
El cardo de leche, también conocido como el cardo mariano –Silybum marianum-, es una planta herbácea nativa de las riberas mediterráneas y Asia, que ya es cultivada y se ha propagado por el mundo entero. Es de los productos más populares y de mayor venta en cualquier establecimiento de suplementos y de salud natural.
Pero el cardo mariano, que en su estado natural puede crecer hasta los 3,5 metros de altura, es también una ‘mala hierba’ con niveles de micotoxinas altísimos. Las micotoxinas -T2- son sustancias venenosas producidas por hongos. Su ingestión puede causar daños severos, e incluso la muerte. Es decir, una de las plantas más tóxicas que existe es a la que debemos ‘confiar’ uno de nuestros órganos vitales más nobles de nuestro cuerpo. ¿Cómo explicamos eso?
Un fenómeno similar al cultivo y a la propagación, si puede decirse, detrás del uso medicinal del cardo mariano, es lo que pareciera estar ocurriendo con la multiplicación masiva, viral -y virulenta- del paleoconservadurismo, una de las vertientes del movimiento conservador, o de derechas, más radicales que existen actualmente.
El prefijo ‘paleo’, del griego palaiós, que significa viejo, antiguo, es una manera en que los que se identifican con esta vertiente ideológica se separan de las otras corrientes conservadoras, alegando que ellos, los paleoconservadores, son históricamente los más puros y los más tradicionalistas.
A lo largo de este análisis vamos a utilizar la abreviación ‘paleocon’ para hacer fácil el entendimiento de este concepto tanto en política como en la reñida batalla cultural. El movimiento paleoconservador tiene sus raíces en el siglo XVIII, en la época en que los Estados Unidos era una república recién nacida. Pero, en realidad, los paleocons no tuvieron un lugar propio en la política estadounidense hasta los años 40, cuando resurgen después de una larga ausencia para oponerse a la política internacional de Franklin D. Roosevelt. ¿En qué consiste esta filosofía ideológica? El movimiento paleoconservador tiene sus raíces en el siglo XVIII, en la época en que los Estados Unidos era una república recién nacida. Pero, en realidad, los paleocons no tuvieron un lugar propio en la política estadounidense hasta los años 40, cuando resurgen después de una larga ausencia para oponerse a la política internacional de Franklin D. Roosevelt. ¿En qué consiste esta filosofía ideológica?
Los paleoconservadores son, en primer lugar, profundamente nacionalistas. Con respecto a cualquier conflicto bélico, son aislacionistas y defienden, por encima de todo, las tradiciones cristianas protestantes. En lo económico, los seguidores de esta corriente suelen practicar un capitalismo proteccionista, lo cual, explican, es una manera en que el gobierno ha de proteger el libre mercado de las garras de las potencias extranjeras. Otra de las características de los seguidores del movimiento paleoconservador es que son altamente ‘paternalistas’, una terminología que rechaza el individualismo en pro de una sociedad donde, de acuerdo a una jerarquía económica, se tenga la obligación de subvencionar a los más necesitados.
Los paleoconservadores son tajantemente antisemitas y se oponen a la existencia del Estado de Israel. En cualquier conflicto del Medio Oriente, como el que se vive actualmente desde la masacre del 7 de octubre, se ve claramente que los paleocons se adhieren a la causa pro-Gaza. Una de las figuras, en la edad moderna, que ha sido el vocero más conocido de este renacimiento de ideas paleoconservativas en las últimas décadas es Pat Buchanan. Patrick Joseph Buchanan, nacido en 1938, merece, sin duda, su propio ensayo. Pero, brevemente, diremos que Buchanan es un político, periodista, editor y comentarista que ha mantenido abiertamente su postura paleoconservadora por más de cinco décadas.
Volviendo al tema de Israel, fue Pat Buchanan quien dijo que Capitol Hill en Washington, DC, era ‘territorio israelí’ en suelo americano y no precisamente como una virtud. Los paleocons han sido opositores a cualquier ayuda económica a Israel, confirmando así su desdén al pueblo judío y su posición como aislacionistas. Personajes tan mediáticos, y en mi opinión muy tóxicos, como el periodista Tucker Carlson, la diputada por el estado de Georgia Marjorie Taylor Greene, la comentarista afroamericana Candace Owens y los ‘podcasters’ como Nicholas ‘Nick’ Fuentes y Alex Jones, se consideran a sí mismos paleoconservadores. En España, César Vidal sería un buen ejemplo.
En mi caso personal, como mujer judía, me es imposible identificarme con esta corriente de la doctrina conservadora, por razones más que obvias. Sin embargo, coincido con ellos en la oposición al aborto, por ejemplo. Y es que, al igual que sucede con la analogía que he expuesto del cardo mariano, todos los que somos conservadores vamos a coincidir en mucho de lo que se quiere defender por parte de los conservadores tradicionalistas. Yo, entre otras cosas, igualmente coincido en lo nocivo que es el fantoche multimillonario del ‘cambio climático’ o la Agenda 2030.
El movimiento paleoconservador ha hecho, en los últimos pocos años, una metamorfosis muy complicada. Los jóvenes de la Generación Z, en su infinita fragilidad e ignorancia, y en su perenne búsqueda de identidad y propósito, se han adherido a esta doctrina como lapas. El único conocimiento que tienen de los paleocons es lo que han, mayoritariamente, aprendido en redes, y esta difusión mal construida de las derechas extremas ha provocado que el conservadurismo, en líneas generales, se diluya y se deforme. La gran mayoría de estos activistas y políticos son creados por los mismos usuarios de las redes sociales, que han convertido cada intervención o cada sandez que dicen en ‘trending topics’ con difusión máxima de arroba en arroba.
Dicho esto, creo yo que lo menos relevante aquí es cuál es o no la ideología política favorita. Lo más urgente es el saneamiento moral e intelectual de una sociedad que pueda levantarse con valores judeocristianos, por supuesto, pero que rechace a cualquiera de estos charlatanes que no tienen la menor idea -o sí- del daño que hacen. Un legado que puede costar carísimo a la civilización occidental que conocemos hoy por hoy.
En su clásico Juan de Mairena, publicado en 1936, el poeta y escritor Antonio Machado -1875/1939- escribió: «Imaginad un mundo en el cual las piedras pudieran elegir su manera de caer y los hombres no pudieran enmendar, de ningún modo, su camino, obligados a circular sobre rieles. Sería la zona infernal que Dante habría destinado a los deterministas -deterministas se llamaban a sí mismos los que creyeron en una doctrina filosófica que sostiene que todo acontecimiento físico, incluso el pensamiento y las acciones humanas, están causalmente determinados por la irrompible cadena causa-consecuencia, predestinando el estado actual de una persona o una circunstancia a que, de esa misma manera en que vive hoy, continuará viviendo siempre-. Políticamente, sin embargo, no habría problemas. En ese mundo todos los hombres serían liberales; y las piedras… seguirían siendo conservadoras”.
Pero con mil respetos a Don Antonio, que en gloria esté, creo yo que una civilización equipada intelectual y espiritualmente para conversar hasta con las piedras podría, sin miramientos, con contundencia, aunque sin carecer de fundamento y compasión, decir: sí, este es vuestro justo lugar. Imaginen un destino donde puedan, piedra a piedra, construir un mundo nuevo, edificar bondades como templos y reconstruir, incluso desde sus cenizas, una civilización –casi- perdida.

Periodista. Escritora. Co-editora de «Crónicas Patriotas.»
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