Encarcelados

Lo cierto es que, en un futuro, cuando se estudie la pandemia del Virus Chino en los libros de Historia -si es que tenemos libros, e Historia-, costará muchísimo que nuestros nietos entiendan el porqué de la mayoría de las medidas que se están tomando hoy para frenar los contagios del covid19. A ver quién hace de genio para explicar, sin hacernos quedar como unos palurdos con unas tragaderas infinitas, que un ciudadano francés o inglés podía venir a Alicante -por ejemplo- a disfrutar de las playas españolas pero que una familia de Albacete no. O que se podía ir a un concierto con más de cinco mil personas, pero no podía venir tu familia a tu casa a comer el Domingo. O que en el peor momento de contagios no era necesario portar la mascarilla para más tarde ser obligatoria incluso para ciudadanos vacunados y al aire libre. Pues bien, no hay forma humana de que alguien entienda algo dentro de algunas décadas, aunque eso ya nos ocurra a la mayoría de los españoles a día de hoy.

Si el Gobierno de España y el resto de los gobiernos autonómicos se están riendo en nuestra cara, se dice. Y punto. Viviremos estos días una Semana Santa tan atípica como absurda. La mayoría de los países europeos permiten, con las debidas pruebas acreditantes de viajar “limpio” de virus, visitar España y disfrutar de nuestro extraordinario clima y de nuestra rica gastronomía. Pero pobre de ti como se te ocurra cruzar la “frontera” de tu comunidad autónoma. Pasarás a ser multado y, lo que es peor, señalado como un vulgar terrorista de la salud. En mi ciudad, Alicante, ya se han dado casos de un vecino que ha denunciado a otro porque ha logrado llegar de Madrid a la costa sin ser descubierto. La Inquisición ha vuelto, señoras y señores y esta vez sirve a la causa de la hoz y el martillo que patrocina la estigmatización social para todo aquel trabajador que ha logrado reunir unos pequeños ahorros y solo quiere pasar unos días con su sacrificada familia tomando el sol en la playa. ¿En qué momento hemos pasado de ser libres a vigilarnos desconfiadamente entre nosotros? Y, lo peor de todo esto, ¿en qué momento lo hemos acatado como algo normal e, incluso, necesario?

Nada vale ya para justificar un encarcelamiento sistemático de los españoles. Tenemos millones de mascarillas, toneladas de geles hidroalcohólicos, varios tipos de pruebas detectoras de covid19 y, sobre todo, hemos demostrado con creces desde hace ya más de un año que España, con excepciones normales intrínsecas a la naturaleza humana, es un pueblo responsable. Y ese es el problema del socialcomunismo y sus cómplices acobardados por ellos:  que ya nada justifica semejante atropello a las libertades conseguidas a lo largo de siglos.

La balcanización de España que Moncloa y sus tentáculos pretenden por encima de todo necesitaba de una gran crisis sanitaria como la que estamos sufriendo para seguir dando pasos hasta su asentamiento en la que malévolamente denominan “nueva normalidad”. No solo se eliminan de facto las fronteras reales para abrirse de piernas -discúlpenme la expresión- ante las oleadas migratorias ilegales enriquecedoras de mafias traficantes de seres humanos, sino que se crean fronteras que separan la Nación en una suerte de reinos de taifas, donde cada caudillo mantiene a su pueblo sometido ante un enemigo invisible y atado por el miedo a las consecuencias que recibirán si osan vislumbrar la libertad que hay más allá de sus dominios.

Y no hay mayor frontera para un pueblo que abocarlos a la miseria económica. Y moral. Lo primero es algo ya absolutamente consumado y no hay mayor prueba que pasear por las céntricas calles de nuestros municipios o acercarse a cualquiera de las colas del hambre cada vez mayores. Han herido dolosamente de muerte al turismo, pilar que sostiene gran parte de nuestra economía, han obligado a cerrar hostelería y limitado hasta la asfixia a nuestro pequeño y mediano comercio. Todo ello mientras los impuestos se incrementan, el pago de tasas no cesa y las ayudas no llegan. Te quitan el pan de la mesa y te reparten migajas. Comunismo en estado puro. A eso hemos llegado.

Y la miseria moral tampoco puede ser obviada. En Semana Santa los españoles no podremos viajar por su país, pero sí debemos soportar que el Presidente, varios ministros y otros altos cargos políticos de la jerarquía progre injerten en sus agendas reuniones y eventos falsos que puedan justificar su traslado a las zonas turísticas más emblemáticas de España. Pedro Sánchez disfruta de su residencia de verano en Doñana (Huelva), el ministro Ábalos en Ibiza, la delegada del Gobierno contra la Violencia de Género, la juez podemita Rosell, en Canarias. Y vosotros, Antonio y María, currantes de sol a sol, encerrados en casa. Sin poder disfrutar de los pequeños placeres que nos brinda una Semana Santa en familia, allá donde nos dé la gana estar. Es su “nueva normalidad”. Pero no por ello es normal. Ni soportable.

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