Estrellas (fugaces) de la comunicación

Este artículo vale para recordar a cualquier locutor de radio, comunicador o tertuliano que aparezca en los medios de comunicación de primera línea, que en esta vida no se puede ir de flipado. Lo leeréis hoy, pero servirá para compartirlo hasta la posterioridad, puesto que hay muchos profesionales que se las dan de ‘estrellas’ pero lo que no saben -o no quieren saber- es que en esta vida todo lo que sube, más tarde o más temprano acaba bajando. Cada cosa que imaginéis, cualquiera y sin excepción cuenta con una fecha de caducidad. Viene bien guardar este escrito para que se lo paséis al lunático de turno que se crea un Dios entre dioses.

Un profesional de los medios puede tener su bagaje en periódicos, radios o digitales de Internet que podríamos catalogar como de primera división. Algo para sentirse orgulloso de ello, desde luego. Pero pocos se dan cuenta de que ese puesto de privilegio no es eterno y que por mucho que ellos se crean la última Coca-Cola del desierto, no lo son y, aunque les pese, mañana otro más joven y carismático vendrá que los relevará. Porque así es la vida por mucho ego que tengan. Cuando menos te lo esperes, como te lo tengas muy creído, otro te desbanca de la poltrona. En realidad, nadie es indispensable y por eso creo que hay que apelar a la humildad además de agradecerles a quienes nos sigan su lealtad a lo que hagamos. En caso de no hacerlo, todo caerá como un castillo de naipes y todo ello sin necesidad de soplar.

Cuántos palurdos que tienen un altavoz de los gordos en forma de micrófono o digital, se creerán los poseedores de la gracia divina. Aquellos mismos que se piensan que les siguen exclusivamente por tener un nombre, pero que en realidad a quien lo hacen es al proyecto en el que trabajan. El ego de estos personajes no les permite asimilar que ellos no son un Cristiano Ronaldo jugando en un Real Madrid sino un titular de ese equipo aspirante a ganar una Champions. Perteneciendo a la plantilla blanca es fácil optar a ello, pero conseguir ese objetivo con un Getafe o Éibar se vuelve utópico por no decir completamente imposible. Es fácil captar lectores, oyentes y seguidores trabajando en sitios de renombre. Lo difícil acaba siendo llegarte a ganar la confianza del pueblo llano cuando estás comenzando una trayectoria periodística o cuando trabajas en un lugar tan desconocido como este.

Estrellita de los medios, te voy a decir algo a la cara metafóricamente hablando. Te llames locutor de radio que vas de número uno, tertuliano que se cree indispensable en su trabajo o también a ti, que te consideras un erudito de la escritura que se piensa que cuenta con el don de ser el “el hombre” entre los hombres. A todos vosotros a nivel individual o en colectivo os diré que aterricéis en el mundo real. Ninguno sois las vacas sagradas de la India, sino que lo son esos mismos lugares en los que trabajáis. Aquellos mismos que os dan la publicidad y, por ende, la fama, una que en algunas ocasiones ni tan siquiera merecéis por vuestra falta de respeto a quienes consumen vuestro trabajo.

Hay que tener principios y valores en esta vida. Jamás hay que venderse al mejor postor y al mismo tiempo, complementar esto con valorar al lector, oyente o televidente. Porque es gracias a ellos por quienes podemos alcanzar la cima del Everest en nuestra profesión a pasos agigantados de igual modo que son los mismos que nos pueden castigar por no ser leales a la verdad además de por ser serviles a terceros con fines interesados.

Los consumidores de nuestro trabajo, seamos de primera, segunda o tercera división, son personas de la calle, con una serie de preocupaciones como las que podemos tener nosotros, y que para desconectar de sus situaciones que en algunos casos pueden ser incluso rocambolescas, acuden a nosotros para leernos, escucharnos o vernos. Ese público es el que busca una mano amiga en la oscuridad, y quien confía ciegamente en nuestra manera de actuar, pensando que somos 100% honestos en cada momento en el que damos una información o manifestamos una opinión.

Por ello, por lealtad a quienes nos consumen, debemos corresponderles con honestidad, rigor y sin actitudes ególatras, porque los hay incluso que, de seguirnos durante largos periodos, nos llegan a ver incluso como otro integrante más de su familia. Parece algo exagerado, pero no lo es. El grado de implicación siempre que sea con fines sanos, es algo que me parece digno de admirar. Hablando de admiración, en el sueldo no está aguantar a payasos ni extremistas, pero no todo aquel que discrepa en algo con nosotros lo es. Quiero recordar a toda esa estrellita que se crea el Dios de la comunicación que su nómina mensual depende, mayoritariamente, del share o las visitas que tenga el proyecto en el que trabaje, y si este al que admira lo defenestra simplemente por discrepar en un tema ‘X’ que al principio no está dentro de las líneas rojas que tiene un medio, como unos cuantos hagan piña tirando del poder del colectivo, a esa persona totalitaria el INEM lo esperará con los brazos abiertos convirtiéndola de estrellita a estrellada y todo por no saber valorar a aquel que durante años depositó su confianza en él.

La gente que nos sigue es la que nos da el protagonismo para avanzar en nuestras carreras. Como bien dije en párrafos anteriores, son ellos los que nos suben hacia el Olimpo, pero también quienes nos bajarán por ver que no somos transparentes con la verdad o con las informaciones que manejemos. El trabajador de la comunicación es un tolay que hoy lo reconocen por la calle porque sale en un sitio puntero, pero que mañana estará buscando un empleo como un español más.

Por ese motivo, para finalizar quiero decir dos cosas, una a la estrellita y otra al público: Estrellita, ni tú ni yo somos indispensables, porque siempre puede aparecer alguien mejor que uno al que le quiten el puesto y por ello, humildad, de lo contrario, las consecuencias sufrirás y todo por flipado; y al público que lea este artículo lo que le diré es que no sabéis el gran poder que tenéis. Una sintonización, una visualización, una retransmisión sea del tipo que sea, puede no parecer gran cosa. Pero si cambiamos la cifra de 1 persona por la de miles o incluso millones que nos contemplan, ahí es donde alcanzaréis a ver que vuestro grado de implicación en nosotros va en consonancia con la fuerza e influencia que llega a tener un comunicador. Final del partido: Estrellita 0, Pueblo llano 5. El pueblo siempre ganará por goleada.

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