El héroe del monopatín

Apenas quedaba una hora para llegar a la medianoche del 3 de junio de 2017 cuando un atentado yihadista sacudió Gran Bretaña una vez más. Nadie que pasara por el puente de Londres en aquel momento podía imaginar que unos terroristas iban a sembrar el caos, buscando causar el mayor daño posible y atacando a sangre fría a todo aquel que se pusiera por delante. Lo que seguro que no esperaban, era que el azar o el destino hiciese que un joven español de 39 años se cruzara en su camino. Armado con un monopatín, no dudó un segundo en enfrentarse a los terroristas para salvar la vida de una mujer que estaba siendo atacada.

Con la mirada de quien ha ganado habiendo perdido, su cuerpo quedó tendido en el suelo junto a su inseparable skate. Ella consiguió sobrevivir, él no corrió la misma suerte, las puñaladas le hirieron de muerte y nada se pudo hacer. A su lado, en la oscura noche, otras siete vidas terminaron antes de tiempo y nunca regresaron a casa. Recuerdo que cuando leí la noticia en el periódico, pensé: “¿Quién es capaz de desafiar a un asesino con un monopatín como arma para salvar la vida a una desconocida?” Ese quién, tenía nombre y apellidos: Ignacio Echeverría Miralles de Imperial.

En cuanto supe su nombre, quise saber más de la vida de Ignacio, al que apodamos cariñosamente “El héroe del monopatín”. Algo dentro de mí no me dejaba creer que un ser humano fuera capaz de entregar su vida, ese tesoro tan preciado, por la de otra persona. Gracias a su padre, Joaquín Echeverría, que llevó la historia de su hijo allá donde pudiese servir de inspiración, muchos logramos conocer el lado más personal de Ignacio y no sólo ver al héroe que se fue, si no a la gran persona llena de bondad que era. De los testimonios de sus familiares y amigos más cercanos descubrimos que los héroes no llevan capa y viven entre nosotros. Aprendimos que era un chico sencillo, con sus limitaciones -como todos- que se esforzaba cada día en ser mejor y que era generoso, sensible y no aceptaba las injusticias. Su familia, sus amigos, su monopatín y sus veranos en la playa lo eran todo para él. Supimos que en su entorno no sorprendió su reacción en Londres ya que él era así; noble y extraordinario y nos enteramos de que era un verdadero rebelde, de esos que no necesitan demostrar nada y cuyos principios le llevaron a lo más alto, llegando a ocupar un lugar que en el cielo está reservado sólo para unos pocos valientes.

A veces me encuentro releyendo “Así era mi hijo Ignacio, el héroe del monopatín” y pienso en sus padres y hermanos y en cómo puede uno afrontar la vida tras una pérdida así. Cada vez que lo leo, me viene una extraña sensación de vacío al no haberle conocido personalmente. Ignacio era mayor que yo, pero pasé toda mi infancia muy cerca de donde él vivía, frecuentamos los mismos espacios, compartimos la afición por el skate y el surf y lo más probable es que en alguna ocasión nos cruzásemos. Siempre que pienso en él, me siento reconfortada al saber que los dos hemos caminado por el mismo suelo. Pienso en todos esos lugares que le quedaron por descubrir y todas esas experiencias que no podrá disfrutar y por eso intento aprovechar cada minuto del tiempo que me queda.

Desde que falleció, se le reconoció como el héroe que demostró ser y, a día de hoy, sigue recibiendo homenajes, así como numerosos premios y medallas. Y es que, el gran coraje que mostró Ignacio debería ser reconocido cada día y en cada rincón del mundo, pues con su valentía y abnegación se ha convertido en un ejemplo a seguir para todo aquel que escuche su historia. Porque de eso trata, de recordar y que no caigan en el olvido aquellos que, como Ignacio, dieron su vida por los demás de forma desinteresada y que su legado sirva de inspiración para afrontar las dificultades que se nos presentan cada día.

Como dijo su padre, “la muerte de Ignacio tiene que servir de ejemplo para que la gente sepa que no podemos ser como borregos, que cuando viene el lobo huyen corriendo, sino que debemos unirnos para no dejar que el lobo abuse de nosotros”. Ignacio siempre será un símbolo de lo mejor de la humanidad pese a que su vida fue arrebatada por, precisamente, lo peor de la humanidad.

Beatriz Berenguer