Memoria viva

Una fuerza imparable. Así es como definió a Gregorio Ordóñez su esposa cuando se cumplen veintiocho años de aquel fatídico día en el que ETA se llevó por delante la vida del entonces teniente alcalde de San Sebastián. Era la ponencia más esperada de la Escuela Gregorio Ordóñez que se celebró este fin de semana en la capital guipuzcoana. Hubo tiempo para debatir sobre la actualidad política, que da para mucho, pero escuchar a Ana Iríbar cómo era el día a día de su marido entre las amenazas de la banda terrorista, cómo se encontraba todas las semanas una bala en su taquilla del ayuntamiento, ponía y sigue poniendo los pelos de punta.

Parece que ocurrió hace mucho tiempo, pero la realidad es que no fue hace tanto que, en este país, se asesinaba a gente por pensar diferente. Personas que salían por la mañana a su trabajo y muchas veces, demasiadas, no volvían y si lo hacían, iban acompañados de escolta, mirando las esquinas, los bajos del coche, soportando insultos… enfrentándose a una situación insostenible. Suena a película, pero eso era el día a día de concejales, profesores, periodistas, policías, militares… es indiferente, cualquiera que no pensara como ellos, estaba en el punto de mira.

Y todo eso se está quedando en el olvido, unas veces por dejadez humana y otras por el interés político que, con la excusa de avanzar y seguir hacia adelante, pretenden ocultar, incluso blanquear lo que no puede ser ocultado ni blanqueado. Por eso, son tan importantes iniciativas como las de Nuevas Generaciones Euskadi. Porque alguien debería de recordar, especialmente a quien por aquella época ni siquiera había nacido, que hubo un tiempo en el que ciudadanos anónimos decidieron plantar cara a una de las mayores lacras que ha conocido España, porque tal y como se dijo en una de las ponencias, y quien lo hizo sabe muy bien de lo que habla, “la defensa de la libertad como lo hacía Goyo no pasa de moda”.

En la época de los posados, de las redes sociales, qué fácil es solidarizarse con las mujeres afganas, manifestarse contra el racismo, ponerse una camiseta con un eslogan pegadizo o criticar la contaminación. Esto, efectivamente, también es muy necesario, pero ¿qué ocurre en casa, aquí cerca, no en un país lejano? ¿Qué pasó con el concejal que simplemente deseaba lo mejor para su pueblo? Excepto sus familias y amigos nadie lo recuerda. En su momento, todo el mundo gritaba y lloraba, pero ahora, si se exceptúan unos cuantos nombres que por uno u otro motivo fueron más sonados, se está quedando en el olvido. Y eso, dice muy poco de nosotros.

Volviendo al acto organizado por quienes, al fin y al cabo, son “el relevo generacional” y recordando todos y cada uno de los temas expuestos, quedó claro que en un mundo cada vez más caótico como lo es el actual, es necesaria un poco de templanza, proyectos serios donde el protagonista principal sea el ciudadano. Ya está bien de palabrería barata y de arrimarse al sol que más calienta. Ya está bien de querer salir en la televisión a toda costa. Ya está bien de aplaudirlo todo solo porque si no, se acaba el chollo.

Ya está bien de tanto postureo. Este país necesita más personas como Gregorio Ordóñez, quien creía que había una forma diferente de hacer las cosas buscando mejorar el día a día de sus vecinos y, sobre todo, apostaba firmemente por sus valores y proyectos, tanto, que le costó la vida. La sociedad tiene una cuenta pendiente con todos los que no están, con los que lo sufrieron de primera mano o indirectamente, con sus familias. El mejor homenaje es no olvidar lo que hicieron, que su memoria siga viva.

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