Mujeres, ¿oprimidas?

Los últimos años, en especial, luego de la creación del Foro de Sao Paulo, las ciudades de Hispanoamérica son victimas de atentados terroristas por parte de un grupo de mujeres ataviadas con pañuelos verdes, pasamontañas y malos olores.

Sus actos vandálicos, que no difieren en nada de las Barras Bravas de fútbol o de las maras callejeras, tienen como pretexto luchar contra el Patriarcado, ese monstruo que oprime al sexo femenino. Sin embargo, por paradójico que parezca, muchas de las victimas de sus acciones delictivas son otras mujeres. Pero, independiente del pandillerismo de las feministas, acá vale una pregunta, ¿es verdad que las mujeres siempre fueron las oprimidas por un sistema diseñado por y para el beneficio de los hombres? No, pero añadiremos un par de datos históricos.

Al comienzo de la Primera Guerra Mundial, concretamente, en agosto de 1914, el Almirante Charles Fitzgerald, la escritora Humphrey Ward y las líderes feministas Emmeline y Christabel Pankhurst fundaron la Orden de la Pluma Blanca. El objetivo de la organización era usar a las mujeres para forzar, mediante la vergüenza pública, a los hombres a enlistarse en el ejército británico, aquellos varones que no aceptaban eran estigmatizados como cobardes mediante la entrega de una pluma blanca, algo tipo: eres un gallina.

Al respecto, el escritor Daniel Jiménez, en su artículo, Las plumas blancas: hombría, guerra y coacción femenina, afirma lo siguiente: “La campaña fue muy efectiva y se expandió a otras naciones del Imperio, tanto que comenzó a causar problemas para el gobierno cuando funcionarios públicos fueron presionados para alistarse. Esto empujó al Secretario de Interior, Reginald McKenna, a otorgar a los empleados en industrias estatales la insignia ‘Rey y Patria’ para indicar que ellos también estaban contribuyendo a los esfuerzos bélicos. Del mismo modo, la Insignia de Guerra Plateada, otorgada al personal que había sido licenciado con honor debido a heridas o enfermedades, fue lanzada en Septiembre de 1916 para prevenir que los veteranos fueran desafiados por no llevar el uniforme militar. La poesía de la época indica que la campaña no fue popular entre los soldados (por ejemplo, Dulce et Decorum de Wilfred Owen), entre otras cosas porque soldados que habían regresado temporalmente a casa podían encontrarse con que alguien les entregaba plumas».

Como vemos, contrario a la narrativa feminista, las mujeres forzaron a los hombres a sacrificar sus vidas en las horribles trincheras de la Primera Guerra Mundial. Pero el movimiento Plumas Blancas no fue el único caso. El profesor Joshua S. Goldstein, en su libro: Guerra y Género, menciona que Rusia, Alemania y Estados Unidos tuvieron campañas muy parecidas. En conclusión, tanto hombres como mujeres han sido activos partícipes en la opresión del sexo contrario (y de su propio sexo), pues la maldad está presente en el ser humano independientemente de lo que tenga entre las piernas. No obstante, acá se nos presenta otra interrogante: ¿Quién se beneficia del caos generado por los grupos feministas?

Obviamente, las mujeres no. Empero, al igual que lo sucedido en la Primera Guerra Mundial, el movimiento feminista, cual mercenario, se vende al mejor postor, en este caso George Soros, veamos: Joaquín Abad, en su libro, La red de Soros en España, detalla como políticos de varios partidos y dirigentes de alto rango son parte de la telaraña financiada por el «filántropo». Por ejemplo, describe cómo captaron a Pedro Sánchez, Manuel Castells, John Podesta y Teresa Ribera. Pero hay más, en todos los lugares del planeta, pues, mediante grupos LGTB, indigenistas y feministas, Soros intenta imponer el aborto en cuanta nación lo pueda hacer.

De hecho, en mayo del 2022, Forbes reportó que, a través de Open Society Foundations, George Soros hace contribuciones regulares al brazo de defensa política de Planned Parenthood, el Fondo de Acción de Planned Parenthood. Su donación más grande a la organización fue de 10 millones de dólares (9,38 millones de euros) en 2017. En definitiva, mostrar las tetas en vía pública, defecar en catedrales y destrozar propiedades y patrimonio es, básicamente, un servicio para, a nombre del «Derecho de la mujer», imponer el genocidio silencioso del aborto. 

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