A vueltas con la nación

La “política” (que es la lucha por el poder, ni más ni menos) en cualquier tiempo y lugar ha carecido de estatuto de “cientificidad”, tal como por ejemplo postuló en nuestro país el ya desaparecido abogado Antonio García-Trevijano en su intento idealista de imaginar un sistema político perfecto. El posible análisis político debe de despojarse de cuerpos extraños tales como los sentimientos y servirse de los instrumentos adecuados a este conocimiento. En un momento en que hay guerra en una parte de Europa resulta difícil, sin embargo, mantenerse sereno. Vayan por ello nuestros mejores deseos a las poblaciones víctimas y la exigencia de que termine esta tragedia.

Este artículo quería dedicarlo a un concepto político que me resulta importante, la nación, la nación española a la que pertenezco y que hemos heredado de nuestros antecesores. Sin duda, España debe de permanecer unida como mejor garantía de mantener la soberanía y el progreso en esta parte del siglo XXI que, sin embargo, parece querer apuntar en otras direcciones.

La nación la formamos toda la población, la tierra y recursos y las instituciones del Estado y de otros rangos, entes políticos, diplomáticos, ejercito, aduanas etc. unidos por un pasado a menudo brillante y heroico. Es la herencia de nuestros antepasados, que incluye valiosas tradiciones, todo esto forma España. Los separatismos vasco y catalán, “nacionalismos” fragmentarios surgidos con fuerza a fines del XIX son un grave trastorno para el avance de España.

Vivimos una época de creciente globalismo con abundantes tintes totalitarios promovidos en gran medida por una poderosa élite financiera que ya es apátrida y que no se cobija como en siglos pasados a la sombra de las potencias. Este poder tiende a disolver la soberanía de las naciones, fomentando ideologías y acciones que confunden y dividen, no obedecen a los gobiernos, sino que por el contrario los presionan, así las Agendas 2030 y 2050 son promovidas por ellos.

Subsisten además tres potencias, USA, Rusia y China, cada una con sus ambiciones e incluso guerras en esa biocenosis mundial donde sobreviven varios cientos de naciones que se sientan en la ONU. Así pues, el mundo es un escenario de conflictos y por ello no es terreno en general donde se pueda asentar una justicia universal. Resulta por ello indispensable una visión propia que nos haga avanzar de acuerdo con nuestros intereses, principios y valores y, en la medida que podamos y se nos escuche, contribuir al mejor desarrollo de las relaciones internacionales.

Si perdemos nuestro Estado ¿cómo podremos entendernos, tener orden justicia y progreso, seguridad y paz, gobernantes próximos? ¿Habrá que ir a reclamar a la familia Rothschild o al mandatario de China? No, no podemos perder la soberanía. Nos hemos integrado en la Unión Europea en las condiciones conocidas (y que también acarreó el desmantelamiento de industrias de base y convertir a España y otros lugares del sur en centros turísticos), esto no tiene vuelta atrás. Tenemos cargas como la deuda pública, que se transmitirá a varias generaciones, pero si estamos integrados en ella nuestros representantes en Bruselas deben batallar siempre por conseguir los mejores acuerdos para España.

Por otro lado, existe todo un continente con países que hablan nuestro rico idioma. Tienen la religión católica y un pasado común con nosotros de 4 siglos en el Imperio y, sin embargo, esos países se encuentran pobres y muy marginados en el mundo. Desde los pequeños centroamericanos a los más grandes. Por la leyenda negra y acciones de las oligarquías y varios imperialismos han vivido divididos y confusos. Así, hoy día se les cuela el “indigenismo” fomentado por los globalistas, que los arrojará a una desmembración mucho mayor. Los fenómenos geopolíticos tardan un tiempo en madurar, pero en 30 o 40 años puede ocurrir lo impensable, como que Argentina y Chile vean surgir un Estado mapuche en sus territorios o más al Norte Perú y Bolivia se vean fragmentados por un Estado aymara. Recordemos como en España, en 1978, los separatistas catalanes eran una minoría y tras décadas de adoctrinamiento escolar han convertido a sus tesis a buena parte de las nuevas generaciones. Sin embargo, en el mundo actual pueden dar mucha fuerza las uniones regionales. Hoy todo sopla en contra, pero quizás algún día se produzca el despertar de Hispanoamérica. En ese caso, España, además de sus intereses, de más peso en lo económico en Europa, debe de integrarse con ellos, pues formamos la Hispanidad.

Y volviendo más internamente a España, el mercado es imprescindible para la creación de riqueza. Hemos visto al “socialismo real” soviético fracasar con su propiedad estatal de las empresas, la planificación central, los planes quinquenales etcétera, llevando a la población a la miseria permanente (aparte del armamento nuclear y la propaganda de la carrera espacial, todo ello muy costoso en ese sistema socialista), allí el “proletariado” no se consideró “salvado” hubo mucha represión y muerte. En 1989 se desmoronó sin remedio.

Pero la postura liberal o anarcocapitalista extrema, que cree poder prescindir del Estado tampoco es realista ni posible, debemos de pagar impuestos porque el Estado nos ofrece infraestructuras y servicios, además las personas necesitadas deben de recibir ayudas apropiadas, pero siempre que sea posible con carácter temporal mientras el necesitado se recupera. El trabajo es un bien a fomentar y crear y no puede sustituirse con pagas permanentes a personas que podrían hacerlo.

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