La grajilla

Leyendo un artículo ornitológico, me ha llamado la atención que el pequeño córvido la grajilla, haya pasado a ser especie protegida por su descenso de procreación. Es la grajilla una simpática y anaranjada avecilla, que ejerce una función ecológica muy estimable por cuanto comen invertebrados, sobre todo en época de reproducción, contribuyendo así al control de plagas.

Son albañiles naturales toda vez que cavan grandes agujeros que podrán salvaguardar otras especies y favorecen el intercambio de nutrientes entre la tierra y el mar. Uno de cada cuatro ejemplares, tan pequeñines ellos, están desapareciendo, es por eso por lo que, el CSIC, lo ha incluido en la lista de protegidos con los mecanismos previstos al efecto. Es lo que hay que hacer. De pronto, me surge un enfado que no entiendo bien dado que adoro los pajarillos, tienen protagonismo en algunos de mis poemas, así que me he puesto a psicoanalizarme para desterrar ese sentimiento negativo que no dejaré que vaya a más por aquello de las oxitocinas.

Finalmente, descubro que no me siento tratada por los organismos públicos, con la misma atención. Pero no, qué digo, me siento maltratada porque soy ya rara avis, lo que se dice una especie en extinción. No estoy hablando por mi cualidad de ser individuo racional, sino porque mi dilatada vida ha estado regida por unas normas educacionales, éticas y hasta morales que, o nos protegen o pasarán al anecdotario de la historia.

Los datos de encuesta hablan de que el fiel de la balanza cae en el cómputo de parejas separadas o divorciadas, algo no saludable a la sociedad que denota, cuando menos, mala comunicación. Yo llevo 58 años casada por la Iglesia con el mismo hombre, al que conocí siendo hombre y lo continúa siendo. Que yo sepa, no existe ningún tipo de protección para mí por este motivo, que podría tildarse de ejemplar si no fuera yo quien lo escribe. Tenemos dos hijos, uno de ellos desde bien joven ya me hizo abuela y se creó una familia más. Nadie nos ayudó a sacar adelante sus estudios inacabados en aquel entonces. Si no hubiéramos dado respuesta, quien sabe si esa familia no se habría creado… nadie nos ayudó.

Estamos sufriendo un Gobierno macabro que nos infravalora, al punto de permitir el aborto a las niñas sin consentimiento paterno. En realidad, yo ya no sé ni cómo expresarme cuando estoy en reuniones donde muchos de mis coetáneos padecen con estoicismo alguna de estas nuevas variables de sexo, de género y lingüísticas, en el seno de sus más allegados. Hace unos días escuché a la ministra Yolanda Díaz decir que iba a proteger a los más débiles y a las más débilas. Saqué el pantallazo en Facebook y a las 24 horas desapareció el revelador dato de 3,880 veces compartido. Para qué deciros los disparates que pude leer en relación con esta dislocada forma de asesinar nuestra también preciosa lengua cervantina.

Por cierto, que lo he vuelto a poner y ya va por más de 1800. Hipotéticos y ya amigos lectores, ya se ha desvanecido mi enfado y asumo consciente de que se nos debería proteger, todo lo que os he contado, así como también mi enorme satisfacción por ser tan diferente, tan demodé y tan conveniente.

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