Miércoles de ceniza

Pulvis eris et in pulverem reverteris: polvo eres y en polvo te habrás de convertir. Esta verdad palmaria se pronuncia hoy en todos los templos cristianos mientras se impone la ceniza sobre la frente de cada fiel. El polvo al polvo. Pero se hace necesaria una precisión, porque entre ese principio y ese final idénticos habrá surcado el tiempo un ser personal irrepetible, un singular único. Nada se habrá perdido, pero se habrá perdido todo.

No se habrá perdido nada porque las partículas, polvo de estrellas, que componían a ese sujeto individual seguirán su deriva en este mundo. Se habrá perdido todo porque el sujeto caerá aniquilado, volverá al no ser. Literal. Esto no es metafórico. El yo viene de la nada y a la nada se encamina desde el principio. Es su destino ineluctable. Es Heidegger quien nos pone sobre aviso: ex nihilo omne ens qua ens fit (en cuanto cosa real, toda ella se hace a partir del no ser. Si es así como se hace, no le cabe otro final que el mencionado.

A nadie puede satisfacer el falaz consuelo dualista y creer que la vuelta a la nada no es tal, sino separación del alma inmortal y el cuerpo mortal. Así pensaba Pedro Juan Olivi en el siglo XIII. Para él la muerte y la resurrección eran un mero trámite sin mayor importancia, porque la primera no era más que desprenderse de algo sin lo que se puede estar. También debió creer algo semejante Descartes. Ahora bien, esto no es más que una negación idealista, y por tanto falsa, de la muerte

Tampoco puede ser un consuelo esa nueva especie de fe en la reencarnación a que aluden algunos materialistas. En un tiempo infinito, dicen, la recomposición de todos los átomos de que estoy compuesto tiene que darse alguna vez. No es que sea sumamente improbable. Es imposible. Un niño construye con piezas de colores un castillo, que luego destruye y vuelve a construir poniendo las piezas exactamente igual que antes. Son dos castillos iguales, indistinguibles, pero no son el mismo. En realidad nada vuelve a ser lo mismo.

Dice Espinosa en la proposición 7ª de su Ética que cada cosa consiste en el esfuerzo por perseverar en su ser. Cada cosa, es decir, una mariposa, un lagarto, tú o yo, no somos, según el filósofo panteísta, más que un conato o esfuerzo por no irnos de este mundo. En la proposición 8ª agrega que ese esfuerzo no implica tiempo finito, sino interminable. Es decir, que lo que usted, yo, cada cual, quiere es no morir y, si es eso lo que quiere, entonces no quiere que suceda nunca. En otras palabras: quiere ser inmortal. Este nuestro anhelo de nunca morirnos es nuestra esencia actual y en eso y nada más que en eso consistimos, según él. 

Del fondo de las cosas brota la necesidad o tendencia a la eternidad, pero la verdad incuestionable es que ese afán tiene que resultar truncado. Excepto para el cristiano, que abriga la única esperanza que puede colmar ese afán. Una esperanza que se comienza a celebrar el Miércoles de Ceniza, con que se abre la cuaresma, y culmina el Domingo de Resurrección, promesa de vida eterna de nuestra religión.

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