Sociedad blandengue

Aunque en Minuto Crucial me colocaron delante del Congreso de los Diputados porque en general trataría temas sobre la actualidad política, hoy me apetece tocar un asunto que me preocupa mucho, los críos en la sociedad de hoy.

Cada día me sorprende mas cómo estamos educándoles, desde las casas y desde los colegios. Sin duda, les estamos haciendo tan débiles y caprichosos que mucho tendrán que cambiar las cosas para que cuando lleguen a la universidad, los que lleguen, o peor aún, cuando se enfrenten a la jungla del mercado laboral, no acaben a tiros o frustrados y con tratamiento psiquiátrico la gran mayoría. Dirán que soy una exagerada o una pesimista, pero yo creo que es la realidad.

Echando un vistazo a mi infancia de los años 70, y tampoco es una novedad lo que voy a decir, no sé cómo hemos llegado vivos. Con apenas seis o siete años, bajaba a jugar a la calle sin control paterno, entre coches, sin recintos privados de comunidades de vecinos. Me bajaba porque allí me encontraba con medio barrio, todos con los bocatas de pan de verdad para merendar, de ese que al morder te arrancaba un diente si lo tenías medio colgando y no pasaba nada, al contrario, lo guardábamos para el ratón Pérez que, en el mejor de los casos nos dejaría una moneda, no un viaje a Disney. Jugábamos todos en la calle hasta que las madres empezaban a asomar por las ventanas y nos llamaban a gritos. Nunca olvidaré al famoso “Miguelito” de mi calle, su madre era lo mas cercano a Ainhoa Arteta.

Recuerdo que, mi hermano mayor, Jesús, un nombre normal, por cierto, como el de mi padre, con apenas esa edad que comento, se iba a pedir número para el médico al ambulatorio del barrio que estaba como a cuatro o cinco manzanas. Ojo, andando, sin móvil para localizarle y a realizar una gestión de adultos. Pedía el número y se iba a la puerta del médico a preguntar por qué número se iban para ver si tenía que volver corriendo a avisar a mi madre que estaba conmigo y con mi hermana más pequeña ocupadísima, o ir cambiándole al siguiente si nos tocaba y no había llegado aún. Hay que ver qué listo era. ¿Se imaginan una hazaña similar en un niño de hoy en día en cualquier barrio de una ciudad? Yo no.

En aquellos años, aún no había desembarcado la comida basura, no existían hamburgueserías, ni restaurantes italianos, ni chinos, teníamos bares, como ahora pero aún muchos más. Si nuestros padres nos sacaban a picar fuera, cosa no muy habitual, se nos caía la baba con las patatas bravas, los calamares a la romana o los pinchos morunos. Hace poco me espanté porque fui a una hamburguesería con mis hijas y otras seis o siete familias del colegio y solo hacer el pedido fue bochornoso. Cada madre, hablando por su hijo que en ese momento parece que no sabían hablar, pidiendo a la camarera la hamburguesa de una manera diferente. Ni una hamburguesa normal y corriente no, todas a capricho. A unos no le gustaba el pan, a otros el queso, otros no querían pepinillos o cebolla. Alucinante. Estábamos pidiendo una hamburguesa no un plato de acelgas. Los niños deberían estar dando palmas, pero no, están acostumbrados al capricho en todo.

Hoy he recibido una circular del colegio de mi hija de once años, que nos piden que como ven que nuestros “peques”, modo ñoño activado, se ponen muy nerviosos cuando hacen exámenes, les hagamos un cartelito con una foto familiar y frases motivadoras. Tiene once años, no tres. Disiento o al menos cuestiono si eso es verdaderamente bueno para ellos, pero como nadie dice nada, no seré yo la que lo haga, aunque, sí, debería. Los niños se tienen que enfrentar a sus miedos y sus dificultades y aprender que, a base de encararse a ellos, de la forma más autónoma posible, irán haciéndose más fuertes. Yo agradezco el cariño y la preocupación del centro, pero lo considero una protección innecesaria e incluso nociva.

Sin adentrar en la exigencia y en el temario que tienen ahora, gracias a las recientes políticas educativas, como saben, mucho mas laxas que hace apenas un par de décadas, disponen de tantos medios digitales y de seguimiento de los padres y los profesores que suspender hoy en día es verdaderamente de catetos o de no querer aprobar. A saber, fichas interactivas, videos con dibujos estimulantes, simulacros de exámenes que difieren del examen de verdad en dos comas, resúmenes de los resúmenes de los resúmenes que no hacen ellos. En fin, no se si los ingenieros, arquitectos o pilotos de aviones de los años venideros serán capaces de hacernos un puente, una casa o llevarnos en avión. Yo lo dudo mucho.

Desde hace unos años los colegios han ido haciendo mas participes a las familias de las actividades académicas de los niños. En un principio, no lo veía mal, pero se ha pasado de no saber en qué curso andaban, mucho menos la letra, a tenernos que sentar a diario con ellos a hacer los deberes o a recibir veinte notificaciones diarias por hijo en la plataforma del colegio. Nos informan sobre su material, sus deberes, sus agendas, sus actividades, todo. Yo no doy a basto, no se los demás.

Por otro lado, observo que la sociedad exige tener una agenda para los niños que ríanse ustedes de la agenda del presidente (no, no pienso entrar ahí, hoy no). Tienen que hacer al menos una actividad deportiva, tocar un instrumento musical, aprender un tercer idioma (el inglés se da por hecho que lo deben dominar cuanto antes). El fin de semana hay que hacer rafting, trecking, visitar museos, llevarlos a interactuar con otros niños fuera de su ámbito escolar. Y yo me pregunto, ¿para cuándo les dejamos aburrirse como monos? El aburrimiento, como el hambre, hace despertar los sentidos mas que ninguna otra cosa en el mundo.

A todo esto, sumémosle que vivimos en la era de los teléfonos móviles, de las redes sociales y de la sexualización de absolutamente todo. Bien saben que a pesar de existir controles parentales y los padres tener el deber de controlarles los dispositivos, la gran mayoría no lo hacemos bien. Al menos, como se recomienda desde las autoridades, entre otras cosas porque la tecnología va a una velocidad pasmosa y los críos para eso sí que nos sacan ventaja. Ver a bebés en los carritos con tablets o celulares entretenidos para no molestar a los padres debería estar terminantemente prohibido. Es dañino para su desarrollo cerebral.

Confieso que el futuro de todas estas generaciones me da pánico. Gestionarlo como padres no es nada fácil, porque la propia sociedad te arrastra. Luego nos preguntaremos porqué un adolescente ha intentado suicidarse o por qué han llegado a las manos porque su primer novio le ha dejado (ellos y ellas). No están preparados para el fracaso. Se sienten el centro del mundo porque nosotros les ponemos ahí, y no, no todo el mundo te quiere, no a todo el mundo le caes bien y no todo el mundo es bueno, y tienen que aprenderlo. Han nacido en la sociedad de los derechos y no de las obligaciones. Están hechos de cristal. Todos les estamos haciendo de cristal.

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