“Castilla miserable, ayer dominadora, / envuelta en sus andrajos desprecia cuanto ignora. / ¿Espera, duerme o sueña? ¿La sangre derramada / recuerda, cuando tuvo la fiebre de la espada?”. Los versos precedentes son quizá los más icónicos de Campos de Castilla, obra escrita por Antonio Machado, todo un genio de nuestras letras al que, a pesar de su compromiso republicano, debemos adscribir dentro del movimiento noventayochista.
Al leer nuevamente los versos de Machado, nuestro hábil lector se percatará de que en los mismos podemos encontrar un profundo amor hacia lo castellano, inundado, a su vez, de aquel profundo pesimismo de una generación que lo había perdido todo (Desastre del 98’).
Este amor hacia lo castellano que irradia los versos referenciados es, en realidad, una muestra de afecto hacia España. Esto se debe a que una característica propia de la Generación del 98 fue la de asociar lo español con lo castellano en un momento en que los nacionalismos periféricos empezaban a florecer.
Y es que es en esta época cuando empieza a surgir el problema (que seguimos arrastrando en nuestros días) en torno a la identidad nacional o, lo que es lo mismo, el “ser de España”. Este problema deriva en el mito de “las Dos Españas” cuya máxima representación artística sería la del “Duelo a garrotazos” de Goya.
Tradicionalmente las dos Españas han sido asociadas a, como decía Unamuno, los “hunos” y los “hotros” en referencia a ambos bandos de nuestra triste contienda civil que, por cierto, separó a Antonio Machado de su hermano Manuel.
Sin embargo, yo, al igual que el poeta sevillano a quien la guerra pudo, pero no hizo, cambiar de parecer, rechazo frontalmente esta idea entorno a las “Dos Españas”, la de los vencedores y la de los vencidos, inclinándome, en su lugar, por la divisoria existente entre la España rural y la España urbanita y cosmopolita. Y es que, al igual que dice Machado en su autobiografía, “me repugna la política donde veo el encanallamiento del campo por el influjo de la ciudad”.
Por este motivo y, también, para celebrar a mi particular manera el 147 aniversario del nacimiento del poeta sevillano, me veo en la obligación de realizar un alegato sobre la “España Vaciada” y el “ser de España”. Y es que basta ya… Basta ya de discusiones superfluas e inocuas entre los “hunos” y los “hotros”. Basta ya, también, de que estas se produzcan en el seno de una agonía. ¿Qué agonía? La del poblamiento rural, la del espacio geográfico al que asociamos el único y verdadero “pueblo”. Ahora, claro está, habríamos de definir en primer término el concepto de “pueblo”.
El término “pueblo”, a mi entender, lejos de corresponderse con un núcleo poblacional o poblamiento, se corresponde con las personas y experiencias que, lejos de ocupar un lugar físico, ocupan un lugar en lo más profundo de nosotros. De esta forma podríamos decir que el “pueblo” es una comunidad perenne debido a los rasgos constitutivos de la misma. La cultura y la psicología de los miembros del pueblo se transmiten a través de las generaciones conformando el espíritu de ese pueblo, del cual todos participamos mediante nuestra actividad humana.
Por ello se da el curioso hecho de que mientras el poblamiento rural muere, el pueblo vive. En la España Vaciada cientos de poblamientos amenazan con extinguirse, pero es nuestro deber la preservación del pueblo, permitiéndole avanzar hacia la inmortalidad de la historia, una historia que con nuestro caminar todos escribimos y de la que todos somos partícipes en igual medida. Y es que es este “pueblo” el que representa fidedignamente el “ser de España” frente a esas élites corruptas que quieren acabar con los rasgos que constituyen nuestra esencia como pueblo y como nación.
La “antiespaña” nunca fueron ni los “hunos” ni los “hotros”. La antiespaña siempre fueron aquellas élites que intentaron dividirnos para provocar que perdiéramos nuestra esencia como nación. Sin embargo no lo conseguirán. Y es que todos somos parte del mismo pueblo.
Estudiante de Ciencia Política y Filosofía en la, siempre entretenida, UCM, vocal en la Junta Directiva de Students for Liberty en la provincia de Madrid, miembro de Libertad Sin Ira y amante del Campo Castellano.
Anteriormente en PoliticAhora y La Derecha Diario.
“El hombre está condenado a ser libre; porque una vez arrojado al mundo, él es responsable de todo lo que hace”
-Jean Paul Sartre-
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