Expulsión

Este fin de semana, he asistido atónita a una dantesca escena. Naturalmente ha sido a través de Twitter. Este “voyeurismo” virtual nos permite (mientras quieran los amos globalistas) enterarnos de lo que realmente pasa más allá de los subvencionados titulares.

Un policía fuera de servicio fue agredido en Zaragoza, dentro de un autobús, por un magrebí. ¡Oh, cielos! He osado decir “la palabra”, porque resaltar el rasgo que haga más reconocible al delincuente, si no es caucásico, es tachado de racismo por progres y buenistas acomplejados. Naturalmente, los medios son los últimos en darse cuenta, tanto titulares como artículos hablaban de “un hombre”, “agresor”, “joven”, “atacante” sin hacer mención alguna al origen natural del “joven hombre agresor”.

Curiosa esta doble moral de la izquierda que cuanto más hablan de visibilizar, más empeñados están en invisibilizar lo que ellos quieren y cuando quieren, naturalmente. Esto no es lo que me ha sorprendido, es ya el pan nuestro de cada día en los medios de desinformación. Lo aberrante, al tiempo que triste y frustrante, ha sido ver la pasividad del agente de policía. No me cabe duda de que podría haberlo reducido, nuestras fuerzas de seguridad están sobradamente preparadas, pero ¿a qué precio?

Sin duda alguna, habría sido centro de ataques mediáticos y sociales, su nombre y cara habría aparecido por doquier. A esto se suma el enemigo que tienen en casa, el propio ministro del Interior que, en incontables momentos y situaciones, no sólo ha dejado a nuestra policía a los pies de los caballos si no que, también, se han encontrado con hostilidades laborales por mostrarse críticos con las situaciones a las que están sometidos. Si cualquier policía actúa como debe… se Marlaska la tragedia. No es el primero ni será el último, a menos que no cambie el rumbo político. El mismo día tuvo lugar otra agresión brutal en Zaragoza a un Policía Nacional, es ya diario.

Me pregunto qué más deben soportar nuestros policías. Cuántas vejaciones, cuántos golpes, cuántas heridas… Pero más a menudo me cuestiono, ¿hasta cuándo los ciudadanos aguantaremos impávidos este espectáculo al tiempo que somos igualmente sacrificados? Naturalmente, el fin está maquiavélicamente bien urdido por esos socialcomunistas de puño en alto. No es nuevo lo de desestabilizar a la sociedad para que cuando ésta diga basta puedan lanzarse a acusar de la violencia a quienes decidan son los enemigos. Ya lo han hecho en el pasado, la diferencia es que ahora no son jóvenes burgueses emocionados por la palabra “revolución”, ni tampoco trabajadores adoctrinados por los primeros, no son los huérfanos de la sociedad encandilados por las mentiras de Lenin o Stalin, aunque crean que sí. Ahora, han despertado a una bestia más grande que ellos y la han traído a occidente; sin medidas, sin control, han importado África…y África es lo que van a tener. Cuando quieran pararlo mucho me temo que no podrán, han escogido a un cómplice que no conocen, un cómplice que no se va a someter a su “revolución social” porque su revolución es otra.

No se me asusten queridos lectores, no me tachen, aún de nada. Esperen (como en las películas de Marvel) hasta el final de los créditos. No soy una experta, pero el haber crecido entre historiadores, antropólogos, etnólogos, sociólogos y tener familia que ha vivido en ese maravilloso continente puedo decirles, sin rubor alguno, que todo lo que tiene de fascinante África lo tiene de peligroso. Es el continente más duro de todo el planeta. La ley del más fuerte impera con una fuerza que hasta que no lo ves con tus propios ojos, no logras hacerte una idea. El débil no tiene ninguna posibilidad. Naturalmente, no toda la población es así, pero la minoría violenta (una minoría que sería mayoría en occidente) es feroz y devora sin piedad a poblaciones enteras, pero no lo verán en los medios a menos que la élite globalista quiera parecer un buen samaritano, como cuando organizaron ese “bring back our girls”, cuando Boko Haram secuestró en Nigeria a 276 niñas, de las cuales 219 permanecían en paradero desconocido dos años después. Una campaña y después SILENCIO. Los secuestros han continuado, los asesinatos también…pero ya no hay hashtags, no hay noticias, no hay campañas.

