Los medios de comunicación y el espectador conforman un binomio en el que los primeros filosóficamente se proyectan como contrapeso a los excesos del poder, desde cuya atalaya ponen de relieve las fisuras del sistema democrático y muy especialmente de la división de poderes, y los segundos, ávidos consumidores de titulares más no de profundidades en los contenidos, generan constante salivación al acecho de cualquier nuevo titular que les sirva de carnaza para desguazar y despedazar al protagonista de la noticia, hasta quedar saciados.
Que el hombre-tribu, congregado alrededor del fuego de la noticia nunca ceje en su inercia suicida de devorarse a si mismo, es antropológicamente normal e incluso aceptable. Siempre fue un lobo para si mismo. Que los canales de comunicación se conviertan en servidores del pasto para el ganado al precio de la supervivencia de las audiencias, no lo es. Les supondrá sin duda grandes réditos económicos e inconmensurables prebendas, máxime en una sociedad enferma como la nuestra, en la que el morbo y la ignorancia son aplaudidas y la verdad despreciada, pero se habrán convertido en mercenarios del amarillismo, del descuartizamiento en la plaza pública de la ignorancia de quien se atreva a poner en duda el berrido oficial.
Así pues, en ese perenne e hipócrita escenario en el que el hombre-masa se ahorca constantemente así mismo al unísono en el que solloza por su propia muerte, se llena ese vulgo y no poca parte de una prensa otrora mínimamente objetiva y transformada ahora en un nauseabundo aniquilador de almas, las fauces con la exigencia de que el poder judicial sea independiente, quejándose a bocanadas de miseria moral de un tercer poder politizado y prostituido, pero en cuanto uno de los jueces integrantes del tercer bastión democrático resuelve motivación discordante y valiente mediante, respecto de la viciada e impuesta opinión mayoritaria, estas masas profanas en el profundo e intrincado universo jurídico que cualquier resolución judicial motivada requiere, y encolerizadas bajo el pistolezado de salida de unos aviesos titulares, embisten desbocadas como miuras contra un magistrado que sobre una realidad fáctica, y acotando su resolución única y escrúpulosamente a derecho, dicta un auto apoyándose en el imprescindible baluarte de su independencia judicial.
Y si esa independencia judicial, merced a la cual este magistrado resuelve dentro del marco jurídico que la legislación vigente le permite, es perseguida y apedreada no sólo por ese hombre-tribu que traga titulares pero no lee contenidos, sino además y muchísimo peor, por unos medios de comunicación que hace ya varios lustros tiraron por el retrete la objetividad, entonces es que sin duda merecemos ser la versión europea de Venezuela. Entonces es que no merecemos otra cosa que vivir bajo el yugo de un régimen que se pase por el forro la independencia de los tres poderes, y que ejecutivo, legislativo y judicial recaigan sobre el mismo enfermizo báculo.
Se dice entre cobardes y miserables corrillos, disfrutando del momento mismo de fustigar a un hombre que con más o menos notable rigor jurídico está interpretando y aplicando la legislación reinante que éste juez, Luis Ángel Garrido, tenía escrito en su perfil de whatssap “no más confinamiento”. Si este país, que gusta flagelar a un juez en la plaza de la ignorancia pública, muestra un más severo oprobio por un “no más confinamiento” en el estado de WhatsApp del magistrado, que preocupación por el hecho mismo de que haya trascendido lo que en el mismo rezaba, es que entonces estamos pidiendo a gritos ser gobernados por el más obscuro y abyecto de los comunismos, perder por entero nuestras libertades, y no volver a disfrutar de una justicia objetiva, imparcial , independiente y con profundas garantías procesales en los próximos decenios. Quizás ese comunismo chepado y con coleta que tanto criticamos, es lo único que nos merecemos.
Si lo que un magistrado, Luis Ángel Garrido, escribe en las más estricta privacidad de su perfil de Whatsapp, en connivencia con algunas de sus declaraciones en el más desenfadado de los ámbitos de su vida personal, nos roba más horas de sueño que el hecho mismo de que su trabajo se ejerza sin la injerencia de los miserables hocicos de esa prensa aniquiladora de almas , y lo que es inmensamente peor, de que su vida privada privada haya trascendido y cobrado más importancia que los propios derechos constitucionales (los tuyos, los míos, y los de todos los españoles) que el togado mediante un auto fundamentado en derecho, ha decidido proteger, es que entonces merecemos perder nuestros derechos, y regresar a una España acunada en un régimen totalitario en el que lloremos por esa libertad que en este presente, por cobardes y rebaño, no hemos tenido gónadas de defender.
Y es que atacar, y aún peor, permitir cobardemente el linchamiento a un juez, sea Luis Ángel Garrido o cualesquiera otro magistrado, por sustentarse sobre su independencia judicial so pretexto de resolver sin esa visceralidad intrínseca tan propia del hombre-masa, ajustándose únicamente a derecho, es tanto como atacar a todo el poder judicial, el único precisamente de los tres poderes en España que, pese a nuestro instinto cainita, aún permanece indemne. De momento al menos. Hasta que ignorancia y visceralidad mediante, acabemos con él.
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