¿Eran los nazis de izquierdas?

El asunto con el que decidí glosar este artículo está más que manido, casi desahuciado, no es una reflexión nada original, pero dada esa bipolaridad política del azul falange y el rojo bolchevique que aún reside en el imaginario español entran ganas de aclarar conceptos. La eterna dicotomía izquierda-derecha, como muchos de ustedes ya sabrán, no nace en 1848 con el manifiesto de Marx ni su posterior “Monsieur le capital”, ni tampoco en el periodo de entreguerras en el siglo XX. De hecho, estos conceptos ven la luz del mundo de una forma literalmente metafórica, en el preludio de la Revolución Francesa. Gustavo Bueno, en «El mito de la izquierda. Las izquierdas y la derecha» nos obsequiaba este escenario:

“Fue en la sesión del 28 de agosto de 1789, es decir, ya constituido el tercer estado como Asamblea Nacional cuando (acaso por analogía con la Cámara de los Comunes, en la que el partido en el poder se sienta siempre a la derecha, dejando la izquierda para la oposición) los partidarios del veto real absoluto se pusieron a la derecha y los que se atenían a un veto suavizado, o nulo, a la izquierda

Nace en esos tiempos esa bicefalia del politiqueo y los idearios. La izquierda representa la ruptura con los antiguos regímenes, la modernidad, el cambio y la revolución. La derecha, por contra, simboliza la tradición y el conservadurismo, el apego a los antiguos estándares y habitualmente la religión. Es la literatura de Karl Marx, plagiada en parte de su compadre Engels, a mediados del siglo XIX, la que rompe con el espíritu de las revoluciones liberales y alumbra al mundo ese socialismo científico, sentando las bases del primer estado socialista para 1917, y repudiando las bases de Fourier o Saint-Simon, socialistas a los que Marx despectivamente definía como utópicos. En su “Manifiesto Comunista” se lee:   

“Las condiciones burguesas de producción y de cambio, el régimen burgués de la propiedad, toda esta sociedad burguesa moderna, que ha hecho surgir tan potentes medios de producción y de cambio, semeja al mago que no sabe dominar las potencias infernales que ha evocado. No son solamente esclavos de la clase burguesa, del Estado burgués, sino diariamente, a todas horas, esclavos de la máquina, del contramaestre y, sobre todo del mismo dueño de la fábrica. Cuanto más claramente proclama este despotismo la ganancia como fin único, más mezquino, odioso y exasperante resulta”

La aparición en los años veinte del pasado siglo del fascismo italiano y del nacionalsocialismo alemán ha sido definida por historiadores y politólogos como el llamado tercer posicionamiento, ideologías revolucionarias que rompen no solo con el sentir conservador, sino también con el marxismo, al que tratan de disputarle el voto obrero, y sobre todo con el liberalismo. Gabriel Albiac, en una brillante disertación, explicaba que el nazismo y el fascismo fueron la vertiente nacionalista del movimiento obrero, frente a la concepción internacionalista que encarna el comunismo.

Poco sesgo de conservadurismo, y menos aún de liberalismo, en ninguna de ellas, más allá de esa ridícula fascinación fascista por resucitar un nuevo imperio romano o la evocación a la historia y la raza en la literatura nazi. Y en este punto, conviene recordar unos de los asertos del manifiesto marxista en relación a la burguesía: “Todas las ligaduras multicolores que unían el hombre feudal a sus superiores naturales las ha quebrantado sin piedad para no dejar subsistir otro vínculo entre hombre y hombre que el frío interés, el duro pago al contado. Ha ahogado el éxtasis religioso, el entusiasmo caballeresco, el sentimentalismo del pequeño burgués en las aguas heladas del cálculo egoísta”.

En su “Doctrina del Fascismo”, Giovanni Gentile y Benito Mussolini, otrora director de un periódico socialista, claman: “Siendo anti individualista, la concepción fascista se pronuncia por el Estado; y se pronuncia por el individuo en cuanto éste coincide con el Estado, que es conciencia y voluntad universal del hombre en su existencia histórica. Está en contra del liberalismo clásico, que surgió de la necesidad de reaccionar contra el absolutismo y que terminó su función histórica desde que el Estado se transformó en la conciencia y voluntad populares. El liberalismo negaba al Estado en interés del individuo particular; el fascismo reconfirma al Estado como verdadera realidad del individuo […]Se pronuncia por la única libertad que puede ser una cosa seria, a saber, la libertad del Estado y del individuo en el Estado. Ello, en razón de que, para el fascista, todo reside en el Estado, y nada que sea humano o espiritual existe, y tanto a menos tiene valor, fuera del Estado […]

