La verdad del amor

En tiempos de la posverdad se relativizan los vicios hasta el punto sin retorno de su normalización como virtudes. Tales distorsiones parten de la transigencia con el error bajo una patente de corso para la tolerancia, que corona incluso las peores aberraciones. Rechazar lo que trasciende y acoger lo que transgrede, pasa factura. Como advierte Jesús: “Al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría”. (Mateo 24, 12).

Este día que dedicamos al amor y la amistad, originado en la tenaz misión del mártir San Valentín, quien pese a la prohibición imperial unía en matrimonio a los soldados con sus prometidas, es propicio para renovar la lucha con denuedo por rescatar lo que da sentido a nuestra existencia, pues, el amor es la antítesis de nocivas modas que pululan usurpando la dignidad de lo que mueve al mundo.

Los parámetros nihilistas y hedonistas son pestes para el alma que del error se degrada en la depravación, como el “poliamor”, donde los sujetos instrumentalizados pasan a ser objetos limitados a su utilidad transitoria, carentes de vínculos afectivos que construyan un núcleo sólido familiar, al igual que con la deshumanizante “copaternidad”, nueva forma de tener hijos sin haber amor de por medio y “amigos con derechos”, sin que en ninguno de los casos se establezca una responsabilidad. Amar es una decisión, un compromiso.

El amor siempre lleva a la verdad y donde no está la verdad no hay amor. La consigna LGBTQ+ “el amor es amor” es una falacia que ha permeado perversiones de toda índole hasta vulnerar a niños con abusos como los de la ministra de Igualdad en España, que igual le da el daño irreversible de impulsar como derecho que “los niños pueden amar y tener relaciones sexuales con quien les dé la gana”, de modo que, bajo la bandera de diversidad y tolerancia, la pedofilia, el incesto y otros delitos pasarían a legalizarse. “La primera norma de la razón es la ley natural, por consiguiente, toda ley humana tendrá carácter de ley en la medida en que se derive de la ley de la naturaleza. Y si se aparta de un punto de la ley natural, ya no será ley, sino, corrupción de la ley”. San Agustín. No todo lo legal es justo o legítimo.

La generación de cristal del siglo 21, vacía y frágil, se quiebra con la misma facilidad que incurre en vicios de autopercepciones ególatras, sentimentalismo en lugar de sensatez, busca una respuesta ligera al sufrimiento colectivizando un esquema ideologizado de frustraciones, ambigüedades, resentimientos y delirios que derivan en mayor caos. La guerra desde adentro con la realidad virtual (de lejos) y la inteligencia artificial (sin sabiduría). “Sin verdad, el amor cae en mero sentimentalismo. El amor se convierte en un envoltorio vacío que se rellena arbitrariamente. Este es el riesgo fatal del amor en una cultura sin verdad. Es presa fácil de las emociones y las opiniones contingentes de los sujetos, una palabra de la que se abusa y que se distorsiona, terminando por significar lo contrario”. Benedicto XVI, Encíclica Amor en la Verdad.

La libertad forma parte del amor, no el libertinaje. El libertinaje es contrario a la libertad, esclaviza porque anestesia la conciencia, el “amor libre” es un espejismo. Cuidado con los eufemismos que disuaden del amor auténtico, el cual se construye sobre la verdad, el dominio propio, carácter, fidelidad, entrega y servicio. «El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no es jactancioso, no se engríe; es decoroso; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta». (1 Corintios 13: 4-7).

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