Cesta de Navidad

Nunca habríamos imaginado que llegaríamos a esto y, sin embargo… Hubo voces que advirtieron, pero el contemporáneo es ciego a la realidad más inmediata. Hete aquí que el gobierno está convencido de que su deber es darnos de comer, si no a todos (¡pérfidos ricos!) sí a los “más vulnerables”. Damos gracias a Dios por la ministra de trabajo que nos ha enviado la providencia. Es una economista de primer orden, compasiva, muy capaz. Su última aportación al bienestar de la «clase» que llama «trabajadora» (e incluso de las clases medias ociosas pero depauperadas) ha sido “topar precios”. En Román Paladino: ponerles un límite por arriba. Hablaba nuestra querida Yolanda de “productos básicos”. Ahora cita ufana a Von Der Leyen, que gravará a las eléctricas. La diferencia entre la propuesta de la insigne plutócrata (gravar beneficios y con condiciones) y el latrocinio aún mayor del gobierno español (gravar facturación) es importante, aunque robar está mal, no importa quién lo haga, a quién se le roba ni cuánto tiene.

Y yo me pregunto: ¿qué es, en puridad, un producto básico? Unos desayunan churros o porras en la cafetería, antes de entrar a la oficina. Otros son veganos y empiezan con yogur griego regado de cereales y frutos del bosque, o simplemente detestan los huevos, o la carne, o el pescado. Conozco gente a la que le sienta muy mal la fruta. Los hay que cocinan sin sal o no prueban el azúcar, ni la harina. La cena puede consistir en una pizza a domicilio, o un sándwich de jamón y queso improvisado. ¿Qué es, pues, un producto básico?

Si Yolanda tomara buena nota, comprobaría que los precios suelen toparse solos. El atún oscila entre 1 euro y pico la lata hasta los lomos de precio gourmet. Hay botellas de aceite por 8´5 euros, pero también por 2´35. Hoy la inflación nos ahoga a la par que llena las arcas. Cada cliente se topaba a sí mismo, en función de gustos, establecimientos y dinero disponible. También condiciona mucho el número de bocas. No es lo mismo alimentar un frigorífico para cinco o seis que para un solterito que come solo. Por tercera vez: ¿qué es un producto básico?

Inmediatamente después de tal extravagancia, se produjo un terremoto. Se vertieron reacciones de indignación, pero no faltaron los corifeos que transpiran bajo los focos de los platós. Hacía falta un chivo expiatorio para cubrir tanta vergüenza y lo encontraron: la industria alimentaria y sus “desorbitantes beneficios”. Algún miserable llegó a decir que se habían «forrado» en los momentos más duros de la pandemia. Es decir, su pecado fue que siguieron funcionando, como si una población en arresto domiciliario debería haber hecho, además, ayuno. Quizá resulte una verdad incómoda, porque demuestra dos cosas: que el sector “privado” respondió y que los gobiernos sólo están para poner palos en las ruedas.

Como un hada madrina, saltó a la escena la cadena Carrefour. Lanzaba una cesta llamada 30 por 30. Hacía alusión al número de productos y al coste. Merece la pena echarle un vistazo. La mitad del presupuesto se va en pañales Drynites Pijama Jumbo Pack, a 14´75 euros. Si en su casa no hay un bebé, puede hacer cambalache con el vecino. El precio del resto de productos, por tanto, va desde los 0´25 euros hasta 1’89. Hay albóndigas precocinadas que harían las delicias del perro de la casa y del ministro Alberto Garzón. Podemos encontrar maíz dulce, té, refresco de cola. El chocolate es blanco, quizá porque se vende poco. La cesta incluye lejía (para desinfectarlo todo) y gel de baño. También corn flakes y copos de avena. Si no fuera cierto, parecería un mal sueño. En las tertulias, los todólogos analizan, opinan y sentencian. Y es que en la Francia de la guillotina se tomó una medida similar. Que fue un fracaso es lo que no te dicen. Se ha instalado, pues, la idea de que tienen que darnos de comer. Señores: sólo de la sopa boba debe vivir el hombre. Aquello de ganarse el pan con el sudor de la frente es una maldición capitalista. Y Yolanda Díaz deplora «esa España casposa» que, vaya por Dios, ella, la motomami, representa como nadie.

Y yo vuelvo a preguntar: ¿qué es un producto básico? ¿Se maneja usted bien sin usar las gafas? ¿Qué pasa, si necesita un dentista? ¿Puede trabajar sin señal Wifi, sin ordenador, sin smartphone? ¿Por qué no topan los precios de Apple? ¿Qué me dice del coste de la luz o de la gasolina? ¿Quién corre con los gastos, si necesita alimentos sin gluten o para diabéticos? ¿Cómo le financia al hijo el carnet de conducir? ¿Y los seguros?, ¿quién les hace frente?: seguro del hogar, seguro del coche, seguro de decesos. No debería descuidar la cuota de la comunidad de vecinos o las derramas. La hipoteca de su casa se le retira puntualmente de la cuenta. El niño crece y necesita calzado nuevo. Sufre dermatitis y la crema hipoalergénica lleva un IVA del 21. Usamos pasta de dientes, colutorio, se nos estropea la nevera. ¿Qué es, insisto, un producto básico?    

Otras cestas vendrán, al llegar la Navidad. Esas caen de chiripa, si gana usted el sorteo. Son más o menos opulentas, con pata de jamón incluida. Básicos o no, no faltan los mazapanes ni los turrones. Se montan cestitas en fechas señaladas, como el día de la madre o del padre. Normalmente contienen productos de belleza. Pronto las veremos cargadas de insectos. En los libros de texto ya dicen que “son muy abundantes” y que “si todos los comiéramos, se acabaría el hambre”. Los de Carrefour han limpiado stocks, a la par que se publicitaban. Gratis sólo da de comer Cáritas. ¡Con qué alegría añadíamos al carro un paquete de garbanzos, de lentejas o de arroz con destino al banco de alimentos! Ahora nos dicen que pobres seremos casi todos. Como afirma Daniel Lacalle, esa cesta no era más que una oferta. No debemos confundir un saldo con la planificación central bolchevizante. Yolanda Díaz está dispuesta a provocar un desastre cada vez mayor, levantando el fantasma de las cartillas de racionamiento.

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