Sin ira, libertad, pero con contenido

El problema de las libertades vacías de contenido no consiste, ni mucho menos, en ese mensaje que lanzan, en muchas ocasiones, algunas fuerzas políticas o inoculan algunas personas influenciadas por algún adoctrinamiento moral o ético, ni mucho menos. El problema de las libertades vacías de contenido radica en que tanto la falta de libertades como una pseudo doctrina basada en el individuo como centro del universo de su libertad sin tener en cuenta al resto de la sociedad o al conjunto de la misma presupone un exceso que, a medio y largo plazo sale tanto o más caro que la propia disciplina de la imposición.

Y es que, constituir a la libertad como una verdad absoluta es la apariencia de caperucita que ha adoptado la extrema izquierda para esconder sus verdaderas intenciones, controlar a través de la economía a la sociedad, conseguir hacer de esos individuos, a los que alimenta en aparentes libertades, instrumentos al servicio de un poder político, que no del propio Estado, que pueda llegar a perpetuar un sistema de poder del que la población sea dependiente a la hora de poder comer, vestir o dormir bajo techo.

Y esto lo dice alguien que es especialmente amante de las libertades, pero que a la vez es consecuente con su discurso y con la realidad humana que no es, ni mucho menos, el dulce cuento de un mundo lleno de criaturas que controlan felizmente ni su psique ni sus impulsos ni su odio ni sus adicciones.

El primer escollo que presenta ese caramelo a la puerta de un colegio que significan las libertades vacías de contenido está en la facilidad con la que el discurso de su escenificación pública, su presentación, entra en serias contradicciones. Recientemente lo hemos vivido en relación al contenido de la Ley Trans y el movimiento feminista. La solución por parte del Ministerio de Igualdad no fue otra que repartir carnés de feministas únicamente a aquellas que compartieran su discurso. El resto, tachadas de no serlo y, por supuesto, de otros adjetivos de los cuáles me ahorro el comentario pero que ya todos conocemos.

Y, ojo, no es que no considere que la Ley Trans pudiera o no ser necesaria, que considero que hubiese sido una enorme oportunidad para llevar a cabo una consideración pública de este colectivo y una defensa de sus derechos sociales, los mismos que los que tenemos todos y todas, pero garantizados en este caso en el que, durante tantísimo tiempo, han sido personas marginadas y ultrajadas por serlo. Pero sí considero que la nueva Ley extrema la libertad en ciertas consideraciones que, efectivamente, pueden perjudicar otros conceptos y a otros grupos, como el de las mujeres no transexuales, en la propia conceptualización de su razón de ser como colectivo y, asimismo, al mismísimo colectivo transexual.

Queda muy bonito inventarse un mundo de color en el que, como si las personas fuésemos artículos dispuestas en estanterías al servicio de un Gobierno, se nos etiquetara continuamente, a modo de código de barras para definir aquella libertad de la que estamos dispuestos a hacer uso. Sin embargo, no hay nada más alejado de la libertad humana que la propia etiqueta. En primer lugar porque cada etiqueta supone una celda en la que ese ser humano es dispuesto o se introduce personalmente para identificarse socialmente y, en segundo lugar, porque ningún ser humano está formado por una serie de etiquetas sino que es en su conjunto un ser cuya única etiqueta la debería constituir su nombre y apellidos y su documento de identidad. Subliminarse al mundo de las etiquetas es un error muy grave que ya muchos psicólogos están denunciando por las fuertes afecciones que están ocasionando especialmente en los jóvenes que se encuentran en el tránsito de construir su propia identidad.

Otro de los grandes peligros de la venta masiva de la libertad vacía de contenido lo constituye la oferta de la misma como método de alcanzar la felicidad social. Esto, sin embargo, sólo lleva a medio plazo a la decepción y a la frustración, padres de una impotencia que puede degenerar en violencia. Hay quiénes tienen la capacidad de redirigir esa decepción por el camino de la reubicación, de la transformación y del aprendizaje, pero para muchas otras personas la solución pasa por convertir esa libertad mal vendida como tal en causa de militancia, convirtiendo su mente en obtusa y no admitiendo ningún tipo de debate o cuestionamiento de los argumentos que la defienden. Argumentos, que, como he dicho anteriormente, en la casi totalidad de las ocasiones es contradictoria.

