Ponga un Herrera en su vida

¿Cómo se le ocurre a Carlos Herrera responder a unas declaraciones que hizo Pedro Sánchez en la tribuna del Congreso? El periodista andaluz ha debido de volverse loco osando a criticar al Presidente y de paso poner cara a esos poderes oscuros que maquinan contra el Gobierno. 

Todo este “ataque de locura” viene motivado por la respuesta que le dio Sánchez a Baldoví (otro qué tal baila) el pasado jueves en la Cámara Baja en la que, a grosso modo, se quejaba de los ataques que sufre la España progresista por parte de determinados medios de comunicación.

A pesar de que Tezanos vuelva a realizar su particular y peculiar análisis de las estadísticas, a Sánchez se le acumulan los problemas y eso se traduce en desgaste. La cosa no funciona y lo sabe, o por lo menos lo intuye. El Fondo Monetario Internacional le saca los colores con sus cifras de crecimiento. La Unión Europea solicita conocer a qué destina los fondos que recibe el país. Alemania también le afea respondiéndole que sí se le invitó a participar en el escudo antimisiles, algo que la Ministra de Defensa había desmentido previamente. El Defensor del Pueblo le echa en cara las devoluciones en caliente en la frontera con Marruecos. Y esto solo en los últimos días, si se mira hacia atrás… 

¿Qué es lo único que le queda? Pues eso, poner cara triste y sentirse perseguido. La prensa madrileña le persigue. Los hombres con puro de la villa de Madrid le persiguen. La Conferencia Episcopal le persigue. Quizás aquellos que le pitaron el pasado 12 de octubre también le perseguían y por eso llegó tarde. Cuando todos van detrás de ti, algo estarás haciendo mal. ¿O es que acaso hay que reírle las gracias y dorarte la píldora como en cualquier república bananera? Que le pregunten a Zapatero a ver qué es lo que retransmite continuamente la televisión venezolana, que de eso sabe un poco.

El problema es que, tal y como le respondió Herrera, “ha perdido la calle”. A él le gustaría sentirse como el líder supremo de Corea del Norte, cuyo pueblo vive feliz disfrutando de una dictadura comunista con normas, más que leyes, propias de la Edad Media. En su España ideal y progresista, todo el mundo estaría de acuerdo en los indultos firmados y en los que tiene preparados en la agenda. Las cifras del paro serían un mero número sin importancia, al igual que la inflación. Y la delincuencia se atajaría simplemente con políticas sociales y medidas educadoras. 

Pero gracias a Dios, esta sociedad, por muchos males que padezca, aún no ha llegado a esos niveles de bajeza y peloteo. Aún hay personas que opinan que si has robado dinero público, quizás debas de pasar una temporada entre barrotes. Que las arcas públicas y, por consiguiente, el estado de bienestar no pueden soportar tantos individuos sin cotizar. Que la subida de los precios no solo es culpa de Putin y que a los delincuentes hay que plantarles cara y mano dura. Todos ellos son ciudadanos con derecho a opinión, a veces anónima, a veces pública. A veces tienen mucho dinero, otras no tanto. A veces son católicos, a veces ateos. Y así con todos los “a veces” que le parezca bien al lector. 

Lo que está más que claro, o debería de estarlo, por mucho que no le guste al señor Presidente, es que la gente es libre de criticar la acción, o inacción, del Gobierno. Así que si no le parece bien lo que dice Carlos Herrera, no sintonice la COPE. Si no le gusta la Conferencia Episcopal, no vaya a misa. Pero deje de hacerse el mártir porque, para martirio, el que está sufriendo el pueblo español desde que usted está al frente del país.

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