Si de verdad vale la pena hacer algo, vale la pena hacerlo a toda costa

Es muy probable que, todos aquellos que suelen leer mis artículos de opinión, hoy esperen un virulento ataque al Partido Popular, aprovechando la coyuntura.

Pues no. Y ese «no» tiene dos motivos. Porque hace mucho tiempo que, en este país, se dejó de hablar de política, de la de verdad, para, simplemente, estar entretenidos en intrigas internas de aquellos que se pelean por el poder. Y porque hacer sangre con el penoso espectáculo al que asistimos, no tiene nada que ver con la defensa del interés de España y de los españoles.

Admiro profundamente la posición del Presidente de mi partido, Santiago Abascal, que, con su extrema prudencia, está demostrando una altura de miras y un compromiso por esos intereses, los realmente importantes, que está muy por encima de lo que estamos acostumbrados a ver en el resto de líderes políticos, que han dejado de ser líderes, para ser, solamente, políticos.

Mientras los demás se mantienen ocupados en juegos de tronos, mi partido y sus dirigentes siguen, sin descanso, enfocando la atención en lo realmente importante.

Por ejemplo, en que la inflación se disparó hasta el 6,1% en el mes de enero, la más alta en 30 años. Por ejemplo, en que la electricidad ha subido un 46% con respecto al año pasado.Por ejemplo, en que los carburantes han subido un 24% con respecto al año anterior. Por ejemplo, en que sufrimos una invasión masiva y descontrolada, alentada por los que quieren descomponer nuestra sociedad. Por ejemplo, en que la tasa de criminalidad se encuentra en máximos históricos. Por ejemplo, en que la deuda pública se eleva por encima del 121,5% del PIB. Por ejemplo, en que la presión fiscal en España es un 31% mayor que la del resto de la UE.

Nada de eso tiene que ver con quién ocupa qué silla en qué partido, ni con quién cae mejor a la gente. Tiene que ver con que hace ya más de veinte años el interés partidista se divorció del interés general. Y, conforme ha ido pasando el tiempo, esa situación ha derivado en el panorama político dantesco, e interesado, que sufrimos en el presente.

El gran problema es que, unos y otros, han convertido la política en un sucio negocio, en una agencia de colocación y favores, en una red clientelar fundamentada en el ego y el poder. Y el único beneficiado de esta situación es, irónicamente, el responsable de esos ejemplos que mencionaba. El peor Presidente del Gobierno de España de los últimos 80 años.

El peor, en el peor momento. Ese “personaje” vendepatrias, que legitima al partido de los terroristas miserables, mientras trata de deslegitimar al partido de Ortega Lara, se pasea en helicóptero por España, en trayectos que podría hacer en tren (en menos de una hora); justo después de acusar a Santiago Abascal de no esforzarse lo suficiente por frenar el cambio climático…

Mientras tanto, pasan de puntillas asuntos como que un atestado del Grupo de Blanqueo de Capitales y Anticorrupción de la Unidad de Delincuencia Económica y Fiscal (UDEF), apunta al “lucro injusto” que Juan Carlos Martínez, marido de la actual Directora General de la Guardia Civil, María Gámez, habría tenido en una empresa gestionada junto a sus hermanos.

O como que el Juzgado de Instrucción número 21 de Barcelona ha rechazado el recurso presentado por Ada Colau para evitar acudir a declarar como imputada y mantiene su imputación al encontrar indicios de delito en adjudicaciones a entidades afines.

Mientras tanto, no se le da la visibilidad que merece al hecho cierto de que el Tribunal Supremo vuelve a dar la razón a Vox, estimando otros cinco recursos contra el Gobierno de Sánchez, que le obligan a aportar información sobre los estados de alarma y sobre las subvenciones que otorgó a Pablo Iglesias cuando era vicepresidente.

Y es que Pedro Sánchez consigue, vez tras vez, que todos los escándalos que tienen que ver con la izquierda y la ultraizquierda pasen prácticamente desapercibidos, haciendo suya la máxima de Catulo, “pedicabo ego vos et irrumabo”.

Sólo un partido, sólo un grupo de valientes, mantienen el rumbo fijo, sin distracciones de ningún tipo, echándose a la espalda la responsabilidad de seguir trabajando en lo que ocupa y preocupa a la gente de la calle, a los padres de familia que, como yo, sólo queremos dejar un país mejor para nuestros hijos y unos hijos mejores para nuestro país. Y todo eso, mientras mantienen una actitud ejemplar en asuntos que no les competen.

Posicionamientos como este, hacen que los que pretendemos luchar por la libertad, por la vida, la familia, el bien común y la unidad de España, refrendemos nuestro compromiso con un ideario que va más allá de sainetes sobre el juego de las sillas. Vox tiene un objetivo, un objetivo claro. Volver a dar a la política un sentido práctico, el sentido que nunca debió perder.

Ese sentido práctico que va en la dirección de mejorar la vida de los ciudadanos. Y no dará ni un paso atrás en esa dirección, porque, como ya decía Chesterton si de verdad vale la pena hacer algo, vale la pena hacerlo a toda costa”.

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