El enemigo número uno

El enemigo número uno de la libertad de expresión es la mal llamada “corrección política”, pero ¿qué entendemos por dicho término? ¿Pensamos que se trata únicamente de que los políticos sean respetuosos durante sus interacciones? ¿Es acaso una norma no escrita para no insultar a los oponentes y evitar así que estos se sientan mal? Claro que no, aunque algo tiene que ver. La corrección política pretende ir muchísimo más allá.

Algunos nos dirán que este término y su significado partió desde la escuela de Frankfurt como solución al problema que dicha escuela marxista sostenía entre sus vanagloriados integrantes. Y es que, la verdad era que como buenos marxistas se peleaban bastante. De esta manera, tuvieron que acometer una solución para poder avanzar en su idea de extender un nuevo marxismo sin mayores dificultades. Se les hacía muy necesario solventar una fórmula que les permitiera recabar el alcance de acuerdos para que el malogrado marxismo europeo de los años treinta del siglo pasado pudiera subsistir y volver a crecer. Esta es la piedra angular sobre la que se asienta la corrección política.

Los frutos de este pacto silenciado comenzaron a recogerse en Europa con más intensidad a partir de la década de los años 70, donde socialdemócratas y conservadores pasaron por el aro del nuevo marxismo establecido; “el marxismo cultural” que, ya es un hecho. La habilidad del socialismo para aprovechar cada oportunidad, por ínfima que resulte, para adaptarse a cada coyuntura, a cada situación y a cada fase social es la mejor muestra de oportunismo que he podido encontrar desde que estoy estudiando. Cualquier fenómeno social que ocurra les viene de maravilla para instrumentalizarlo en busca del poder. Theodor W. Adorno, integrante de la escuela de Frankfurt, advirtió de que no se podía destruir la tradición sin antes ser sustituida por otra cosa. Y esto es lo que ha incitado a la ingeniería social a moverse sin que se note. Esta es la tarea que el social-comunismo recalcitrante persigue hasta nuestros días. A beneficio de unos pocos.

La “corrección política” nacida de la ideología progresista es una máquina de manipulación constante. Es capaz de mutar y de distorsionar la realidad. Esta consigue convertir en culpable a cualquiera que no comulgue con sus dogmas de fe, a todo aquel que discrepe de sus argumentaciones y fronteras ideológicas, a aquel le espera el señalamiento, la acusación y el aislamiento. Porque nada puede interponerse a los intereses de esta máquina, nadie puede poner palos en sus ruedas cuando esta ha alcanzado el poder. Se regocija en su ego y alienta a tus emociones dando lugar a una forma flagrante de totalitarismo donde dejará de existir la razón. Y no te darás cuenta de que los valores que tenían en tu familia ya no están en ti, se han esfumado para ser sustituidos y tenerte bien servil.

A esta altura de mi artículo, creo que ya habrás imaginado que los dogmas impartidos por el PSOE y PP en España son los mismos que los adoptados desde la corrección política, con todas sus paradojas y con los mismos intereses. Ambos se asocian en este juego e imparten dichas correcciones políticas con la excusa de imponer una sociedad más inclusiva, claro está, siempre y cuando no les toque incluir a aquellos que no les bailan el agua ni les tiran confeti al verlos pasar. Lo único cierto aquí es que incluir nunca ha sido censurar y esto es lo que verdaderamente imponen. Para más muestra, la última exclusión de Vox de los debates electorales de Castilla y León buscando acallar cualquier contestación que pueda dejar en entredicho las acciones de dos grupos parlamentarios que actúan a la par.

En Vox no necesitamos de artimañas de poca monta para dar voz a aquellos que representamos, ya que tenemos la valentía necesaria para no seguir el caminito que nos limita y hacia el destino que les interesa. Con Vox no van ni los debates cerrados ni los correctitos políticos de manta y sofá.

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