A estos violentos se ha sumado, a lo largo de los años, un ingrediente fatal: los grupos islamistas, sí, como Boko Haram que he mencionado. ¿Qué porcentaje de esta gente está pasando a diario, sin control, nuestras fronteras? El subinspector de la Policía Nacional, Alfredo Perdiguero, declaró hace unas semanas que: “La banda del botellón es un grupo organizado de magrebíes que amenaza la seguridad de Madrid”, declaraciones que no son del gusto del Gobierno, ese gobierno que acusa a un rey de algo que ni está imputado, porque el “presunto” es un privilegio de algunos.

La policía sabe lo que hay, sabe a lo que se enfrenta, sabe el peligro al que está sometida la población… pero no puede actuar como debería ni con la profesionalidad y el entrenamiento recibido. Menos aun cuando las leyes son laxas con algunos y duras para otros. Recordemos, por ejemplo, los dos detenidos (de origen magrebí) en relación por la violación múltiple en Formentera, a una joven de 19 años, que están en libertad condicional sin cargos; o cuando la Audiencia de Barcelona dejó en libertad provisional a los tres condenados por violación en Manresa (dos se fugaron) …Mientras que el hombre de 77 años que mató a un ladrón sigue en prisión sin fianza.

El delincuente, la gentuza, se siente intocable. La prueba de ello es la actitud del magrebí que ataca al policía incluso después de haberse identificado y le reta a que le ponga la mano encima. Vemos cómo crece a diario la violencia. El machete es arma habitual ya en España mientras que las violaciones aumentan y son las propias feministas de salón, del Ministerio de Igualdad quienes callan si los acusados son ilegales o de más allá de nuestras fronteras, pero no dudarán en organizar aquelarres mediáticos para todo aquél que no se ajuste a ese perfil.

¿Qué haremos con toda esta ponzoña social que se siente cada vez más fuerte e intocable? ¿Qué haremos cuando los que entran impunemente empiecen a responder a la voz del amo islamista? Algunos se dejan llevar y señalan a la propia policía, entran a formar parte del juego, ese concienzudo juego, el de poner en contra policía con ciudadano, cuando el enemigo y el cómplice son otros, pero ya va bien, de eso se trata, del divide y vencerás. Debemos tener claro que las leyes se han de endurecer, que los violentos no pueden salir impunes y que los criminales extranjeros deben ser expulsados de territorio nacional y pugnar para que cumplan condena en sus países de origen, en esas prisiones donde no hay piscinas, gimnasios ni paguitas.

Tenemos que concienciarnos que las Fuerzas de Seguridad no son el enemigo, que se juegan mucho por poco, que están siempre ahí haciendo de tripas corazón, aguantando estoicamente los embistes, muchas veces siguiendo órdenes que no pueden evadir. Quizás, es cierto, deberían dejarse de TikTok, ser afable pero distante, cambiar ese policía amigo por uno que, efectivamente, está para proteger y servir, pero cuidado con la palabra amigo, porque mandar a tomar viento a un amigo es más fácil que denostar a alguien que tiende la mano, pero tiene la otra lista por si te pasas. Los cuerpos de seguridad deben volver a tener la potestad que merecen para ejercer su trabajo.

Desde estas líneas, todo mi apoyo y admiración a nuestros cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, al tiempo que envío todo mi desprecio a los delincuentes que campan impunemente a sus anchas tras sus perversos actos, incluyendo a quiénes los protegen por acto, obra u omisión. Endurecimiento de las penas y expulsión no son cuestiones de racismo o xenofobia, son cuestiones de Seguridad Nacional.

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