La Barbie humana

Coincidí en un trabajo con una chica a la que bauticé como la Barbie o la Kim Kardashian española. Tenía 21 años y estaba absolutamente obsesionada con la cirugía estética. El primer día que la vi tenía que venir un poco antes de las 7 de la mañana para que la enseñara a abrir el negocio, apareció 20 minutos más tarde cuando ya estaba todo encendido. Era bajita, muy morena, con el pelo negro muy largo en una coleta alta, llevaba unas playeras de esas con plataforma al estilo Rosalía.

– ¡Buenos días! Soy Lorena, me estabas esperando ¿a qué sí?

Me lo dijo como si fuera una gran artista a la que todo el mundo está esperando con expectación. Tenía voz de pito, cuando se quitó el abrigo resultó que iba con una camiseta con escotazo por el que se le veía parte del sujetador, llevaba las cejas pintadas haciendo un poco de pico, las uñas súper largas, más maquillaje que una fábrica de pintura y pensé que se debía de pensar que estaba en un bar de copas y no en una cafetería en el turno de mañana.

En los ratos muertos de la jornada se dedicó a decirme con sorprendente reiteración que ella no tenía redes sociales, por lo menos 5 veces lo recalcó. Y que ella era una persona muy normal, como cualquier otra. Cuando una persona te dice esto sin ton ni son y si preguntarla nada, lo que te hace es dudar de su normalidad.

Cada día aparecía con un modelito más extravagante y era bastante cómico verla servir a un matrimonio una ensaladilla rusa agachándose delante del señor que procuraba evitar que se le fueran los ojos a cierto sitio delante de su mujer. Los fines de semana coincidíamos en el turno de tarde y, como no sabía hablar de otra cosa, me ponía al día de sus “trucos” estéticos.

Bebía el café con pajita para no mancharse los dientes, comía potitos de pollo, tenía operado el pecho, evidentemente, usaba extensiones y pestañas postizas. También se rellenaba los labios y el día que le tocaba traía la boca hinchada y hablaba como un pato.

– Pero mi gran problema no es ese, Rosa.

– No me digas, ¿y cuál es?

– Mi culo, ¿no lo ves? Mi sueño es operármelo como Kim.

– Pero está proporcionado con el resto de tu cuerpo ¿qué quieres? ¿Ser de esas que tienen una cintura súper fina y luego un culazo descomunal? A mí no me parece que eso quede bien, aunque ahora está de moda, pero a mí me resultaría incómodo, tienes que ir dándote con todos los sitios.

– A mí me encanta, ya lo estuve mirando en su momento, me hicieron el estudio y todo pero vale una pasta y además, tendría que engordar 10 kilos para que luego me redistribuyan la grasa y eso es ¡terrible!

La verdad que para mí, que apenas uso maquillaje y tacones días contados, era muy chocante que el gran problema existencial de una persona tan joven fuera ese. Como tenía la cabeza a pájaros era un desastre trabajando, no limpiaba, no reponía, dejaba las copas sin secar. Pero la mantenían porque tenía una corte de cincuentones que iban a ver si caía algo. Se cogía unas melopeas de espanto, un día se presentó con la coleta toda despeluzada, el rímel corrido y una ceja pintada más arriba que la otra.

– ¿Dónde has estado, Lorena? Se te ha ido la mano anoche ¿eh?

– Lo siento, pero yo de mi vida privada no hablo.

Así me soltó, como si fuera la famosa que en su mente quería creer que era. Al poco tiempo, dijo que se iba a otro sitio y desapareció. Sus admiradores se quedaron unos días desconsolados porque se les había acabado el espectáculo. Yo ya no he vuelto a saber nada de ella, supongo que seguirá por ahí sufriendo porque no tiene culo, mientras otros sufren porque tienen mucho. Así está la vida de mal repartida.

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