Abstenerse resignados

Como español nacido en 1991, pertenezco a esa generación que será recordada por ser la primera que, desde la Guerra Civil, vivirá peor que sus padres. La carencia absoluta de proyecto económico ha sido llenada por una destructiva cruzada cultural de un globalismo imperante en partidos políticos y medios de comunicación.

La educación ya no tiene como objeto el ayudar a los chavales a encontrar su sitio en el mundo, a construir su proyecto de vida. Ahora simplemente quieren crear personas acomplejadas por el correctismo político, intentando aplastar el pensamiento individual crítico que ha impulsado el desarrollo económico y social a lo largo y ancho de la Historia. Al Estado, que ha monopolizado la educación y, por ende, ha hecho colapsar el libre desarrollo intelectual de la persona, ya solo le importa el amordazar el lenguaje y el comportamiento para convertirnos en simples maniquíes al servicio del plan de unos pocos, pero que nos afecta a todos y cada uno de nosotros.

Lo que en las últimas décadas han implantado los sucesivos gobiernos es la creencia de que pensar, hablar o actuar de forma diferente a lo que desde los medios subvencionados se proyecta como “aceptable” puede ser ofensivo para alguien y, por tanto, no es un comportamiento socialmente aceptable. La construcción de una maquinaria social inquisitorial perfectamente engrasada ha facilitado el que disentir sea una actividad de riesgo. Y a las pruebas me remito.

Opinar sobre el derecho a la vida, a la igualdad, a la seguridad, la Monarquía, la política fiscal, el sistema de subvenciones públicas o la inmigración -entre otros cientos de temas- ha quedado vetado a los que están convencidos de que la deriva política falsamente mayoritaria no es nuestra mejor opción. Y el contubernio de partidos y medios de comunicación se ha visto ampliado por las grandes corporaciones propietarias de las principales redes sociales.

Lo que antaño fue el único reducto de libertad de opinión hoy solo es una herramienta más de censura al disidente. Gracias a la creación de los “servicios de verificación”, se da por bueno simplemente con un simple informe que una información expuesta en Twitter o Facebook sea inmediatamente calificada como falsa y eliminada en el acto. Pero a nadie se le escapa que detrás de esas empresas hay personas y toda persona dirige su vida por una ideología u otra. Y, claro está, por definición es el socialismo el único sistema superviviente del siglo XX que, dinero público mediante, se mete en todos y cada uno de los rincones -y despachos- donde se toma hasta la decisión más ínfima que afecte a la vida de los ciudadanos.

Pero no es la primera vez que el mundo civilizado se enfrenta al totalitarismo. Y gana. Aunque ahora ya no nos enfrentemos a un enemigo tangible, nuestro objetivo ha de ser el mismo: vencer el miedo. Tenemos el deber como seres humanos de defender nuestra esfera individual de derechos y libertades frente a cualquiera que ose invadirla. Más o menos conscientes de ello, todos sabemos que la palabra es nuestra arma más poderosa y no tenemos que dudar en usarla. Si abandonamos todo temor a decir lo que pensamos, habremos ganado. Por goleada.

Si crees firmemente que tu país tiene derecho a decidir sobre su futuro y el de tus compatriotas, dilo. Si crees firmemente que bajando los impuestos la economía mejora, dilo. Si crees firmemente que el hombre y la mujer somos iguales sin necesidad de discriminación alguna, dilo. Y si crees firmemente que hoy desde los medios de comunicación se tolera más la quema de contenedores y el destrozo de mobiliario urbano que el hecho de expresar libremente ideas absolutamente legítimas y acordes a nuestro sistema constitucional, no lo digas, grítalo.

Pero por encima de todo, no te resignes. Si tienes más de cuarenta años y vives la decadencia de lo que un día fue un país con una ciudadanía libre, tienes la obligación de guiar a los jóvenes para demostrarles que esto no siempre fue así y que vivimos en un espejismo creado artificiosamente por unos pocos para el control de muchos. Y si tienes menos de 40, tienes el deber de demostrar que no aceptas este estado de cosas y que como ciudadano libre quieres tener la posibilidad de ejercitar tus derechos y libertades sin menosprecio de nadie. Es importante que nadie se venga a engaño. Lo de hoy no es la “nueva normalidad” que queremos ni necesitamos y que la crisis del virus chino no es más que un doloroso golpe a las familias que han perdido seres queridos y a las que ven peligrar su supervivencia económica. No debemos resignarnos a acatar que una pandemia -como otras tantas que han asolado a la humanidad- les sirva de excusa para el reinicio social y económico que ellos tanto ansían.

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