[…]Ni individuos, ni grupos (partidos políticos, asociaciones, sindicatos, clases) fuera del Estado. Por ello, el fascismo es contrario al socialismo, el cual reduce e inmoviliza el movimiento histórico en la lucha de clase e ignora la unidad del Estado que puede reunir a las clases armonizándolas en una sola realidad económica y moral; análogamente, es contrario al sindicalismo de clase. Pero el fascismo entiende que, en la órbita del Estado ordenador, las reales exigencias que dieron origen al movimiento socialista y sindicalista sean reconocidas, y, efectivamente, les asigna una función y un valor en el sistema corporativo de los intereses conciliados en la unidad del Estado”

Por otro lado, el concepto “nazismo” no deja de ser una impostura peyorativa, además de una abreviatura, dado que el partido de Adolf Hitler se denominaba Partido Nacionalsocialista de los trabajadores de Alemania, lo cual en su propio idioma resulta en un título kilométrico, y de ahí su simplificación en “partido nazi”, si bien los nazis no se definían a sí mismos como tal. No era por tanto ni el partido conservador, ni el partido pangermánico. En ese monumento a la vergüenza humana que es Mein Kampf, Hitler, más allá de esa nauseabunda retórica nacionalista, racista y antisemita, y a pesar de proclamarse antimarxista, establece a modo de epílogo los principales puntos del programa de su partido:

“Exigimos que el Estado contemple como su primer y principal deber el promover el progreso de la industria y el velar por la subsistencia de los ciudadanos del Estado […] Todos los ciudadanos del Estado gozarán de iguales derechos y tendrán idénticas obligaciones […] Por lo tanto, exigimos […]La abolición de todo ingreso no conseguido por medio del trabajo. Abolición de la servidumbre impuesta por el interés del dinero […] En vista de los enormes sacrificios de vidas y propiedades que exige toda guerra, el enriquecimiento personal logrado merced a los conflictos armados internacionales se considerará como un crimen contra la Nación. Exigimos, en consecuencia, la confiscación implacable de todas las ganancias realizadas por medio de la guerra […]Exigimos la nacionalización de todos los negocios que se han organizado hasta la fecha en forma agrupaciones de sociedades trusts […] Exigimos que las utilidades del comercio al por mayor sean compartidas por la Nación […] Exigimos la nacionalización inmediata de las propiedades utilizadas en la especulación, a fin de que se alquilen en favorables condiciones a pequeños comerciantes, y que se tengan especiales consideraciones para con los pequeños proveedores del Estado, de las autoridades de distrito y de las localidades menores […]

[…]Exigimos la reforma de la propiedad rural para que sirva a nuestros intereses nacionales; la sanción de una ley ordenando la confiscación sin compensación de la tierra con propósitos comunales; la abolición del interés de los préstamos sobre tierras y la prohibición de especular con las mismas […]Exigimos la persecución despiadada de aquéllos cuyas actividades sean perjudiciales al interés común. Los sórdidos criminales que conspiran contra el bienestar de la Nación, los usureros, especuladores, etcétera, deben ser castigados con la muerte, sean cuales fueren su credo o su raza […] Exigimos que el Estado eduque a sus expensas a los niños dotados de superior talento e hijos de padres pobres, sean cuales sean la respectiva clase u ocupación de estos últimos […]

