Para el día de hoy, tenía pensado hablaros de otra cosa, pero, dadas las circunstancias, es imposible no dar mi opinión con respecto a toda la patética situación vivida en Valencia, a pesar de que los medios de comunicación estén saturados con el tema. No obstante, la indignación que tengo es tan grande que me veo obligada a compartirla.
No es la primera vez que la zona del Levante sufre el azote de unas tormentas devastadoras; basta con tirar de hemeroteca para informarse un poco, así que no voy a realizar un desglose detallado, por mucho que insistan en asegurar que lo sucedido es, como dijo la inepta de Margarita Robles, algo que no ha pasado en 5000 años… ¿Realmente se piensan que el ciudadano es idiota?
Claro que ha sucedido; la diferencia radica en que, al contrario que últimamente en general y esta semana en particular, las autoridades pertinentes actuaron en los tiempos y formas adecuados. En la actualidad, contamos con cada vez más gente incompetente dirigiendo las instituciones vitales para el buen funcionamiento de un país y de una sociedad. España tiene unas cargas contributivas abusivas que, lejos de ser utilizadas para servir al ciudadano, se utilizan con el fin de alimentar la monstruosa hidra política y a todas sus cabezas, sean del color que sean. Una de estas múltiples cabezas es el Estado de las Autonomías, que es ineficiente, cara y que supone, además, un consumo de recursos inasumible, así como la asfixia tanto económica como personal para el ciudadano.
Por otro lado, en el día de hoy nos encontramos frente a un monstruoso peligro social: ese globalismo que cuenta como su arma más mortífera con la “Agenda”. Bajo el pretexto ecológico, se han dejado de limpiar veredas, cauces de ríos y montes; algo que resulta no solo muy alejado de ser ecológico, sino que, además, es devastador tanto para la naturaleza como para los seres humanos. Una vez más, lejos de encargar la tarea de normales rurales y ecológicas a personas realmente conocedoras sobre el tema y, más importante aún, alejadas de todo interés político y/o económico, se ponen a incapaces neófitos en la materia, los cuales sirven a los intereses de esa élite que, en este globalismo y su agenda, ha visto una nueva forma de enriquecerse, con menos inversión y a costa del ciudadano.
Me temo que la “mala gestión” que hemos vivido en los últimos días, por loco que parezca, ha sido orquestada intencionadamente. Interesa la destrucción, las muertes y las enfermedades para justificar el llamado “cambio climático”, fenómeno que mucha gente está aceptando, hipnotizada por ese oráculo de Delfos moderno: la televisión y sus sacerdotisas, las furcias mediáticas que, a través de propaganda ininterrumpida, sirven a ese poder del que ya he hablado con anterioridad. Sirve, asimismo, para seguir alimentando al engendro farmacéutico, donde hay tantos intereses.
Además, estas mismas furcias ya están orquestando la vacunación por motivos epidémicos. Veremos si no va seguido de la aniquilación de animales, control de zonas, sea por la peligrosidad que sea, y vaya usted a saber qué bacterias o virus pueden aparecer en un futuro a raíz de esta desgracia. Huelga decir que estas catástrofes llevan al ciudadano a pérdidas económicas inasumibles, lo que resulta en una mayor dependencia del Estado, al tiempo que crea una nueva forma de síndrome de Estocolmo del propio ciudadano respecto a sus gobernantes.
La clase política ha tardado cinco días en movilizar efectivos para acudir a las zonas afectadas. Cinco días después, a pesar de que se está empezando a mover la maquinaria de ayuda, esta sigue siendo insuficiente. Todos ellos tienen la desfachatez de declarar que la gente no entiende cómo funciona el mecanismo para poner en marcha a los militares y otros efectivos ante estas situaciones, su Majestad incluida. ¡Qué ignominia! Cuando tanto México como Marruecos sufrieron un desastre natural hace un tiempo, apenas se tardaron 24 horas en poner en marcha las labores de rescate, en las que medios y todo tipo de ayuda pusieron rumbo a esos países.
Que no me vengan con cuestiones burocráticas de competencias ante una emergencia humanitaria como la que se está viviendo en Valencia, cuando está tipificado a nivel constitucional que el Gobierno puede tomar las riendas de cualquier situación que altere la normalidad, como son las catástrofes naturales que afectan a los ciudadanos. Así lo hicieron durante eso llamado pandemia, sin que les temblara el pulso. Entonces, sí que había efectivos para controlar a las personas, delimitando zonas, movilizando a la UNE y otros equipos y servidores públicos.
Este Gobierno es, sin duda, el más mortífero a todos los niveles de la historia de España. Un gobierno corrupto que aplica cargas contributivas por doquier, hasta puntos inasumibles para muchos ciudadanos, y que está dejando que la delincuencia callejera llegue a niveles jamás vistos, gastando dinero a espuertas y regalándolo a otros países, al tiempo que empuja a grandes fortunas, vitales para el buen funcionamiento de un país, a dejar nuestro territorio. Eso sin contar que está encabezado por un sombrío personaje cuya psicopatía narcisista, soberbia y avaricia saltan a la vista, y cuyos acólitos son más tontos, pero con un notable apego a los siete pecados capitales.
Es el momento del cambio, de arrasar con el sistema político y empezar de nuevo. Ese es el clamor actual de la sociedad, pero ¿cambiar a qué? ¿A quién? ¿Quién tiene un programa de verdadera soberanía nacional y, más importante, quién tiene el valor suficiente como para plantarle cara a este sistema, rompiendo a su vez las cadenas con ese monstruo de Frankenstein que es la Comunidad Europea y su tan deleznable Comisión Europea? Sin esto, es imposible poder avanzar.
Señoras y señores, tiren de hemeroteca e infórmense. Sin ir más lejos, podemos recordar ese 2019, donde yo misma estuve realizando labores de ayuda, limpieza y retirada de barro. ¿Recuerdan cómo el agua, los detritos y el barro se estuvieron comiendo calles, casas y negocios? ¿Qué ha pasado con esas zonas y esa gente? También la población se volcó con sus compatriotas, pero, después de un tiempo, se dejó de hablar de ello y también se olvidó toda esa ayuda ciudadana y la indignación que hubo.
Línchenme si lo consideran oportuno, pero esto también sucederá, de igual modo que ha sucedido con la indignación por toda la violencia psicológica sufrida durante la pandemia, la corrupción derivada de la misma y los daños colaterales de ese negocio llamado vacuna, que está llevando a muchísima gente a una muerte certera. Depende de ustedes decir basta; depende de nosotros, con pequeños gestos diarios… De esto ya hablaré otro día.
No me queda más que dar mi sentido pésame a quienes hayan perdido a un ser querido, además de felicitar a todos los ciudadanos que han hecho y hacen una labor humanitaria encomiable durante estos días. Espero que esto no se olvide nunca y sea el cambio que necesitamos: una unión social que precisamos para poder cambiar el sistema de paniaguados inútiles que se encuentran en todas las instituciones, sean del color político que sean.
Hay que cambiar la política por el sentido común de siempre