!) está muerto y no tiene que enfrentar esta ordalía. Las víctimas de la cancelación se cuentan a puñados. Al profesor de biología Jesús Barrón lo suspendieron de empleo por explicar que “sólo hay dos sexos”.  Las personas trans, argumenta en sus clases, genéticamente no existen: somos XX o XY. Dar información científica se considera “discurso de odio” si no ratifica al papado. Newtral ha verificado la noticia, consultando con la asociación PRISMA. Nos recuerdan que existen otras combinaciones cromosómicas, XXY o XXX, pero estableciendo un correlato con la “identidad sexual” que ningún estudio ha podido demostrar.

Si buscas en Wikipedia, la cultura de la cancelación no parece tan amenazante. Hablan de “retirar apoyo a personas u organizaciones que se consideran inadmisibles”. Asumen que no cuenta la veracidad o no de los actos o sucesos. Lo dicho: la marea negra avanza inexorablemente. No importa quién seas o cuánto sabes. No hay libertad que reconozcan ni respeten, salvo la de hacerles seguidismo pánfilo y sumiso. Joanne Rowling ha recibido amenazas de muerte por su criterio sobre los derechos de los trans. Actores de la saga Potter la han traicionado, enseñando las uñas en público contra ella.

¿Hay mucha gente detrás o solo minorías ruidosas? Esta es, sin duda, la peor parte. Por miedo al ostracismo, calla una mayoría silenciosa. Lobbies y ejércitos de bots trabajan para crear realidades paralelas. Carcomen como la polilla, porque el ayer, dicen, era el infierno. El horizonte se presenta idílico y con referentes ad hoc. Dictan su decálogo moral hipertrofiados de sexismo, de racismo, de medioambientalismo: los jóvenes sucumben a los nuevos dogmas en forma de fanatismo ciego. La cultura de la cancelación es, además, selectiva. Referirse a los curas como pedófilos no sólo estaría bien, ¡se considera obligado! Sin embargo, nos dijeron que una letra de Mecano era ofensiva por homófoba: decía mariconez y había que censurarla. La palabra “heterosexual” también está desapareciendo. Se va borrando del vocabulario en curso. O eres heteronormativo o heteropatriarcal: sólo acatas un modelo socialmente impuesto.

El caso de la Historia va a ser sangrante, incluso “por ley”. En España ya se trabaja en la llamada “memoria democrática”, que no es memoria ni democrática. El pasado no lo podemos cambiar, ni alterar, pero sí podemos falsear su relato. No queda lugar para el investigador más riguroso. Citaríamos aquí la obra de dos escritores. ¿Qué hacemos con Wenceslao Fernández Flórez o con Agustín de Foxá? Siguiendo el articulado legal, ¡a la pira! No digamos cuánto libelo hemos visto al calor del Me Too. Adopte cada uno, pues, la postura que considere. A Woopie Goldberg el tiro le ha salido por la culata: como nadie ha sufrido más que los negros, negó las bases racistas del holocausto. Resultado: una canceladora ha quedado cancelada. Nunca vino más a cuento el célebre poema de Niemöller. Se hace aburrido recordarlo continuamente: cuando vinieron a buscarme, no había nadie que pudiera protestar. La purga no ha hecho más que empezar.

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