Siempre he pensado que las ‘mosquitas muertas’, como se dice vulgarmente, eran demasiado peligrosas, porque actúan en la sombra, no arman escándalo y pueden ser letales. De todos es conocido el chantaje que Marruecos mantiene sobre Pedro Sánchez, por unos correos presuntamente obtenidos de forma ilícita que podrían comprometer a su mujer. Pero desde hace unos días, alguien está interesado en que conozcamos los negocios turbios en los que cada vez está más comprometida Begoña Gómez.
Hasta ahora, la mujer del presidente del Gobierno había mantenido un discreto segundo plano sin apenas llamar la atención. Pero agüita con lo que hacía en la trastienda aprovechando su condición de poder. Y no nos da ya para más la capacidad de asombro de hasta qué punto la corrupción está extendida e institucionalizada. Cada día sale un caso nuevo en el que la esposa de Sánchez se encuentra presente. No es que yo pretenda que sea una mujer florero, ni mucho menos, pero de ahí a que consiga ayudas para sus conocidos y tenga una cátedra sin poseer la titulación correspondiente, cabrea y mucho.
En cualquier país democrático, España ya no lo es, el presidente del Gobierno de turno habría dimitido y estaríamos a la espera de unas nuevas elecciones. Sin embargo, esta señora se enfada con los medios de comunicación que le han sacado los trapos sucios amenazándolos con acciones legales. Una chulería impropia de la mujer de un presidente, pero imagino que, por primera vez, siente miedo de que la Justicia le alcance hasta el punto de que acabe con sus huesos en la cárcel. Mientras, su marido se va de excursión a rendir homenaje a unos huesos que, en realidad, le importan un bledo, para que nos entretengamos y no veamos la suciedad que rodea su vida cotidiana.
Así que, de nuevo tenemos en España a una nueva pareja gobernando mientras se llenan los bolsillos con el dinero público. No pido un final como en Rumanía, pero veinticinco años de prisión sin salir, la verdad que no me disgustaría.
No pasará nada, como de costumbre