Una Copa, una despedida y un orgullo en movimiento

El viernes se pudo ver cómo un club, un entrenador y, sobre todo, una plantilla, se convertían en leyenda en una competición. No todo en esta vida es el Barça o el Madrid, ni tampoco Messi. Hoy en día hay jugadores más sacrificados y que defienden un escudo por encima de todo. Claros ejemplos los vimos el viernes con Jesús Navas y Éver Banega. Este último se despide dando un recital de asistencias claves, de esas que valen un título. También vimos la consagración de De Jong, que vino con la duda de si funcionaria o no y ayer dejo claro que sí, que funciona. Bono volvió a demostrar que un segundo portero, en una plantilla programada para que jueguen todos, tiene que ser un portero con calidad y él lo es.

El Sevilla comenzó perdiendo. El Inter se adelantó por medio de un penalti de Lukaku, pero el Sevilla no quería tirar la final y consiguió el empate por medio de De Jong. Tras el empate, el equipo hispalense fue a mejor y otra vez, De Jong, tras una falta botada por Banega, adelantó al Sevilla. Poco le duraría la alegría a los de Lopetegui; Godín empató para los milanistas. Una primera parte frenética, donde los dos equipos demostraron por qué estaban en la final.

Tras el descanso, los dos equipos seguían con sus diferentes estilos: los hispalenses con un juego más directo, mientras que los milanistas empleaban un juego mucho más técnico, dejando además en el banquillo a jugadores como Alexis o Eriksen, que salieron en los minutos finales. Los dos entrenadores manejaban sus máquinas casi a la perfección y digo casi porque, con el paso de los minutos, las piernas no funcionaban igual y se jugaba más de corazón que otra cosa, como debe ser en una final tan importante. Bono salvó a los hispalenses en un mano a mano contra Lukaku y dejó su sello en la final. En una jugada aislada tras un saque de esquina, Diego Carlos remató de chilena un balón despejado por la defensa milanista y Lukaku desvió para dentro el balón a su propia portería.

El Sevilla, ya por delante en el marcador, fue mejor. No dejó al Inter opciones para poder sobreponerse, pues los de Lopetegui ya tienen mucha experiencia en este tipo de finales. Controlaron el juego, no dejando al Inter opciones de crear ocasiones de gol. El partido llegó a su fin con jugadores que fueron sustituidos, como Ocampos, llorando al ver cómo el título ya era para el equipo sevillista.

Para mí, la mejor forma de acabar una temporada, aparte del título, ha sido ver cómo un entrenador como Lopetegui, muy criticado en estos últimos tiempos, al fin tiene un reconocimiento con un título, además con un equipo tan grande de corazón como el Sevilla. Ya son seis para el Sevilla, rey de la Europa League, que además despedía a Banega, un mago sobre el césped, y con un Jesús Navas, que levantó por fin como capitán un título con el equipo de sus amores. Este Sevilla ya era leyenda, pero ahora se puede decir que está en el Olimpo de los clubs más prestigiosos del mundo.

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