La teoría del ‘microchís’

“Terraplanistas, ya tengo la actualización de Windows instalada en forma de microchís”. “Vacunada y no me llega la señal del Wi-Fi a mi cuarto”. “Ya estoy “microchipado” por la gracia de Bill Gates”. “Negacionistas que no se quieren vacunar, pero aceptan las condiciones de uso de Facebook sin leerlas”. Estas frases entrecomilladas son inventadas por un servidor, pero pueden ser perfectamente achacables a publicaciones en redes sociales, tanto de celebridades como a personas anónimas, a lo largo de este último año.

La vorágine covidiana que estamos viviendo, al menos desde el pasado enero, tiene como uno de sus principales fenómenos la caricaturización mediática de muchas informaciones que han girado (y siguen haciéndolo) en torno a “La Vacuna”, entiéndase como tal, la del (o la) covid 19/ el SARS-COV 2/el coronavirus (o como cada uno quiera llamar al bicho en cuestión). No me atreveré a decir fehacientemente que las personas inoculadas contra el covid llevan incorporado un microchip intradérmico que aporta información personal del portador, pero ¿existe tecnología para ello? Sí, al menos para que alguien pase una PDA (Personal Digital Assistant, ‘Asistente Digital Personal’) por un chip.

El caso más recurrente es el chip que se les suele introducir a los perros. Este chip es más diminuto que un grano de arroz y tiene tres principales funciones: Identificar al dueño responsable ante posibles daños del can, controlar el censo poblacional y facilitar las labores de vuelta a su hogar en caso de pérdida o robo del can. Además, según los veterinarios, este proceso es inocuo e indoloro, realizándose junto, normalmente, junto a la primera vacuna, la antirrábica (según tengo entendido). Personalmente, creo que no se ha implantado ningún microchip en humanos a raíz de la vacunación masiva covidicia, sin que el portador tuviese conocimiento de ello. Pero lo cierto es que, según publicaciones relativamente recientes en medios de comunicación oficialistas, la implantación de microchips en humanos es una realidad desde hace años, pudiendo llegar a contener hasta nuestro testamento y últimas voluntades.

Mi creencia se basa firmemente en que, por el momento, “el microchip covidicio” lo tenemos implantado en nuestro smartphone o en otro dispositivo análogo, y que solo mediante la fallida app  ‘Radar Covid’ (aplicación adjudicada a Indra –multinacional española relacionada con la Fundación Soros- de la que únicamente un 18% de los usuarios la instalaron y, de ellos, solo un 1,2% la usaba activamente) y torticeros decretazos, órdenes ministeriales y estados de excepción encubiertos se ha podido llegar a sobrepasar ciertos límites constitucionales en lo referente a la libertad de movilidad por el territorio español. Sin ir muy lejos, el mes pasado me llegó un titular de Telecinco que afirmaba: “Lovaina, en Bélgica, identifica con pulseras a los ciudadanos vacunados con pauta completa” (Sí, “conspiranoicos microchís”).

Nuestro smartphone, lejos de los “zapatófonos” vintages, se ha convertido en un inseparable complemento de los humanos y es más fácil tener controlado a un sujeto a través del GPS de su teléfono móvil que tenerlo mediante la rocambolesca teoría del microchip en la vacuna covidicia (aunque esto sea algo que muchos tendrían unas ganas enormes de implantarlo). Mi teoría es que cada merma de nuestra libertad individual será exigida de manera voluntaria por el propio portador, ya que, previamente, el aparato mediático del sistema de turno se habrá encargado de lanzar suficientes globos sonda para sondear (valga la redundancia) a la población diana. Me gustaría advertirles a ustedes de las burbujas sociológicas más utilizadas: artículos de magnates y “filántropos” en la prensa, entrevistas pagadas con publicidad institucional, omnipresencia de un determinado gurú en todas las tertulias o, la más barata de todas, inocentes encuestas en Twitter y demás redes sociales. Los medios de comunicación comerciales suelen usar dichos globos sonda. Cuando un medio de comunicación o de información quiere conocer nuestra opinión sobre un tema, en el caso que estamos tratando, sobre la introducción de un supuesto microchip, no lo hace de forma casual, así que me da la impresión de que cuando todos los medios hablan a la vez de un mismo tema ¿es tan descabellado pensar que les marcan los temas a tratar entidades o personas ajenas al medio?

Sin irme tanto por las ramas, comentaré un caso muy concreto sobre lo que yo calificaría como “el globo sonda microchipiano”, data del verano de 2020: Una presentadora de las noticias de Antena 3 afirmaba que “para ser inmunes al virus o tener cualquier otra mejora en las capacidades físicas, muchos españoles aceptarían implantarse un chip. Según un estudio reciente, somos los españoles, solo por detrás de los italianos, con menos miedo con conectar su cuerpo al mundo digital”, el vídeo continuaba con un reportero haciendo fantasear a transeúntes con los supuestos superpoderes que querrían que les proporcionase el chip. Curiosamente, de los siete entrevistados en la calle, cuatro afirmaron rotundamente que “no” se lo pondrían, mientras que un señor dijo que “a lo mejor sí”, una señora que “depende de los poderes que me diese” y otra “sí”. Sin embargo, el estudio que muestra el reportero dice afirmar que ocho de cada diez españoles sí que estarían dispuesto (¿infortunio o manipulación?).

En fin, puestos a imaginar superpoderes del microchip en cuestión, me pido poder respirar correctamente con la mascarilla puesta todo el día… Como persona que tiene una cosmovisión lo más humanista posible de la realidad, no concibo la implantación de métodos digitales/electrónicos en mi templo, que es mi cuerpo, ya que el ser humano tiene como finalidad la libertad, mediante la verdad (no al revés). Tener tecnología suficiente como para “chipar” a humanos de por vida (irreversiblemente) no es un buen concepto del progreso, considerando que esto dañaría nuestra intimidad y dignidad, asemejándonos a un rebaño de ovejas o a la población recluida en un campo de concentración nazi o soviético.

En conclusión, esta Navidad habrá numerosos problemas de logística, como todos los años por estas fechas. Pero lo único que el Estado te garantizará será la tercera dosis covidicia, llamada jocosamente «la actualización del software ‘Microchís’». Y es que, En España, no es obligatorio que los perros lleven un microchip incrustado intradérmicamente, pero estoy convencido de que muchos dirigentes y palmeros mediáticos desean, al menos, que todos los españoles tengamos un código QR (“microchipado”) en el móvil para poder hacer vida normal tras la crisis sanitaria del coronavirus, que acredite nuestro alto grado de servilismo con unas personas e instituciones que nos han mentido descaradamente desde el primer momento.

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