Algunas activistas han lanzado el grito de combate: “Somos las nietas de las brujas que no pudisteis quemar”. Además, el apelativo bruja se ha oído en dos parlamentos españoles a modo de insulto. En uno se ha mencionado el vuelo sobre escoba. En ningún caso se tiene en cuenta lo que era una bruja ni lo que era la Inquisición Española. Si se conociera el papel que ésta desempeñó, se la tendría en una alta consideración, porque en realidad fue refugio y protección de las abuelas aquellas.
El Santo Oficio, que operaba en la península y los territorios de ultramar, entendía de delitos de herejía y brujería cuando así se decidió, y de otros como la bigamia, el perjurio, la violación, los abusos sobre menores, la falsificación de moneda, el contrabando de armas y caballos, etc. De ahí que muchas sentencias no tuvieran que ver con la herejía ni la brujería. Aparte de esto, muchos reos preferían los tribunales de la Inquisición a los del rey, porque eran menos intransigentes.
No debió de ser así en otros países. En España fueron ejecutadas por sentencia inquisitorial entre 1500 y 3000 personas, mientras que fueron más de 360.000 en Inglaterra. Las brujas quemadas en Alemania fueron más de 25.000, en Suiza 4.000, en Inglaterra 1.500, en Francia 4.000, en España 27 (brujos y brujas). Otros cálculos elevan la cifra hasta 50. El problema de la brujería, una práctica propia de todas o casi todas las sociedades, es una parte del problema general de la demarcación entre la realidad y la imaginación delirante. Lo propio de la europea, una reminiscencia del paganismo fue la incorporación a sus delirios de elementos cristianos.
En el proceso de Zugarramurdi, la primera y última gran causa contra la brujería en España, se halló que, según confesiones de los acusados, la secta se juntaba en aquellarre todos los viernes del año, en vísperas de las tres Pascuas, la noche de Reyes, etc. Siempre asistía el Demonio, que oficiaba una misa y predicaba en vascuence. Lo que allí sucedía, incluyendo las coyundas de Satán con cada uno de sus fieles, ya fueran hombres, mujeres, niños o ancianos, produce repugnancia a la imaginación más depravada. Los brujos y brujas tenían además el poder de convertirse en yeguas, cabras, cerdos y otros animales para espantar a los viajeros, de provocar tempestades en el mar y arruinar las cosechas en el campo, de aderezar ungüentos maléficos, de matar a personas, etc. También eran vampiros y devoraban cadáveres, sobre todo de niños.
Hubo una oleada intensa de terror que, procedente de Francia, infundieron estos seres en Vera del Bidasoa el año 1610. El terror, alimentado por relatos de apostasías, culto a Satanás, que se aparecía a sus fieles como macho cabrío, orgías con íncubos y súcubos, vuelos en compañía de sapos, etc., se extendió por Guipúzcoa y el norte de Navarra. Para preservar a los niños de semejante mal, el vicario dio cobijo a más de cuarenta en su casa, donde los bendecía antes de que se durmieran y luego vigilaba su sueño. Vestido con estola y sobrepelliz, pasaba la noche entre rezos. Pero Satanás ordenó que los aquelarres se celebraran en las proximidades de la vicaría, con el fin de ir todas las noches a ver si podían robar a alguno y devorarlo en un festín sacrílego. Once personas fueron condenadas a la hoguera, de las que cinco eran hombres y seis mujeres. De esos condenados, cinco fueron quemados en efigie, porque habían fallecido ya.
Pero hubo quien albergó serias dudas sobre el proceso y la sentencia: entre otros, Alonso de Salazar y Frías, inquisidor, que fue comisionado por la Suprema para investigar los hechos. Entre otros extremos, comprobó que unas veintidós ollas de ungüentos y otros potes con sustancias terroríficas se habían hecho con métodos ridículos. Dio de comer de aquellos “potages”, como los llamó, a varios animales y comprobó que eran inofensivos. Demostró luego a los testigos y a los propios brujos que no había sucedido nada de lo que habían declarado. Les trató de convencer incluso de que no eran en modo alguno lo que decían ser. Rogó a varias matronas que examinaran a una joven que aseguraba haber tenido contacto carnal con el diablo y haber derramado mucha sangre por ello y hallaron que seguía siendo virgen. Con otras varias doncellas se descubrió lo mismo. Como varios muchachos contaron que se celebraban aquelarres en cierto lugar la noche de San Juan, envió a dos secretarios a comprobarlo; éstos atestiguaron que no hubo nada ni sucedió nada en aquel lugar y tiempo que decían. Por último, Salazar y Frías llegó a registrar 1672 perjurios y falsos testimonios. La conclusión sobre ello fue que no había pasado nada y no había sucedido ninguno de los actos deducidos o testificados en el proceso de Zugarramurdi. Lo que vino a deducir de todas sus indagaciones fue que aquellos individuos, próximos a la demencia unos, malvados otros y sobremanera crédulos los más, no distinguían lo existente de lo inexistente, como sucede al loco, que vive en su fantasía y no separa un campo del otro.
Aquel hombre de mente lúcida logró establecer una barrera diacrítica entre la realidad y la ficción, para lo cual tuvo que luchar contra la opinión pública y la credulidad del momento. No obstante, en 1614 la Suprema divulgó una instrucción sobre la brujería que recogía casi todas sus ideas. Gracias a sus indagaciones se regularizó un método igual para los procesos brujeriles. Se concretó la forma de las acusaciones y se puso en orden la prueba testifical, por si un temor exagerado y necias fantasías, artes mágicas y encantamientos, servían de pretexto a delaciones falsas. Hubo otras medidas del mismo tenor. Así contribuyó el Santo Oficio al progreso intelectual.
Todo lo cual tuvo un efecto salvífico sobre muchos individuos alienados, crédulos o de imaginación calenturienta. Lo cual fue posible porque el Santo Oficio gozaba de prestigio entre la población, lo que lo convirtió en una importante fuerza racionalizadora. En nuestro tiempo no hay ninguna institución que goce de la misma aceptación, razón por la que pululan por doquier las creencias más inverosímiles, desde la fe en los extraterrestres a las sectas oscuras que manejan los hilos del mundo, desde algunas ideas que provocan terror ante el cambio climático hasta algunas combativas facciones antivacunas, etc. La barrera diacrítica es más vaposa en nuestro tiempo que en la España del siglo XVII.
Coda final: A quien dijera que aquel procedimiento judicial era atrasado e injusto (en comparación con el actual, se entiende) y que se debería haber aplicado uno como el presenta, habría que responderle que Cristóbal Colón debería haber cogido un avión de Iberia en lugar de una de aquellas anticuadas carabelas.
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