Tengo un amigo que tiene una empresa comercializadora en una ciudad andaluza. Hoy estuve charlando con él en su negocio. Entraron en él en esos momentos a preguntar si tenía huevos de los pequeños y mi amigo dio su negativa con cierta desconfianza de que pudieran haber la semana que viene. Una vez que se fue el cliente estuvimos hablando del porqué de esta circunstancia.
Me comentaba, con cierta preocupación, que en las granjas existe tal desconcierto con la situación actual que muchas terminaron cerrando porque las cuentas no les salían. Otras, me indicó, han decidido no echar gallinas nuevas, jóvenes, que son las que ponen los huevos de menor tamaño, motivo por el que no hay existencias apenas en los almacenes. Los costes de producción, debido al aumento de los precios de combustible, energía eléctrica, piensos y mano de obra está poniendo en jaque a un sector tiene en España, según me dijo, al mayor productor y consumidor de Europa.
Al observar el precio de los huevos XL, que superaba los 7 euros el cartón de 30 unidades, me dejó un poco sorprendido. Nada que ver con la realidad. Me sacó de dudas. Los costes de producción no se están vertiendo directamente sobre el precio de los comerciantes porque, de otro modo, no sería en absoluto ni rentable la venta. Si, además, esos precios de venta a los comerciantes se habría incrementado en un año un cien por cien (es decir, al comerciante le cuesta el doble que hace un año cada cartón), el precio de venta al público sólo representa una parcial subida con relación a ese coste para los comerciantes. Por lo que estos, también, han rebajado considerablemente sus márgenes de beneficios.
Si a esto le unimos que también la luz, contratos… han subido para estos empresarios, nos encontramos con que también muchos se han visto abocados a echar el cierre para así no seguir perdiendo dinero.
Por otra parte, cada vez existe una mayor dificultad de abastecimiento. Algo que también están sufriendo grandes superficies. Los grandes supermercados se tienen que enfrentar, también, y en ocasiones en gran cantidad, a la falta de distribución, bien porque algunas de las granjas que han cerrado les suministraban el producto o bien porque sobre los contratos y precios pactados a estas granjas no les sale rentable producir los huevos, por lo que prefieren cerrar o asumir los costes de no cumplir con el contrato, al ser ese coste menor que el que le puede suponer seguir suministrando a bajo precio este producto.
A esto, además, abría que unir las nuevas leyes que obligan a las granjas a no tener enjauladas a las gallinas, algo que se ha podido ver paralizado por el momento ante la amenaza de la gripe aviar y la obligación de mantener un control que no es posible en las condiciones que exigía la nueva normativa.
Lo alarmante no es sólo conocer la actual situación de estas empresas y de este sector. Es sumamente preocupante entender que, cuantas más granjas cierren menor producción habrá, por lo que la crisis de precios de este alimento provocará que, aunque llegue el momento en el que se acabe la crisis, los precios ya no van a bajar por varios motivos. El primero es la reducción de la producción, que de por sí eleva el precio por la fuerte demanda, convirtiendo cualquier artículo en algo más lujoso. El segundo, la necesidad de recuperación, tanto de granjas como de comerciantes, del fuerte impacto sufrido por esta crisis y la enorme reducción y hasta pérdidas de beneficios.
Ni la bajada del IVA ha conseguido frenar este aumento de precios. A partir de ahí, podemos hablar de todos los derivados que se cocinan o fabrican a partir de este producto, como los dulces, pastas, flanes, o tantos y tantos platos que se sirven en nuestros restaurantes, y se cocinan en nuestros hogares como nuestra inconfundible tortilla de patatas.
Este es un solo ejemplo de la enorme presión que la economía está ejerciendo sobre ciertos sectores productivos. No, no nos enfrentamos a una crisis cualquiera sino que estamos ante la madre de una crisis con muchos hijos que aún están por crecer y que nos dibujan un futuro incierto en el que la presión fiscal no va a ayudar nada a conseguir remontar.
Creo que deberíamos de ser conscientes de que está muy bien sostener un sistema de ayudas y de prestaciones que garanticen una supervivencia mínima de todos los ciudadanos. Pero permítanme que cuestione, justo ahora, un gasto público en cuestiones que pueden esperar. Porque de nada valdrá, llegado el momento, que nos demos golpes de progresismo ante un cierre de empresas y aumento del paro que provoque, además, un mayor aumento de los precios de productos básicos.
Ya de poco o nada empiezan a saber las ayudas de la renta mínima para aquellas personas que con ese mínimo tienen que seguir alimentándose a un coste que representa, como mínimo, un 20 o un 30 por ciento más de lo que costaba hace un año. Y menos aún en el caso que estamos padeciendo en el que los alimentos básicos estarían subiendo hasta un cien por cien su precio.
Y no, la gallina de los huevos de oro no era un gallo (lo importante del cuento no es el sexo del animal sino la calidad del producto y su rentabilidad), tampoco lo son las empresas ni los ciudadanos, sobre los que siempre recaen, directa o indirectamente, esas subidas de impuestos que más que una solución podrían suponer el mayor de los lastres si van dirigidos a sectores que es lo que menos necesitan.
Periodista, Máster en Cultura de Paz, Conflictos, Educación y Derechos Humanos por la Universidad de Granada, CAP por Universidad de Sevilla, Cursos de doctorado en Comunicación por la Universidad de Sevilla y Doctorando en Comunicación en la Universidad de Córdoba.
Be the first to comment