En cuanto atañe a España, cayó en el olvido de forma más que interesada que el primer fascista catalán, Josep Dencàs, ostentó la condición de diputado por Barcelona con Esquerra Republicana de Catalunya tras las elecciones de junio de 1931, y fue líder de las juventudes de este partido (JEREC) así como de los Escamots, bandas paramilitares que asaltaban las sedes de diarios críticos, boicoteaban huelgas y mítines de partidos rivales con indumentaria fascista. La Falange Española, por su parte, fundada por José Antonio Primo de Rivera, ha sido definida en el correr de los tiempos como un partido fascista, si bien sería más acertado definirla como una ideología hermana, dado el profundo calado religioso de falangistas frente al paganismo nazi y el laicismo fascista, con los que sí coincidía en una profunda conciencia obrera. Actualmente, en la propia página web de Falange, recordando tiempos pretéritos, se lee: “El azul de la camisa es el color del obrero. El azul es el color del olvidado en el festín del capitalismo y nos recuerda cuando nos la ponemos que estamos con los de abajo. Medicina contra la degeneración u decadencia del espíritu burgués”. Ramiro Ledesma, a la postre el primer fascista español, fundador de las JONS y, posteriormente, camarada de los falangistas, tenía como principal proclama aquello de “Solo los burgueses pueden permitirse el lujo de no tener patria”. En su semanario “La Conquista del Estado”, insistía: “¡Viva el mundo nuevo del siglo XX! ¡Viva la Italia fascista! ¡Viva la Rusia soviética! ¡Viva la Alemania de Hitler! ¡Viva la España que haremos! ¡Abajo las democracias burguesas y parlamentarias!  

Una canción falangista bien conocida en los tiempos de la II República sonaba: “Viva la revolución; Viva la Falange de las JONS; muera, muera, muera el capital; viva, viva el Estado Sindical; que no queremos reyes idiotas que no nos dejan gobernar”. En este sentido conviene recordar el carácter no monárquico del nazismo. Cuando Hitler tumba la República de Weimar establece un régimen para su persona y no para el Káiser Guillermo II, quien murió en el exilio. Por influencia o más bien por coacción del propio Hitler, en 1943 Mussolini instaura la República Social Italiana derrocando a Víctor Manuel III de Saboya. En este empeño, un año antes publicaba el Manifiesto de Verona, para la instauración de la socialización de la economía en Italia, el cual es redactado por Nicola Bombacci, fundador del Partido Comunista Italiano.

Más allá de estos breves apuntes históricos, en la Resolución del Parlamento Europeo, de 19 de septiembre de 2019, sobre la importancia de la memoria histórica para el futuro de Europa, se estipula lo siguiente: […]Considerando que hace 80 años, el 23 de agosto de 1939, la Unión Soviética comunista y la Alemania nazi firmaron un Tratado de no Agresión, conocido como el Pacto Molotov-Ribbentrop y sus protocolos secretos, por el que Europa y los territorios de Estados independientes se repartían entre estos dos regímenes totalitarios y se agrupaban en torno a esferas de interés, allanando así el camino al estallido de la Segunda Guerra Mundial[…].

Considerando que, como consecuencia directa del Pacto Molotov-Ribbentrop, al que le siguió el Tratado de Amistad y Demarcación nazi-soviético de 28 de septiembre de 1939, la República de Polonia fue invadida en primer lugar por Hitler y, dos semanas después, por Stalin, lo que privó al país de su independencia y conllevó una tragedia sin precedentes para el pueblo polaco; que la Unión Soviética comunista comenzó, el 30 de noviembre de 1939, una agresiva guerra contra Finlandia y, en junio de 1940, ocupó y se anexionó partes de Rumanía (territorios que nunca fueron devueltos) y se anexionó las repúblicas independientes de Lituania, Letonia y Estonia […]

Una de las mayores falacias en la política en el siglo XX, que aún perdura en el XXI, fue conceder al estalinismo comunista el galardón de mayor enemigo del nazismo. No fue así en absoluto. Es el infame pacto entre nazis y comunistas el que da comienzo a la segunda guerra mundial, y perdura durante casi dos años y, gracias al apoyo y el beneplácito de Stalin, Hitler conquista toda Europa occidental gracias a las materias primas que le son enviadas desde la Unión Soviética y le permiten construir su imparable maquinaria de guerra. Y es entonces, tras haberse adueñado de los recursos de media Europa, cuando el führer traiciona su pacto con el Soviet Supremo e inicia la invasión de la URSS. Solo a partir de esas fechas, los comunistas rusos se autoproclaman los mayores enemigos del nazismo, si bien apenas días antes aún eran sus mayores logreros y aliados. Y en el contexto de esta épica y casi centenaria farsa, y en concreto en la orquestada la pasada semana por el genocida Putin celebrando la victoria rusa sobre el nazismo, la reflexión más atinada quizá nos la ofreció la escritora y periodista Oriana Fallaci: «Hay dos tipos de fascistas: los fascistas y los antifascistas».

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2 Comments

  1. Extraordinario. Este artículo me parece a mí que podría servir de esquema para una investigación mucho más amplia.

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