Revolución educativa

La cosa va mal. Eso y no otra cosa es lo que se escucha en el metro, en el puesto de verduras, en la cola del cine y esperando a que te devuelvan el coche del taller. La cosa va a ir peor. Eso es lo que nos comenta el Gobierno, la oposición, la Unión Europea y la OCDE.

La guerra en Ucrania está dejando a ese país sin centrales eléctricas y la pregunta a resolver es si habrá combustible para tanto generador eléctrico que se va a necesitar. Las solicitudes de hipotecas están disminuyendo a pasos agigantados, se dejará de construir lo poco que se construye, la oferta de vivienda decaerá, subirán los precios del alquiler, se topará el precio por ley de los arrendamientos, volveremos a usar el cajón “B”. La sanidad, la educación, el paro juvenil, las ayudas al sector del automóvil, las promesas incumplidas, los indultos, el marear la perdiz, el humo y el envoltorio para distraer la atención… Pintan bastos.

A las cortinas de humo de los que nos gobiernan se le unen las de la oposición que quiere ocultar sus vergüenzas. A las noticias falsas que procuran dirigir a la opinión pública en un sentido se le unen las fake news que pretenden redirigirla en el sentido contrario y frente a todo este circo el pobre ciudadano se siente como David encarando a Goliat, casi indefenso. En este escenario, a las preguntas de siempre: ¿cómo podemos cambiar la situación? ¿Qué honda usaremos para vencer al gigante? Se le une otra más complicada ¿cómo vamos a darle la vuelta a la tortilla si no somos capaces de comprender qué está ocurriendo, si no entendemos las soluciones que nos están proponiendo? Este es el quid de la cuestión.

Nos engañan como quieren porque nos han dejado desnudos. No sabemos interpretar una gráfica, no entendemos que una encuesta puede no ser válida si se escoge mal su espacio muestral, caemos como mirlos en las falacias argumentativas, tropezamos con los tantos por ciento de subida de este o aquel índice. Nos han convertido en unos necios, del latín nescius (que no sabe), nos han quitado el acceso al saber, a la educación. En una jugada digna del mejor Maquiavelo, han conseguido que nos inventemos conspiranoias cuando se cae el WhatsApp o magnetismos vinculados a la segunda dosis de la vacuna del COVID-19 pero nos quedamos impávidos cuando Aristóteles desaparece de los libros de texto.

Y es que el único cambio real vendrá cuando el ciudadano sea crítico y pueda entender lo que le pasa alrededor y no pueda ser engañado con abalorios y trucos de espejos. Cuando las eternas preguntas de quiénes somos y a dónde vamos vuelvan a ocupar nuestros pensamientos y dejemos de perder el tiempo con la última coreografía de TikTok. Seremos libres de elegir nuestro destino cuando los políticos y empresarios sepan que no pueden engañarnos. La cosa va mal e irá peor, necesitamos una revolución y ésta será educativa o no será.

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