Parásitos

No es la primera vez que digo que las mujeres representan la nueva clase obrera que necesitaba la izquierda. Sólo son la mitad de la humanidad, pero como instrumento es suficiente. Tampoco cualquiera engrosaba la lista de explotados en tiempos del filósofo de Tréveris. El propio Marx no era un pobre trabajador alienado, (se emborrachaba en las tabernas y se pegaba la vida padre), como no lo son los transportistas en lucha, heteropatriarcas que cuelgan en las cabinas calendarios con tías en pelotas.

Muchos hombres (y eso que son “binarios”) se alían a la causa que lidera la volcánica Irene Montero. En esto, como en todo, por sus actos los conoceréis. Los más ruidosos lo hacen por un oportunismo de telediario, arrastrados por la corriente. También para jugar al esquema especular, situándose en frente de “la extrema derecha machista”. Acaban siendo más papistas que el propio Papa. Para defender su causa colectivizadora, se llevan por delante a las mujeres como individuos. Vivimos tiempos en los que un heterosexual puede acusar de homofobia a un gay, porque no le gusta el desfile del orgullo. Con el feminismo está pasando exactamente lo mismo.

Si prestamos atención a los discursos, encontraremos las claves. La pobreza tiene rostro de mujer, declara a contrapelo alguna ONG. Lo decía en su campaña publicitaria durante la crisis de 2008 y ahora, con la invasión de Ucrania. La ministra Montero asegura que ellas sufren mucho más en las guerras que los aguerridos soldados. Allí donde había un patrón negrero, hay un cruel marido o exmarido. Allí donde había un cerdo capitalista, hay un empresario que paga más a un empleado “por ser macho”. Allí  donde hay jornada reducida (a menudo voluntaria), reina la precariedad. El día 8 de marzo es un cruce entre bacanal, exorcismo, paseo sindical y procesión de cofrades con un cristo femenino a cuestas.

Para ser pobre, a Irene Montero le va de maravilla. En plena ruina post pandémica, el jefe le ha triplicado el presupuesto. Son 20000 millones de euros y un poco más que repartirá discrecionalmente. Antes le han limpiado el forro a los contribuyentes, también a los autónomos, muchos de ellos mujeres. Trece ministerios tenía el gobierno de Mariano Rajoy. Sánchez mantiene sus veintidós, alimentando una legión de parásitos. Hay que decirlo alto y claro y sin sonrojarse: el dinero público no existe, salvo por el saqueo a la población civil. El feminismo de plutócratas es un gran negocio. Además de pobre, la mujer pertenece a una especie protegida en peligro de extinción. La violencia llamada “de género”, entendida como la que soporta “porque es mujer”, ha sido calificada de “genocidio”. Hablamos de una media de 50 asesinatos al año, eso en un país de 48 millones de habitantes. En números absolutos, por cada mujer asesinada se arrebata la vida de 9 hombres.

La mujer, pues, nace víctima, pero es todopoderosa. Como lleva a la criatura en su seno, está más cerca de la naturaleza. Es más sensible, más sentimental, más responsable. Nunca mata, no miente, no daña.  El esperma se vende barato, como un aguachirle de saldo. Donar óvulos resulta más difícil, más arriesgado, más costoso. Hombres y mujeres exudan fluidos, pero sólo Rigoberta les dedica un himno: con leche materna y sangre menstrual sembramos la tierra y la regamos. El resultado, una vez más, es contraproducente: perpetúan los estereotipos que pretenden erradicar. Del feminismo podría derivarse una teoría política como cualquier otra. El problema es que ya está siendo paupérrima. Se basa en un esquema de contradicción reduccionista: las mujeres se definen sólo en tanto que no son hombres. Las más jóvenes son minusválidas intelectuales y no saben lo que quieren. Carmen Calvo quiso arrastrarlas a ciertas disciplinas, ofreciendo el primer curso a coste cero. O sea, una chica estudiaría lo que no le interesa porque le sale gratis la matrícula. Son unas desagradecidas, si no ceden a la reeducaciòn. El estado avanza como único referente moral. Se erige como un doctor Frankenstein.

El feminismo o es científico o nos perdemos. El feminismo o es honesto o no solucionamos nada. No podemos seguir llorando porque un día no tuvimos derecho al voto. Los hombres lo tuvieron un poco antes y no todos ni en todas partes. Han sido nuestros aliados y de la penicilina nos hemos beneficiado todos. Según Irene Montero, son el freno que impide a las mujeres “vivir sus vidas”. Al parecer, mientras ellas limpian el polvo y los fogones, ellos van al casino. Los redactores de la Carta Magna fueron  hombres, pero es en nombre de las mujeres (¡oh!, ¡paradoja!) que se ha quebrado la igualdad ante la ley. El equipo de la ministra pertenece a la rama “inclusiva”. Es decir, abre sus puertas a las mujeres nacidas en “un cuerpo equivocado” que se llevan la medalla de oro, cuando compiten. Sin embargo, excluye a toda la que se autodefina liberal o conservadora. Ya sabemos que Margaret Thatcher y Ángela Merkel fueron dos mindundis.

Es, por tanto, un feminismo de clase o no es. En Colombia, el resultado ha sido una catástrofe. Han despenalizado el aborto, sí, con un plazo de 24 semanas. El pretexto de sus promotoras fue la mujer pobre, rural, indígena, sin acceso a la sanidad. Para ayudarla, están dispuestas a rajarla de arriba abajo con un embarazo de seis meses. Llegan tan lejos, que no saben lo que dicen. Una conocida activista asegura que “la biología también se inventa”. Que se sumen otros países es sólo cuestión de tiempo. En España van a correr los fondos como nunca antes. En lugar de ministra de Igualdad, Montero debería ser nuestra Evita Perón. Beatriz Gimeno se va a hinchar a firmar resoluciones definitivas: fundaciones, asociaciones, federaciones se frotan las manos. Pedro Sánchez es una desgracia, pero en esto no ha mentido. Siempre definió su gobierno como “feminista”, “ecologista” y no sé qué otra pose más. Incluso su tocayo Piqueras considera los 20000 millones calderilla bien justificada. Se lo discutió una mujer con poder, (¿o debería decir empoderada?), de nombre Isabel…

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