De aquellos polvos, estos lodos

Doscientas marchas a favor de los presos de ETA se celebraron el pasado sábado en distintas localidades del País Vasco y Navarra, avaladas por los tribunales bajo la libertad de expresión. Con o sin aval, la realidad es que todos los filoterroristas que desfilaron por pueblos y ciudades del norte de España jaleando asesinos, son la izquierda. Y presentes o no, apoyan, blanquean y pactan con partidos y sindicatos de esta siniestra organización criminal. La izquierda española de hoy día, tiene las manos tan manchadas de sangre como ellos. Ahora y desde siempre. 

El pasado 20 de octubre de 2021, se conmemoraba el décimo aniversario de la lectura por parte del etarra David Pla y de los otros dos individuos que le acompañaban, del comunicado en el que la banda terrorista ETA anunciaba optar por la vía institucional, haciendo lo que hasta la fecha había hecho, pero sin homicidios ni coches bomba. Proclamando a los cuatro vientos el «cese definitivo» de su «actividad armada». De su influencia en una parte de la sociedad vasca y en buena parte del arco político ni hablar cabe. Tras este maravilloso como absurdo acto, numerosos periódicos y periodistas desde la rama más progresista hasta la más conservadora, iniciaron una campaña para asignar el numerito del “fin” de la banda terrorista al entonces presidente del gobierno José Luis Rodríguez Zapatero, junto a Jesús Eguiguren presidente en la fecha del Partido Socialista de Euskadi (PSE-EE) y al ex terrorista Arnaldo Otegi. 

La idea de que el final del terrorismo fue el resultado de la compaginación del debate interno del mundo abertzale y la determinación del Gobierno dialogante de Zapatero, empezó a cobrar audiovisual y periodísticamente tanta fuerza que incluso hoy en día líderes socialistas continúan ondeando aquella farsa en mítines y campañas electorales adjudicándose la mentira y haciendo bandera de ella. El argumento mediático esgrimido, fue la clave decisión de mantener la interlocución permanente entre el presidente de los socialistas vascos, Jesús Eguiguren, y el propio Otegi. Según Zapatero, Eguiguren le comunicó que mantenía trato informal con Otegi, quien aparentemente ansiaba que Gobierno y ETA entablaran diálogo. En aquel momento, la banda llevaba un año sin matar, estaba debilitada y en la izquierda independentista vasca los discrepantes con la violencia iban en aumento. 

Evidentemente, la banda estaba desgastada y llevaba 12 meses sin matar. El valor de las víctimas, la sorprendente y heroica reacción de la sociedad vasca que dijo basta, plantó cara y se enfrentó a verdugos junto a la Ertzaintza, Guardia Civil, Policía Nacional, servicios de inteligencia, jueces y fiscales habían llevado a ETA a una UCI, en el que su derrota era cuestión de tiempo. Se procedían diariamente y cada vez con más frecuencia las detenciones, las cúpulas terroristas caían a las pocas semanas de haberse conformado. Los triunfos policiales eran continuos y las sentencias judiciales demoledoras. La cola final de la serpiente con la moral de los terroristas por los suelos, era inminente. A contracorriente de la idea de que con ETA no se podía acabar policialmente, las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado habían logrado acabar con la banda, con cientos de compañeros por el camino. 

Fue en este punto de derrota, en el cual Zapatero, Eguiguren, Otegi y resto de miserables personajes de tal estirpe acudieron a la oxigenación de los terroristas y de la banda, procurando impedir la puesta en escena del vencimiento policial de ETA y lográndolo hasta el punto de que el fin de los asesinatos se asigna ahora para parte de la sociedad española a la decisión voluntaria de ETA de renunciar a la «actividad armada» y al PSOE. La operación no puede ser más repugnante. 40 años de batalla contra la barbarie, más de 800 asesinatos, de los cuales más de 300 perduran aún sin esclarecer, dolor sin meta, ejemplos estremecedores de renuncias, kilos de valentía, de coraje, de solidaridad y desgarros de almas, envueltos en un acuerdo político entre Otegi y Eguiguren consagrado por Zapatero. 

Nuevamente, el PSOE honrando a sus desgraciadas siglas, si la banda dejó de guillotinar fue por la situación en la que la Policía Nacional y la Guardia Civil la habían sumido, carniceros acorralados y derrotados, sin cabida de ejecución salvo para eutanasiarse, algo que no estaba en los planes de aquellos desdichados a quienes el ejecutivo de Zapatero resucitó de una entrega sin límites. ETA agonizaba hasta que Zapatero hiciese que pareciera que decidía fortuitamente dejar de matar. De ahí toda la novela según la cual ETA practicaba la “lucha armada» en lugar de terrorismo y dejó de «luchar» porque quiso y a mayor gloria del «diálogo», ese mantra de Zapatero cuyo fin último es eliminar de toda esta historia a las víctimas y a la Policía.

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