Orgullo de resistir y de vivir

Hoy se celebra el Día Internacional del Orgullo LGTBI. Un día para conmemorar la valentía de quiénes iniciaron hace décadas una lucha para reivindicar unos derechos sin los cuales más de la 10 por ciento de la población en nuestro país debería, sistemáticamente, ocultar su identidad sexual, sus sentimientos personales más importantes y su amor hacia personas del mismo sexo. En materia de Derechos Humanos esto es incuestionable.

Pero aún existe una parte de la población que rechazan sistemáticamente a los homosexuales, en parte movida por el miedo a la diferencia y a la diversidad, en parte movida por el desconocimiento y el nulo interés por adquirirlo, y en parte por absurdos prejuicios morales y hasta religiosos, tan lejanos estos a cualquier Dios como la justificación de cualquier guerra o asesinato en su nombre. Una moral basada en el corrompido poder que asume las decisiones de Dios sobre los hombres, de un Dios que hizo al hombre libre y que los propios hombres terminaron encarcelando tras las rejas del pudor hacia lo distinto a lo que ellos consideraron es lo correcto, negando al propio hombre creado por Dios en su inmensa diversidad. Hasta la Iglesia católica tuvo que llegar a aceptar esa normalidad humana ante las evidencias científicas y el clamor social, ante la vergüenza de su comportamiento hacia ellos y ellas durante tantos siglos. Aun así, persisten quienes insisten en el dolor, en señalar y hasta en incriminar.

Hace poco recordaba cómo las personas homosexuales fueron víctimas y objetivo del franquismo, bajo esa óptica religiosa y esa falsa moral de Estado, que permitió asesinar en nombre del pensamiento único ideológico y que confundió el amor entre iguales con la vagancia y la maldad, criminalizando y propinando palizas a homosexuales sólo por serlo, llevándolos a la cárcel y obligándolos a realizar trabajos forzados. Nada que no hubiese hecho también, en su momento, la crueldad radicalizada en manos de la dictadura de Castro en Cuba, o tantas otras.

Hablar del colectivo LGTBI es hablar de un grupo que ha sido perseguido por su condición natural. Exactamente igual que ha sucedido con el racismo, o con la persecución de judíos o de otros grupos raciales, este colectivo ha sido objetivo del odio injustificado de quiénes veían en la diferencia una amenaza y no un elemento más de su condición humana, que no les resta dignidad ni les otorga más humanidad que la que al resto de los mortales.

No pocos son los casos, yo he conocido varios, en los que la crueldad social derivó a muchos homosexuales a casarse con personas de distinto sexo para aparentar, para ocultarse tras las cortinas de un matrimonio en cuya intimidad sólo prosperó la inapetencia sexual, la frustración y la incomprensión de sus parejas, más allá de la posibilidad de engendrar hijos que tuvieron que soportar situaciones en esa relación que no son deseables en la educación de ningún niño. Triste realidad avalada por la hipocresía más podrida de nuestra condición humana.

Aún así, no fueron y son pocos los que prefieren este comportamiento a aceptar la realidad de que la homosexualidad es un proceso natural que se da en todas las especies animales; una normalidad que difícilmente cabe en cabezas cuadriculadas incapaces de conectar con un corazón emocionalmente funcional que empatice y comprenda que el bienestar y la realización de todas las personas en nuestra sociedad es elemento esencial para el mejor desarrollo del mismo. El respeto a la diversidad, a las decisiones de cada uno con su vida a través de sus propias circunstancias es de las primeras obligaciones que deberíamos imponernos en cualquier estado democrático de derecho.

Hoy en día, aún, los datos son demoledores. Más del 50 por ciento de los trabajadores LGTBI han sido agredidos verbalmente en sus trabajos en los últimos años. Esto, sin tener en cuenta que más del 50 por ciento de aquellos que tienen aceptada en su familia y sus ambientes sociales ocultan su condición en su entorno laboral por el miedo a tener represalias por ello. Debido a ello, más del 40 por ciento de los trabajadores LGTBI no hablan de sus familias o su vida privada en el trabajo, suponiendo un esfuerzo de ocultamiento y una frustración en ambientes de compañerismo en los que se tiende a crear círculos de confianza con los que compartir tus anhelos y preocupaciones.

A esto debemos añadir el aumento de las agresiones, especialmente en jóvenes, hacia un colectivo que ha visto cómo ser homosexual aún puede suponer costarles la vida, ya que también se han cometido y cometen asesinatos por este motivo.

Hoy en día, por lo tanto, no sirven los respetos con boca pequeña o el decir que se respeta, desde las instituciones públicas o desde los partidos políticos, por el simple hecho de que no se arremete contra ellos. Hoy en día es indispensable no poner el ojo en este colectivo, no acusar de lobbies a los colectivos homosexuales mientras tu propio partido se sustenta en parte de otros de carácter económico o social. Hoy en día, la equidistancia hacia esta realidad, que aún persiste, la discriminación por tu orientación sexual, jamás debe ser aprobada en ninguna opción que represente a la voluntad de la ciudadanía. Hoy en día, siguen siendo necesarias políticas que persigan los discursos de odio hacia colectivos como el LGTBI, que no sería tal como colectivo si la historia no hubiese propiciado la unidad de personas que han sido y siguen siendo perseguidas por ser como son.

Sin duda, lo más deseable sería que no existiera el colectivo LGTBI. Yo no creo en su existencia más allá de la necesidad de luchar contra la discriminación y por la igualdad, ya que, precisamente, es la igualdad real la que debería diluir su existencia en el momento en el que el conjunto de toda la sociedad fuese capaz de absorber, dentro de la normalidad, la diversidad sexual y afectiva. Ya lo tenemos en papel, ya está el derecho al matrimonio, a la no discriminación… sólo falta que aquellas personas sin alma la recuperen para poner en práctica aquello que en algún momento de sus vidas pudieron escuchar y que se resume en principios de Humanidad.

“Nadie nace odiando a otra persona por el color de su piel o su origen, su sexualidad o su religión. Si pueden aprender a odiar, se les puede enseñar a amar, porque el amor es más natural para el corazón humano que su opuesto”. (Nelson Mandela)

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