Enganchándola a mis redes

Dia lluvioso en Madrid. Me encuentro solo en casa y con ganas de hacer algo. Los amigos no salen ninguno puesto que el tiempo no acompaña. Ahora sería el momento de ver una película en soledad, o tal vez adentrarme en el mundo de Internet con la intención de conocer a una mujer que me haga compañía… y algo más.

La segunda, desde luego, es la mejor opción, porque el deseo habita en mi interior y qué manera de exteriorizar las cosas -además de escribiéndolas- sintiendo las carnes de una mujer que completamente desconocida cuya intención contigo a priori no es desfogarse, pero que lo acabará siendo. En mi perfil principal, me salen sugerencias de amistad. Hombres, mujeres y viceversa, pero a mí solo me interesan las mujeres, desde luego. Los hombres si quieren probar ¡que vayan a por los ‘viceversa’ y también a por las que no me interesen en absoluto!

Entre tantas sugerencias, hubo una con la que me quedé prendado. Ella se llamaba Leila. Aparentemente, una mujer de edad similar a la mía y que contaba con una belleza escultural. El flechazo carnal era tan inminente que, en segundos, fue cuando le mandé una solicitud de amistad. Necesitaba conocerla ya. Esa mujer no tardó mucho en corresponderme. Apenas transcurrieron unos diez minutos y a los quince ya salía verde en el chat. Ahora era el momento de que empezáramos por escrito a dialogar.

Saludé a aquella desconocida de manera cortés. La imagen de entrada sería un “hola” al que le rodeaban unas rosas rojas acompañándole a éstas un texto en el que se podía leer un “gracias por aceptarme en tu entorno virtual”. Su manera de corresponder a mi ‘rompida de hielo’ fue un emoticono sonriente seguido de un “gracias a ti”. La hora que marcaba el reloj era las 11 de la noche y la conversación se hacía interesante. Sus textos y los míos eran largos y distendidos vía redes y chat. Entre los dos había tanta afinidad que nos acabamos intercambiando los números de teléfono. La cosa no pintaba mal ya que desde que me aceptó hasta ahora, tan solo había pasado una hora y poco más. Ella se mostraba receptiva, al menos, por el momento, como posible amistad virtual.  

Entre la información que había recibido por parte de ella, podría decirse que había acertado en la edad cuando aseguraba que rondaría mi edad. De hecho, tenía 26 años, unos pocos menos que yo. Además, su modus vivendi era estudiar enfermería a distancia que compaginaba con ser teleoperadora los fines de semana. En cuanto a su situación civil, ella estaba emparejada, pero vivía de alquiler en soledad puesto que su novio, por motivos laborales, se recorría el mundo para hacer conferencias, una detrás de otra.

En cuanto a sus rasgos físicos, ella tenía el pelo negro como el azabache con mechas cobrizas, algo que pude apreciar observando sus instantáneas. Entre sus rasgos físicos cabía destacar lo fotogénica que era y más cuando en fotos exteriorizaba su sonrisa. Los anunciantes de dentífricos, de conocerla, se la rifarían. Además, en cuanto a la distancia que nos separaba entre ella y yo… apenas había unos escasos 2 kilómetros, un hecho que me generaba morbo, debido a que la posibilidad de conocernos personalmente ahí estaba.

Ya eran aproximadamente la 1 de la madrugada. El texto, para que siguiéramos interactuando, se nos quedaba corto… así que de mutuo acuerdo decidimos intercambiarnos los números. Su curiosidad de saber cómo sería mi voz estaría presente y, obviamente, llegaba a ser algo recíproco. Ella no sabe lo que le espera porque mi don de palabra, junto a mi tono sensual, mueven montañas. 

El plan iba avanzando y la opción de que quedáramos en persona, cada vez era más viable. Así que me plantee muy seriamente que fuese la propia Leila quien rompiese el hielo siendo ella la primera que marcase el teléfono para llamarme. Me encontraba esperando su paso inicial. Siempre he dicho que, si una mujer te ve demasiado interesado, lo que consigues es el efecto contrario, que pierda interés en ti. Apenas tardó diez minutos en que sonara mi teléfono. La guerra psicológica de a ver quien de los dos iba a dar el primer paso… la acabé ganando. ¡Genial!

Descolgué el teléfono. En ese momento tuve la posibilidad de escuchar tanto su tono como su timbre. Ella tenía una voz acorde con su imagen física: tan dulce como seductora al mismo tiempo que cuando veía sus momentos de receptividad se mostraba risueña. Ya eran las 3 de la madrugada y fue cuando le ofrecí la mayor de las locuras, que nos conociéramos en persona en este mismo instante. Contra todo pronóstico, ella accedió así que nos despedimos del teléfono y acudimos al punto en el que ella me pidió estar. Eso sí, me exigió puntualidad.

Nada más llegar al lugar de la cita, sentada en un banco la llegué a encontrar. En fotografías era despampanante, pero en persona… multiplícalo por mil. Lo que al principio fueron charlas confidentes se acabó convirtiendo en flirteo por mi parte que a escasos segundos provocaron que nos diésemos el primer beso. Al cruzarse sus labios junto a los míos, el éxtasis del momento hacía que todo se prolongase hasta convertirse en excitación. Fue en ese mismo instante cuando Leila me señaló a su portal, estábamos a escasos metros de su casa, lo bueno estaba a punto de comenzar.

La atracción mutua se percibía en el ambiente. Los dos estábamos tan fogosos que, a escasos minutos, nos encontrábamos desnudos y la situación de ser dos desconocidos le daba un plus de morbo al asunto. Leila tenía un trasero respingón y una delantera de infarto. Al poder observar sin ningún tipo de prenda cada uno de sus rasgos, más deseos me entraban de hacerlo con ella. No había postura que dejáramos fuera. de lado. La pasión hablaba por sí sola y el lenguaje no verbal de nuestros movimientos y miradas hacían lo demás. Su todo y mi todo, unidos por un deseo, el gozo y el placer mutuo. La tensión sexual la íbamos regulando en cada acto sexual que iniciábamos.

Estuvimos horas y horas dando rienda suelta a la pasión. La excitación de la situación, de la hora y del momento, hicieron que prolongáramos el acto carnal durante horas y más horas. El reloj ya marcaba las siete de la mañana y ya era el momento de marchar. Lo virtual se convirtió contra todo pronóstico en carnal y ya tocaba el instante de apearme de la casa de Leila. Desaparezco una vez más y espero que, en su caso, mi presencia por siempre en ella perdure en su recuerdo sexual.

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