Mujeres y viceversa

Resulta apabullante comprobar cómo una supuesta causa en pro de las mujeres degenera hasta límites inasumibles. Va desde legislaciones que atentan contra los derechos fundamentales, pasando por carteles soeces con visado oficial, hasta el más insignificante anuncio on line de cursos, cursillos o másteres. La premisa de fondo es siempre la misma: la injusticia heteropatriarcal que “invisibiliza”, que impone “techos de cristal”, que promueve “la brecha salarial”, que “maltrata”. Nada escapa al revisionismo histórico más puntilloso, siempre alentado por la llamada “perspectiva de género”.

Tanto da si se trata del canon de belleza (¡cuidadito con la gordofobia!) como de la defensa del aborto. Se destinan fondos públicos hasta para detectar “el machismo en el terremoto de Lorca”. Por lo visto, ellos (grupos de salvamento) aparecerían como héroes y ellas como víctimas y débiles. Y es que semejante felonía hay que denunciarla en un trabajo subvencionado, publicado y con el sello de cuatro o cinco instituciones colaboradoras.

Apoyo no le falta a una conocida líder colombiana. Ha hecho de la llamada “interrupción voluntaria” su causa sagrada. Se entrega a la lucha como si le fuera la vida, lo cual resulta curioso. Es la cara más visible de las chicas del pañuelito verde. Desfilan con un embarazo de ocho meses sobre el que escriben “todavía no es humano”. Dicen “hoy desayuné feto” o se pasean con la ingle ensangrentada y un muñeco colgando en medio de las piernas. También involucran a las más pequeñas, niñas de 7 u 8 años. Tiran al suelo el bebé de juguete y lo pisan con saña, posando para el reportero con aire desafiante. Debe ser el algoritmo, que me lleva a otra lideresa. Ésta va más allá, operando en la órbita LGTBIQ+. Responde al periodista, convencida de que le da sopas con ondas. “No sólo abortan las mujeres”, declara, “también los queer, los no binarios, etc, etc, etc”. A ver si nos aclaramos los carcas que en el mundo somos. Si abortan los queer, es porque previamente se embarazaron. Podría sucederle a un hombre nacido mujer, con útero y ovarios funcionales. Es un intento de descargar moralmente a las señoras, negando su existencia.

El arte (que no es arte por el arte) tampoco se libra. Les presento a Helena de Femme Sapiens, lideresa número 3. Veo a una chica malota, desenfadada, provocadora. Te pregunta (añada usted la “o” y la “eñe”) “si no estás hasta el c—o”, con el cuento de venderte un podcast.  Se enfada, cuando va a un museo y comprueba que casi todos los cuadros están firmados por hombres. Apunta, claro está, a la cuestión de los referentes. Siempre habrá un problema de regresión, también para ellos, y pioneras hubo. Todo lo que propone es descolgar la obra de muchos pintores que no merecen un lugar de honor. Entonces recuerdo una noticia y la busco, hasta encontrarla. Estrella de Diego había contestado a la escasez de autoras en su exposición “invitadas”. Afirma que “esa fantasía de que los almacenes del Prado están llenos de cuadros maravillosos de mujeres no es real”. Por decir la verdad, la ponen a caldo.

Ya nada las detiene en una huida hacia adelante. Las mueve la rabia, la ira, el rencor, el asco. En la Ley de Universidades, “en igualdad de condiciones” la mujer tendrá prioridad para ser contratada. ¿Acaso existen dos historiales académicos idénticos? Es decir, exigen una equiparación previa imposible, para luego desoírla y quebrantarla. Señores: pasen ustedes al furgón de cola. En el cuerpo de bomberos ellas afrontan unas pruebas físicas menos exigentes. Después no pueden ni cargar con la manguera. ¡Y qué decir de la perversión del lenguaje, que es la peor de todas! Al aborto lo llaman “derecho reproductivo”. Y digo yo: el derecho a reproducirse será tener niños, y no al revés. Ya no hay mujeres ni hombres, sino “personas menstruantes o eyaculantes”

Para rematar el día, llega hasta mí un tríptico. Está publicado y financiado por el departamento de Igualdad de un ayuntamiento. En la portada se puede leer “Tierra de grandes mujeres”, pero resucita a la farmacéutica, a la librera o a la dueña de un estanco. El feminismo victimista hace trampas, empeñado en un jaque mate. Te habla de “mujeres proscritas” y luego te presenta a Virginia Woolf, Frida Kahlo o Jane Austen. ¿Sabe usted quiénes fueron Golda Meir, Edith Piaf o María Callas? ¿A quién no le suenan Agatha Christie, Juana Inés de la Cruz o Rosalía de Castro? Si retrocedemos un poco, el panorama no cambia radicalmente. Nos topamos con Aspasia, Juana de Arco o Isabel la Católica. Podríamos continuar con Clara Campoamor, María Moliner o Catalina de Aragón. Más aún: Amelia Earhart, Nefertiti, Ana Frank.

Estuvieron muy de moda los trabajos que reinterpretaban la Historia. De pronto, la obra de tal o cual gigante de las letras la había escrito, en realidad, su mujer. Lo mismo se decía de Einstein y su problema con el cálculo. Concibió la Teoría de la Relatividad, pero las matemáticas de base corrían a cargo de la inteligentísima Mileva. Todos estaban bajo sospecha, sometidos a la lupa de investigadores, a menudo sin escrúpulos. Proliferan las biografías de esas abnegadas que se inmolaron sin que nadie se lo pidiera. Estos días ha salido una noticia, pero adaptada a claves más actuales: la viuda de Alberti, al parecer, habría sufrido maltrato psicológico continuado…

¿Quién lee hoy a Manuel Altolaguirre, a Gerardo Diego, a Jorge Guillén? ¿Quién se acuerda de Juan Benet, de Jardiel Poncela, de Moratín? ¿De verdad “las sin sombrero” fueron tan geniales? Los casos de extorsión a la obra de una esposa requieren un estudio profundo de corte psicológico. Por qué estamos en minoría, allí donde estamos, es una pregunta que sigue en el aire. Quizá la respuesta más rigurosa no nos guste. Hoy los libros de texto ya incluyen a cualquiera, siempre que sea mujer. Basta tener una cátedra en Valencia y defender el diálogo intercultural en un mundo sostenible.

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2 Comments

  1. Las mujeres tenían un trabajo importante: cuidar de sus hijos. Por eso pocas podían dedicarse a otros oficios. No es nada para avergonzarse ni es que se lo prohibieran

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