La gran farsa, la pescadilla y la cola

Dicen que la vida está llena de matices. Cuanto esos matices pasan por los intereses de unos y de otros, y cuelan en la opinión colectiva o, lo que es lo mismo, cuelan como que se hacen para favorecer sus intereses, se le llama política. Esta sería la lectura de aquellos que han dejado de creer en la política, que desconfían por completo de las propuestas, de las leyes y del sistema que representa nuestras voluntades delegadas. Un sistema de partidos en los que hasta la corrupción de unos y de otros es utilizada para justificar la propia o para tapar las propias vergüenzas, si es que en algún momento se tienen.

Cada día podemos observar cómo se aprueban leyes que pretenden ser vendidas como instrumento de igualdad y cada día vemos cómo se aprovechan de esas leyes y esas ayudas demasiada gente que realmente no las necesita, bien porque tienen un patrimonio oculto, o no, sobrado, o bien porque llevan la abundancia por bandera a través de una economía sumergida y el triunfo en los negocios de dinero negro, que resulta ser el más limpio porque no se ven obligados a rendir cuentas de él. Otras familias, sin embargo, no reciben esas ayudas bien porque sí son transparentes a la hora de mostrar sus ingresos que, aunque mínimos, por poco o nada sobrepasan unos límites impuestos por unos cálculos no sabemos muy bien en base a qué criterios (aunque yo diría, más bien, ajustados al cálculo de aquellas personas que pudieran pedirlo y el presupuesto que se destina a tal fin y no a las necesidades reales de aquellos que realmente las necesitan).

Uno de los mayores ejemplos del mal funcionamiento de esa igualdad es que, cada día más, se observan a personas malviviendo en las calles, sin techo, sin apenas esperanzas, sobreviviendo en un mundo que ha terminado por robarles sus vidas porque sobraban y eran innecesarias para la construcción de esta gran farsa. Mientras tanto, otras familias continúan con los abusos a las leyes y a las normas impregnadas por un halo de buenismo, y deciden llegar con sus buenos coches a la puerta de la casa ajena para desvalijarla y hacer suyo lo que nunca trabajaron, lo que nunca consiguieron. Y, por supuesto, si la vivienda tiene piscina mucho mejor porque eso sí que es un ejemplo de ascenso social y de igualdad de oportunidades. Eso sí que dará fidelidad en el voto a aquellos que lo consienten, sabedores de que los perjudicados nunca iban a depositar su confianza en ellos y, por lo tanto, no estaban perdiendo de ellos la papeleta con el nombre de su formación política.

Estamos en una sociedad en la que inquietan políticamente algunos comportamientos, especialmente a los que gobiernan, e incluso se redactan leyes para erradicarlos, a pesar de que muy convencido no esté de lo afortunados que estuvieran al hacerlo al ver las enormes inversiones destinadas a ello, las cifras resultantes al cabo de los años y quiénes se han podido o no beneficiar de esas grandes cantidades de dinero. Sin embargo, hablamos de comportamientos que afectan a derechos también fundamentales como el derecho a la libertad de expresión o de pensamiento político y nos encontramos, en plena Universidad con escraches como el que sufrió hace unos días la ex diputada de VOX Macarena Olona.

No soy yo de aquellos que defenderán a capa y espada a esta formación política y no son pocas las veces que he dejado claro mi antipatía más absoluta sobre algunas cuestiones que ellos defienden y hasta mi denuncia sobre las graves consecuencias de sus discursos en algunas líneas de pensamiento. Eso sí, tengo amistades formidables de esta formación, como también las tengo de Ciudadanos, del PSOE, del PP o de PODEMOS. Y es que, salvando las diferencias que pudiera haber respecto a la visión política estoy plenamente convencido de que el camino no es sino el diálogo y el debate sano, la aceptación de lo político y la apreciación de lo personal. Pero en esto, como en las leyes, como en las decisiones que a veces se toman en las instituciones parlamentarias existe un régimen en el que parece que no sólo el único culpable de la corrupción es el otro, sino que todo lo malo que recaiga sobre el otro tendrá una justificación que en ningún caso aceptaremos si esto mismo le sucede a alguno de nuestra sintonía ideológica.

