Es habitual en mis artículos hacer alusión a aquello de que en la política actual prima por encima del ser el aparentar. Porque en un mundo en el que las apariencias mandan alguien que aparenta lo que no es tiene todas las garantías de triunfar por encima de aquél que sí es pero no lo aparenta. Estamos, pues, ante un escenario de autoengaño social conformista, complacista y con pocas perspectivas de conseguir objetivos como sociedad saludable. Ya hay partidos políticos que han jugado tan bien a aparentar que se permiten el lujo de decidir por todos lo que es mejor para el conjunto, perjudique a quién perjudique y sea quién sea el que pague la factura. Las consecuencias no son importantes, porque aparentemente es lo mejor. ¿Para qué analizarlo?
Y dentro de este “nuevo mundo” al que hemos llegado en pocos años de mano en parte de la tecnología, nos encontramos con que las redes sociales, en vez de suponer un espacio de liberación, de libertad de expresión y de debate se han convertido, por una parte, en un escenario en el que se censuran expresiones si no son acordes con la línea que te marca la propia red en base no se sabe del todo bien qué criterios, pero por otra en un escenario en el que lucirse, en el que el auto postureo mediático es el síntoma más inmediato de una sobre exposición a una ficticia realidad que nos hace a todos guapos y felices, siempre intentado serlo por encima de los demás.
Esta deriva pseudo narcisista y autocomplaciente tiene sus serias repercusiones en los deseos de los internautas de autodefinirse, auto reivindicarse y presentarse ante los demás bajo las caricaturas de uno mismo en selfies imposibles que no pocas vidas han costado ya en esos intentos por conseguir la foto imposible. Esto ocurre de una forma mucho más acuciada en los más jóvenes y no es por casualidad, sino por la causalidad de que son los más manipulables a modas y a riesgos, a enfrentar la vida y darle sentido a través de instrumentos de diseño fácil que los culmina en personas con un alto grado de una madurez de la que casi siempre carecen y enarbolar un ego del que casi nunca disponen, pero que las redes les proporcionan.
Conseguir un “like” es algo así como un chute de positivismo que alimenta ese ego, casi como el efecto de una droga que condiciona el éxito personal siempre a lo que los demás den como respuesta a una apariencia ficticia e incierta. Basada en hechos reales, sería el subtítulo acertado del thriller de esta carrera por gustar dónde, como bien decía mi profesor de audiovisuales en la Universidad, los hechos reales en los que se basan los filmes son tan básicos que el resultado final con el añadido por el guionista es más ficción que “La guerra de los mundos”.
¿Y a qué viene todo esto? Pensarán muchos de los lectores. La respuesta es bien sutil. Lo que en origen fue ya no lo es. Lo que era un uso tecnológico que nos llevaría a la máxima expresión de la comunicación y la libertad de expresión se ha convertido en la cárcel de una comunicación sesgada y manipulada, hasta en la más mínima expresión del propio “yo” que los internautas necesitan vender. Y esto, tiene sus repercusiones en el ámbito de la comunicación política.
Cada día me asusto más cuando veo el cultivo del “yoísmo” que hacen muchos políticos que convierten su existencia en el centro mayor de importancia de sus mensajes, por encima casi siempre hasta de las siglas del partido al que representan. Y es que tener un cargo político, sea por designación en urnas o por designación dactilar no convierte a nadie en un líder político sobre el que quizás se entendería esa forma de comunicar… hasta ciertos límites. Nadie se convierte en líder por practicar el “yoísmo” sino que ese “yoísmo” sería la consecuencia de la reivindicación de los ciudadanos sobre un líder que llega a serlo por sus acciones y por su carisma. Al líder se le busca y él o ella no es quién debe andar buscando a los demás de una forma descarada. El “yoísmo” en política no es sino una práctica de autoconsumo, del aplauso fácil de aquellos a los que ya se tiene ganados y de consolidación de aquellas marcas inamovibles del espacio electoral.
Así pues, en este enredo de las redes y la comunicación es de lo más habitual encontrar errores de tal grado que menosprecian todos los esfuerzos de aquellos que intentan demostrar su trabajo. Perfiles políticos con fotos y más fotos de tal o cuál político reunido con miles de asociaciones, sonriente, asistiendo a espectáculos, premios, reuniones, en las que el mensaje central es el “yoísmo” del propio político que no es visto con agrado por la mayoría de los que pudieran llegar a apreciarlo.
Y esto es extrapolable, especialmente, a las nuevas formaciones políticas. Todos sabemos, o tenemos una imagen más o menos claro de qué son partidos tradicionales como el PP o el PSOE. Tienen una marca consolidada y una imagen de marca social sobre la que trabajan. En esos límites es más sencillo, y lo hacen continuamente, aparentar lo que quizás no sean. Todos hemos visto en algunas o muchas ocasiones aplaudir discursos o entradas en redes sociales de comentarios o consignas que bien analizadas son para poner el grito en el cielo de tal o cuál dirigente de estos partidos. Sobreviven a cualquier escándalo.
Sin embargo, en el caso de los nuevos partidos, aquellos que no llevan una consolidación de al menos tres legislaturas con un más que aceptable porcentaje de voto, o que se encuentran en una crisis política, deben huir por completo del “yoísmo” y basar todos sus esfuerzos comunicativos en construir esos mensajes que los reivindican como marca política. Y esos mensajes deben ser absolutamente contrarios a ese “yoísmo” tan alejado de la necesaria empatía que haría hacer conectar o reconectar a los electores con esa marca “ideológica” de partido y con sus expectativas con respecto a ellos.
Y otro asunto relevante es la desconexión con el electorado. Cuando una formación política de nueva cuña defrauda tiene muy complicada su remontada, pero es que en estos casos tiene muy complicado que sus largos y, en la mayoría de ocasiones, sensatos y/o argumentados discursos, no sean atendidos por una inmensa mayoría que ha perdido el interés y que jamás reconectarán con el escenario ya descrito. Y cuidado, porque hay marcas políticas que saben esto hasta el extremo de que para intentar volver a atraer a los votantes están dispuestos a reinventarse bajo otras siglas. En algún caso hasta algún líder ha abandonado a tiempo al darse cuenta de su error estratégico y del daño ocasionado que hubiese sido muy complicado de resolver. Aunque en este caso sospecho de que igualmente la estrategia es la del descanso temporal y llegaremos a volver a verlo liderando su proyecto, que dudo que haya abandonado de su control desde a atrás.
Algunos partidos y representantes políticos no se dan cuenta, pero su permanencia en el terreno político puede estar dependiendo y mucho de dejar de hacerse esas fotos en el borde del abismo que podrían terminar con todas sus ilusiones desparramadas por una caída fruto de ese estéril “yoísmo”. Porque la partida no se juega en casa y el rival siempre lleva muchos encuentros de ventaja. Y siento mucho decirlo, pero la comunicación en algunos partidos es parte del germen de su destrucción. Ya pasó con UPyD.No hay nada más alejado de la empatía que el egocentrismo y su derivado social y político, el “yoísmo”.
Periodista, Máster en Cultura de Paz, Conflictos, Educación y Derechos Humanos por la Universidad de Granada, CAP por Universidad de Sevilla, Cursos de doctorado en Comunicación por la Universidad de Sevilla y Doctorando en Comunicación en la Universidad de Córdoba.
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