Miren, tan dañino puede suponer la negación de la realidad feminista, de las reivindicaciones en contra de una violencia machista estructural, como criminalizar al conjunto de los hombres por una evolución social milenaria que apartó a la mujer de los centros de decisión y la convirtió, en muchas ocasiones, en esclava de los hombres que controlaban no sólo su poder económico sino, incluso, su capacidad de acción en sociedad, dónde, cuándo, cómo y por qué deberían de hacer, decir, estar o sentir. Y si la sociedad ha evolucionado y lo sigue haciendo es un logro de la humanidad que la compone de hombres y mujeres y logro de todos y de todas. Eso sí, las evoluciones sociales se producen de forma paulatina, con un debate social moderado y con acuerdos de consenso, y nunca con medidas impositivas y revolucionarias que, en demasiadas ocasiones con el fin de molestar al oponente ideológico o moral, desfasan hasta tal punto que nada tienen que ver con los objetivos que se marcan ni son solución, ni mucho menos, a los problemas planteados. Y si no, miremos las cifras de la violencia de género, o este tipo de violencia en los jóvenes. Da verdadero miedo.

He hablado a lo largo de todo el artículo del concepto “libertades vacías de contenido”, y con ello me refería a libertades que no son tales o, al menos, no pueden considerarse como absolutas pero que la extrema izquierda no deja de presentar como tales. Uno de los primeros ejemplos podría ser ese concepto de “derecho a decidir”, sin más contenido que la individualización de un derecho que no existe porque cuando se decide en sociedad es la sociedad quién decide en su conjunto. Yo podría decidir que quiero que nos gobierne un partido político concreto y no por ello sería el que decidiera sobre mis impuestos, sobre mi vivienda o sobre mi trabajo. Y ese “derecho a decidir”, además de no ser nada nuevo, aunque sí mostrado como concepto absoluto, ya está en nuestra legislación, en nuestra Constitución y en nuestras leyes democráticas que son las que regulan el derecho ciudadano a decidir democráticamente. Y también existe en el Derecho Internacional en el que, en el caso de Cataluña, chocaría de pleno con las condiciones elementales para la consideración de un derecho de autodeterminación. De hecho, conocer esas condiciones es el paso previo más evidente para considerar la capacidad de manipulación y de misera que afrontan cada uno de los partidos independentistas en sus discursos y en sus acciones.

No quisiera meterme de lleno en algunas de esas libertades porque, sin duda, sería introducirme en arenas movedizas en las que podría ser más cuestionado sin argumentos de peso, pero también insultado. Y no me refiero, por ejemplo, a los derechos de los homosexuales que, por ejemplo, representan una imposición evolutiva de la igualdad en derechos dentro de la propia sociedad.

Decía, al principio del artículo, que el problema de la imposición de las libertades sin contenido era muy perjudicial, y tanto como la falta de las que representan la verdadera o verdaderas libertades. Y como conclusión les dejo que esa imposición de libertades sin contenido, a medio y largo plazo, no tiene otro final que una grave problemática social que podría llevar al colapso, al enfrentamiento continuo y de alto voltaje entre ciudadanos entre sí y ciudadanos y Gobierno.

Imagínense que otorgan la libertad para poder poner música a cualquier hora del día al volumen que cada uno considere y le venden que debería estar contento porque puede hacer fiestas en su casa a la hora que quiera. Sin embargo, usted va a hacer fiestas y está rodeado de vecinos jóvenes que no le dejan dormir ninguna noche con sus fiestas. Entre ellos mismos tendrían serios problemas cuando unos quisieran descansar y los otros no. ¿Tiene sentido vender como libertad el derecho a escuchar música a cualquier hora del día al volumen que sea? Se trata de libertad, y que a uno le den libertad debe ser estupendo, por lo que la lectura individual es fantástica. Sin embargo, ni esa libertad sin contenido te va a dar la felicidad ni te la va a dar, menos aún, que esa libertad también pueda disfrutarla tu vecino.

Eso sí, tú siéntete libre, pero tu bolsillo cada día va a pertenecer más al Gobierno. ¿A nadie le chirría mucho todo esto? Pues piensen en libertad, que por ahora no se cobra… mientras se piense en silencio.

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