Me pregunto cuán aburrida sería la política, aún más, si no hubiese diversidad de partidos y de puntos de vista. Y decía «aún más» auto delatando mi denuncia sobre la falta de debate político en los parlamentos, debates que han sido sustituidos por meros enfrentamientos más propios de shows televisivos de tercera. Pero si, además, permitimos que cualquiera, más en un ámbito de especial protección de la diversidad y del diálogo, del entendimiento y del estudio, cualquier persona que es invitada y asiste a dar su opinión es increpada, insultada y se intenta evitar que cometa su cometido, estamos cayendo en una acción tan repugnante como aquellas para las que tantas leyes, muchas inútiles, se formulan, y tanta inversión se dedica. Y es que la asistencia de Olona a la Universidad de Granada, en medio de esa barbarie radical con consignas para evitar que entrase y con pretendidos insultos como el de “fascista” sólo demuestra que el fascismo es justificado cuando la víctima es el otro.

En democracia, si es que realmente existiera algún tipo de fascismo, algo que no sólo es cuestionable sino absolutamente falso, tanto por concepto como por profundidad en los planteamientos políticos, jamás sería entendible que se combatiera por medio de las técnicas que realmente pertenecen al ámbito de esos mismos fascismos. Cualquier planteamiento político ideológico debe ser enfrentado en serios debates con un mínimo de nivel de datos, estudios e ideas, jamás con la prepotencia propia ni de aquellos que ostentan el poder ni de aquellos que hayan podido ser adoctrinados por estos, ni por el insulto ni por la fuerza.

La libertad de expresión es un derecho tan básico como que afecta a uno de los elementos fundamentales no sólo para nuestro reconocimiento como sociedad sino nuestro reconocimiento como especie humana racional y libre.

Macarena Olona no es una mujer de mi devoción en el aspecto ideológico, aunque haya algunos puntos de su discurso que pueda compartir, algo tan inevitable como que no hay ninguna formación política, que yo conozca con la que no esté de acuerdo en algo. Sin embargo, en aspectos que afectan a ciertos derechos fundamentales y a la igualdad diferimos. Cuando estaba en VOX no es que cuestionara a través del discurso de esta misma formación las leyes, algunas de las que nombré que han resultado ciertamente poco útiles, sino que cuestionaba la realidad. Y la realidad debe ser el punto de partida de toda la ciudadanía.

Luego, podemos discrepar de los métodos para solucionar los problemas, pero negarlos es un auténtico despropósito, tanto como la imposición de soluciones como únicas posibles, sin diálogo y sin un auténtico consenso, como se ha ido haciendo con el fin de abanderar en solitario esas luchas y conseguir con ello el voto de aquellos que no sean capaces de darse cuenta de que cuando una bacaladilla se muerde la cola, por muchas vueltas que le des, siempre te encontrarás con la cabeza y nunca encontrarás el fin de la misma, esa cola que permanece oculta y que es el fin de la misma. Así son la mayoría de estas leyes, bacaladillas que enroscan el problema para, finalmente, perpetuarlo  y, con ello, los problemas y el abanderamiento de los mismos con fines de apoyo electoralista e ideológico. El único camino para la imposición es, por desgracia, el enfrentamiento directo, el convertir al otro en el enemigo del pueblo, el insulto y el repudio… vaya, nada que no inventaran, precisamente, los regímenes radicales más sanguinarios de la Historia, el fascismo y el comunismo.

Más allá de cualquier otra lectura, lo acaecido con Olona en la Universidad de Granada, así como tantos otros escraches, como el cometido contra Rosa Díez hace ya unos años en la Universidad Complutense, en el que participó Pablo Iglesias, por cierto, nada menos que ahora un ex vicepresidente, que autorizó con ello el escrache que él mismo sufrió en la misma Universidad por parte de aquellos que habían sido parte de los suyos, o el de Cifuentes, o el de Begoña Villacís cuando estaba embarazada… no son cuestiones aisladas en una sociedad que expresa su rechazo, es sintomático de un profundo problema de intolerancia ante los derechos ajenos en una visualización totalitaria de la política y de la sociedad que pasan por un discurso único, dirigido y adoctrinado pero con unos claros intereses ideológicos y de partido.

“Bonita cosa le has enseñado al niño”, diría la madre recriminando a su nueva novia, mientras intentara deshacer una pescadilla a la que no le encuentra la cola. «Desesperante», diría Carlos III de Inglaterra.

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