Ucrania, de nuevo Ucrania

Ucrania, de nuevo Ucrania. El codiciado granero de Europa saqueado por Stalin una década antes de que Hitler pusiera en marcha sus campos de exterminio, cobrándose la vida de más de cinco millones de ucranianos. Poco se ha hablado de este genocidio: Holodomor.

Poco digo. Más bien nada. En aquellos tiempos, incluso un periodista del New York Times, Walter Duranty, llegó a recibir el premio Pulitzer por blanquear ese holocausto merced a los agasajos de Stalin. De nuevo Ucrania, tiempo después, cuando Hitler y Stalin dejan de ser aliados, y las SS llegan a liquidar a decenas de millares de judíos ucranios en Babi Yar, y otros tantos en Odessa. Y ahora es el alemán el que instaura sus campos de la muerte en esa castigada tierra: Janowska. De nuevo Ucrania, tiempo después, de nuevo bajo el yugo soviético, llora a sus muertos en Chernobyl e implora a Dios por la salud de los no nacidos en medio de la radioactividad. ¿Y aún se pregunta el mundo porque Ucrania quiere ser Europa y no Rusia?

Entretanto, aquí en el terruño íbero, la progresía de tendencia, lejos de los obuses, proclama en sus podcasts que Putin, ex agente del KGB, es un dictador de derechas a la moda zarista. Más atentos a su propio ideario que al asedio de Jarkov, nos preguntamos si su mensaje de repudio se dirige a la OTAN o bien al megalómano que ha invadido como si fuera Atila, rey de los hunos. Un estado soberano que ansía hace ya años ingresar en la unión de los 27, ¿¡Qué diantres importa ahora el color de su bandera?!

Todos queremos la paz, pero ¿la aceptaremos a cualquier precio? ¿Será este el fin del hostigamiento? No fue el fin cuando Rusia anexionó un trozo de Georgia en la guerra de Osetia del Sur en 2008, ni tampoco Crimea en 2014. “Anexión” suena en estos momentos como un eufemismo indolente. No resulta ocioso recordar ahora a Aleksei Navalni y al resto de disidentes enjaulados.

Hace unos días que el invasor ha clamado a los cuatro vientos que no permitirá que Suecia y Finlandia ingresen en la OTAN. Pocos días antes fingía una retirada de sus tropas. Recuerden ahora el Munich de 1938, y como un senil Chamberlain y un timorato Daladier claudican ante Hitler concediéndole una parte de su lebensraum. Tal vez si en ese momento le hubieran parado los pies nos hubiéramos ahorrado kilómetros de epitafios en la vieja Europa.

Recordando la excepcional película de Joe Wright «El instante más oscuro» en la que Gary Oldman encarna a Churchill, este vocifera: «No puedes razonar con un tigre cuándo tienes la cabeza en su boca». No disparemos ni un solo tiro; no abran fuego, porque podría ser la última guerra mundial. Pero no dejen de vigilar al macarra que cabalga a lomos de un oso.

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