De joya a bisutería

Corren malos tiempos para los artículos de lujo; bien porque hay quien no puede adquirirlos, bien porque quien dispone de ellos, está mal visto por una sociedad en la que es más fácil criticar que reconocer el esfuerzo que haya tenido que realizar quien desee comprarse un reloj suizo o un coche más caro de lo habitual. Pero el tema de hoy no va de tiaras, anillos, diamantes o pulseras. No, la joya de la corona de la que toca hablar es, o era, esa de la que se enorgullecía el Gobierno Vasco: Osakidetza.

Fin de semana movido en las tres capitales vascas que han salido a la calle para decir ¡basta! a la deriva que hace tiempo tomó el Servicio Vasco de Salud, dirigido por unos políticos que o no saben, o no quieren poner remedio al desaguisado que tiene preparada la Consejera Sagardui. Que, dicho sea de paso, es un pastel que se está comiendo ella cuando los problemas, estructurales, que es la palabra de moda para estas cosas, vienen de muy atrás.

Bien es cierto que cuando se hablaba de Osakidetza, eran palabras mayores: una red sanitaria pública con el mejor servicio, centros, materiales, etc. que no tenía nada que envidiar a otros centros privados de renombre. Hay que reconocerle al Gobierno Vasco que supo hacerlo bien no, muy bien, allá cuando por los años 80 asumió la competencia de Sanidad, al igual que las demás comunidades autónomas. Pero claro, no se puede vivir de glorias pasadas y ni mucho menos excusarte en que hay otras regiones con listas de espera más largas o en las que haya que hacer cientos de kilómetros para una consulta.

Porque si las hay peores, también las hay mejores, en España o fuera. Si los responsables de la Sanidad han de sentarse juntos, por muy descentralizada que esté la competencia, y ver qué puede aportar el uno al otro, si hay que salir de este país y ver cómo lo hacen en otras partes del mundo, pues se sale. Lo que no es de recibo es que la Sanidad del País Vasco se esté desangrando, nunca mejor dicho, y no haya nadie capaz de colocarle un torniquete.

Sírvase el lector de un caso muy, muy reciente que de rebote le ha tocado sufrir a la que suscribe estas líneas, gracias a Dios con final feliz. Uno de los hospitales más importante de Euskadi, por no decir el más. Mujer de cierta edad ingresada durante diez días esperando una resonancia desde el primer día que ingresó por Urgencias. Ocupando una de esas camas que supuestamente tanto escasean, viendo la televisión porque la única prueba que se le hacía cada día era tomar la tensión y la temperatura. Llega el fin de semana y no le dan el alta porque, aunque la resonancia salió bien, Cardiología no había enviado los resultados de una ecografía, así que otro fin de semana en hotel de lujo.

Y lo que suena a chiste y esto es real como la vida misma, cuando una de las mañanas se le acerca uno de los auxiliares, totalmente avergonzado, y le dice que no le deja camisón para cambiarse porque solo tiene siete y en la planta hay quienes los van a necesitar sí o sí. Sin problema, esta persona podía prescindir de ello, pero vergonzoso. ¡Camisones de hospital! no de Gucci, ni Armani, no. ¿De verdad tan mal está Osakidetza que han de racionar de esta manera ese trozo de tela con dos agujeros y tres cordones en la parte trasera?

No es la primera vez que se habla en Minuto Crucial de la desastrosa hoja de ruta de la sanidad vasca, de hecho, vamos a creernos que pusimos nuestro granito de arena en la suspensión cautelar del traslado de Cardiocirugía del hospital de Basurto al de Cruces. Lo triste es que seguramente el asunto dará más que hablar. El fin de semana ha resultado caliente en las calles, pero el Gobierno de Urkullu no parece estar preocupado.

En las elecciones de mayo no se juega la Lehendakaritza y en las Generales, intentará sacar tajada; la duda es saber con quién bailará, quizás haya cambio de pareja. Mientras tanto, los vascos, de derechas o de izquierdas, nacionalistas o no, seguirán viendo cómo la joya de la corona que era su sistema sanitario, porque en eso estaban todos de acuerdo, se está convirtiendo en una sombra de lo que fue, una bisutería cada vez más barata a pesar de manejar uno de los presupuestos más altos del Estado.

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