Nuevas tradiciones

En el último año de bachillerato haciendo un análisis sociológico sobre costumbres extranjeras negativas que son adoptadas por algunos españoles, me di cuenta de que a veces dichas tradiciones no están de acuerdo con nuestros valores culturales, pudiendo incluso dañar la salud física de quienes las usen. Como ejemplo recuerdo que indiqué el famoso «piercing», un aro (de oro o plata) que se inserta en el ombligo y otras partes del cuerpo, como la lengua… etc. Eso podría compararse con culturas indígenas.

Semanas después, una compañera emocionada a modo de recochineo recuerdo que me mostró su ombligo con un flamante «piercing» de oro. Se lo había «regalado» su madre al cumplir los 18 años, hay que tener estómago y demostrar poco amor por su criatura. Por un segundo tuve que morderme la lengua para no criticar el hecho. Resulta que la joven venía de un hogar incompleto… vivía y dependía de su madre. Si criticaba el regalo, estaría atacando las relaciones y amor entre madre e hija. Por eso insinué que era bonito…

Tuve otras compañeras que llevaban esos aros en las cejas, la lengua y hasta en la nariz al más puro estilo puerco. Por experiencia rural siempre he aprendido a hacer uso de semejante metal en el caso del ganado, principalmente el bovino, el anillo se coloca en la nariz y no en otro sitio ya que en ella se tiene bastante sensibilidad y por lo tanto es más fácil “hacer daño” si se tirara de la argolla. De esta manera es más sencillo poder manejarlos con mayor facilidad ya que no son precisamente pequeños teniendo así un mayor control sobre el animal y ganando en cuanto a seguridad del personal encargado del mismo.

Técnica muy curiosa también para esta especie animal pues aparte de revolcarse en el fango, a los cerdos también les encanta ir royendo el suelo y hacer agujeros en él. Aquí es cuando aparece la función del anillo en la nariz, ya que al ser bastante sensible cualquier movimiento en ella va a provocar un pequeño dolor. De esta manera, al tener el anillo entre el hocico y el suelo, cada vez que el cochino intente roerlo o hacer un agujero en él con el hocico se va a encontrar con el incordio del anillo por lo que, al dolerle, dejará de hacerlo, y los jardines estarán a salvo. Esta precisa imagen es la que me viene a la mente cuando percibo a alguien así (un cochino “guarreando” del dolor al atravesarle la nariz), que ya de tener tal admiración por el reino animal la elección podía haber sido hacia otra especie por lo menos física e higiénicamente más atractiva.

De tatuajes dejé de sorprenderme. Varios se notaban en sitios que en épocas anteriores sólo verían pocas personas… He pensado que a lo mejor soy un anticuado y no comprendo la actitud de imitación de esas jóvenes que dicho sea de paso son la minoría gracias al altísimo, pero me niego a apelar a la libertad individual de que cada uno se ponga lo que le salga del mismísimo cimbrel en este aspecto porque haya a gente que les “guste” o “parezca bonito”. Recuerdo en mi época de instituto otras actitudes en las que las madres estimulaban falsos valores en sus hijas. Chavalas que vestían pronunciados escotes y faldas cortas que causaban «revuelo» entre jóvenes llenos de hormonas y hasta adultos.

En las exposiciones muchos de nosotros cambiábamos la vista al tenerlas cerca. ¿Por qué lo hacían? ¿Por qué su madre quería que ellas se destacaran en el salón? Otra a quien dije que «no podía hacer periodismo con ese escote» me torció la boca y aclaró: «Yo imito a mi madre» (quédate callado fue mi respuesta). Después que no se quejen de la prematura sexualidad en los niños. A lo mejor, esa es una de las causas de la enorme cantidad de embarazos en niñas que la sociedad lamenta…

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