No es la ultraderecha. Es la gente

“¿Qué hacemos para que la edad media de inicio de consumo de la prostitución violenta no sean los ocho años?” Hará una quincena esta es la pregunta que planteaba en suelo parlamentario la ministra de igualdad. Imagino que fue un lapsus, dado que no me entra en el magín la imagen de un crío de esa edad contratando los servicios de una meretriz para forzarla criminalmente. Imagino que quería decir pornografía en lugar de prostitución. Tampoco me imagino a un niñato que no cuenta ni diez años repasar hashtags en buscadores porno ilegales en la Dark web.

Unos días antes, también en pública comparecencia sentenciaba la Montero: “Todos los niños y las niñas de este país tienen derecho a conocer su propio cuerpo; a saber, que ningún adulto puede tocar su cuerpo si ellos no quieren y que eso es una forma de violencia. Tienen derecho a conocer que pueden amar o tener relaciones sexuales con quien les dé la gana, basadas, eso sí, en el consentimiento”. En realidad, no es así, ilustre. Si se halla usted en ánimo de entender léase el artículo 183 del Código Penal. 

Imagino que esto último también fue un desliz. Al menos eso se han esmerado en publicar sus partidarios en los medios al unísono, culpando a esa extrema derecha in extremis franco-pantánica de sacar de contexto sus palabras. Hasta los obispos se muestran clementes con la hacendada de Galapagar.

Hará un año decía Irene también en hemiciclo del Congreso: (…) Porque te puede violar un completo desconocido, pero también tu amigo o tu hermano. De hecho, es más frecuente que lo haga un conocido (…) ¿No están ustedes cansados de esta continua forma de anatemizar al hombre? ¿Ahora somos hermanos y amigos los que violamos? ¿Los amigos violan? Seamos benévolos; igual fue otro lapsus.

Los lapsus, las jaimitadas de Irene forman parte de su agenda. Recuerdo que, en 2017, la entonces diputada y ahora ministra   publicaba en Twitter: «Hace 84 años las mujeres votamos por primera vez. Debería haber sido una fecha celebrada. Recordadas Campoamor, Nelken, Kent. Porque fueron, somos. Hoy seguimos peleando por la igualdad y contra el machismo”. Irene, o más bien sus community managers, no tomaron la cautela de consultar la web del Congreso. Tal como allí se recoge, en aquella sesión de 1 de octubre de 1931, Victoria Kent se opuso al sufragio femenino y Margarita Nelken ni siquiera había recogido su acta de diputada. Fue Clara Campoamor la única diputada que voto a favor, fiel a su género y no a la disciplina de partido.

Una de las cosas que más irrita a los miembros de la Podemia, no es tanto ese ataque mediático, esa inexistente violencia política que tanto acusan, sino recordarles con nitidez de “copia y pega” lo que no ha mucho tiempo ellos mismos decían sin ningún sonrojo. Cuando sueltan una botaratez no se retractan ni matizan sus previas declaraciones, y menos aún se disculpan. Más bien el modus operandi es rearmarse en una bufónica huida hacia adelante. Y es por ello que cuando una señora, a la que le supone la condición de una de las más altas ciudadanas de la nación, proclama que alguien que es tu amigo puede violarte, o que los niños de 8 años andan por ahí putañeando (sean lapsus o no) la gente, los votantes, o bien se cabrean o bien la convierten en el blanco de las caricaturas. Más aún si se demuestra una ignorancia casi senil tanto en temas jurídicos como en lo que atañe a la historia del sufragio femenino.

Esto no solo atañe a Irene y a otras tantas. El ex consorte de la ministra, otrora vicepresidente segundo no electo, continuamente fracasado en sus empeños, cobra varios y generosos jornales colaborando en varios medios de comunicación, lo cual no le impide llevar ya un tiempo denunciando ser víctima de todo tipo de conspiraciones mediáticas, judiciales, policiales y de otra índole. Recientemente se ha hecho público que ha suspendido con un 4 en un concurso de méritos para proveer una plaza de profesor de periodismo. Fachas son jueces, policías, periodistas, opinadores y, en general, todo ser sintiente que no le baile el agua. Sería descojonante que también lo acabara siendo la Universidad Complutense.

El pasado verano, durante la fallida canonización de Pablo Iglesias tras el FerrerasGate, Cristian Campos en una sensacional columna definía con el mayor acierto lo sucedido: «Ferreras no se ha cargado Podemos, Pablo: el asesino fuiste tú». Podríamos completar esta afirmación con la siguiente: «Tú no dejaste la política, Pablo. Fue la gente la que te echó. La gente, no la ultraderecha«.

Una persona puede llorar a los cuatro vientos ser un paria y un chivo expiatorio en la arena mediática a pesar de colaborar activamente en cinco medios de comunicación distintos y dirigir un podcast bajo el patrocinio de uno de los mayores emporios mediáticos de este país, tras haber sido miembro del gobierno, diputado y eurodiputado. Lo que no puede pretender seriamente es que las personas que tenemos algo de materia gris entre las orejas le creamos.

La principal conspiración contra Unidas Podemos es pacífica y sin armas. No precisa de financiación extranjera, ni está enquistada en la arquitectura del Estado. Tampoco proviene del Fascio, del Ku Klux Klan ni del Concilio de las sombras. La principal conspiración es la que obran los votantes. Y para que esa conjura funcione solo hace falta una cosa: que abran las urnas.

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