Farándula

Podría parecer prometedor, pero resulta doloroso, desesperante, más de lo mismo. Según Rocío Niebla, que firma la crónica para el Diario.es, “el rock se une para frenar el fascismo”. Con un enunciado tan rotundo, quien esto suscribe confiaba en que se refirieran, si acaso, al supremacismo racista catalán. Me equivocaba, ¡ingenua de mí!

Más de 1300 músicos se suman a un manifiesto, presentado en el Auditorio Marcelino Camacho de Comisiones Obreras. Convive en el tiempo con un indulto colectivo, considerado inaceptable por el Tribunal Supremo. Leer el contenido provoca sonrojo, cuando no incredulidad. ¡Qué gratis sale la palabra “fascista” y con cuánta fatuidad se utiliza! Citaremos aquí algunos nombres. No les molestará, puesto que sacan pecho: han estampado su firma desde un crecidito Miguel Ríos hasta Santa Rozalen de todos los santos, pasando por La Polla Records y Boikot a toda marcha. Antonio Pérez Henares se la ha jugado en solitario, que es lo difícil. Acaba de publicar una definición de los autodenominados antifas, y cito abreviadamente: “dícese del movimiento fascista totalitario y liberticida… que se atribuye la autoridad moral de yugular a todo aquel que se le oponga y señalarlo como fascista”.

Los 1300 del rock hablan de sí mismos como si fueran una gran familia ideológicamente afín. Si tú eres el guitarrista de los Rolling Stones, pongamos por caso, asumes el pack completo. Que te hayas hecho rico en virtud de las leyes del mercado (talento, millones de copias vendidas) es lo de menos. Según el manifiesto, “las élites económicas” y “el fascismo” son todo uno. Se confiesan los rockeros víctimas (un estatus de muy buen tono) de repudio, en tanto que colectivo homogéneo. No se sabe quién los repudia, más allá de un “ellos” indefinido, en forma de comodín. Aseguran que vienen a decir “verdades” (¿qué verdades?) y a “denunciar desigualdades”. Tenemos que ser “iguales” en el universo de la diversidad sexual, racial, incluso gastronómica.

Declaran que fascismo es el negacionismo del cambio climático, la xenofobia, el machismo. Yo, (afirma una), como mujer lesbianaYo, (sigue otro), como padre de hijo trans… Parece un collage para vivir unas jornadas, en primero de la ESO, o el catálogo del departamento de turno. Todo empezó, por lo visto, con un tweet de Pablo Iglesias, el disparue. Unas declaraciones de Vox fueron el detonante. Se llaman a sí mismos “tribu” y hablan de “empoderarse”, de levantarse “ante tanta mierda”. Por lo menos sacan a pasear la guerra del Vietnam y no la civil. El futuro será femenino, nos dicen, o no será. Francamente no sé qué significa eso. Escuchamos las letras de sus canciones con un par de calimochos de más y no nos concienciamos. Digo yo que se refieren a la niña de Rajoy…

Ni una palabra sobre los ingredientes de la anhelada pureza racial en una zona del país, sin atender a  la más elemental decencia. Estos señores del rock-and-roll levantan el crucifijo y riegan con agua bendita al vampiro equivocado. Empezó Jordi Pujol, en su libro “la inmigración, problema y esperanza de Cataluña”. Según él, “el hombre andaluz es un hombre destruido, poco hecho, que hace cientos de años que pasa hambre y vive en un estado de ignorancia y de miseria mental y espiritual”. El pobre George no ha oído hablar de Federico García Lorca, de Manuel de Falla, de Juan Ramón Jiménez. Tampoco de Velázquez, de Picasso, de Rafael Alberti. Julio Romero de Torres era pintor de brocha gorda y Séneca analfabeto. Carmen de Burgos, Victoria Kent, María Zambrano… estas nada, si se comparan con Borrás o Raola.

No se quedó corto Artur Mas, cuando alababa la excelencia de los alumnos catalanes, en su nivel de español. Los comparaba con los estudiantes de Sevilla o La Coruña. Andaluces y gallegos, al parecer, hablaban tan mal la lengua común, que no se les entendía. Lo afirmaba con su palatal tonillo de superioridad. Ignorando la riqueza de acentos y modalidades del español de la península, así se las gastan los popes del independentismo. A un lado, Catalunya lliure; al otro, la España represora. Todo un glosario de detritus ideológico acabó por arruinar la convivencia: secuestraron la libertad barrio a barrio y modularon las conciencias como arcilla en sus manos.

Fueron todo lo lejos que se podía ir, especialmente Puigdemont, que se instaló en Waterloo. No había ley que reconocieran ni orden que respetaran. Malversaron fondos, (el tribunal de cuentas reclama casi 6 millones de euros), violentaron a la mitad de los catalanes, negaron a millones de españoles consanguíneos. Fugados aparte, acabaron pagando. Algo aprendieron, a pesar de todo. El marco legal y sus custodios deberían protegernos de las arbitrariedades de un gobierno. Una maquinaria engrasada funcionó y dictó sentencia. Los delitos juzgados eran de gravedad extrema, en cualquier país civilizado. Mutatis mutandis, los rezos diarios de Junqueras dieron, por fin, su fruto. Sánchez, que es hombre de palabra, ha saldado su deuda: la contrajo para instalarse en el Palacio de la Moncloa, no para seguir en él.

Sobre estos hechos los antifas del rock y rollo no se pronuncian. Son los héroes del silencio aquiescente. Es fácil imaginar lo que iban a decir: derecho de autodeterminación y no se hable más. Al rey, en Cataluña, se lo recibe levantando una guillotina de tamaño natural. Al tiempo, Aragonés y la Colau disfrutan de un buen almuerzo en compañía regia. Los indultados se indignan por serlo y los indultadores reparten fruta caramelizada: prometen que la prebenda es reversible.

Y es que el reducto facha, lo que se dice facha, está en la Catalunya de los 9 y simpatizantes. Un periodista capcioso le preguntaba a Cayetana si la alternativa al indulto era mantener a la mitad de los catalanes en la cárcel, dando por hecho que tenemos a tres millones de personas en prisión. Mal que bien, se había apuntalado un edificio que amenazaba con sepultarnos. Torra solo se atrevió a cobrar el sueldo. Quedaba mucho por hacer y muchas letras por escribir, firmadas por Trapiello, Cercas y otros. El clamor popular del día 13 de junio no lo escuchó “la tribu”. Como diría un rockero que se precie, a Sánchez “se la suda”. Podían organizar un crowdfunding, para que los del Prusés no paguen de sus bolsillos.

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