Obesas mórbidas

Hace unos días nuestro ministerio más inútil, el de la Vulgaridad, lanzó una burda campaña en favor de un grupo de mujeres con un coste de más de 100.000 € y que pagaremos todos, todas todes y que han tenido que eliminar raudas y veloces vistas las tremendas críticas obtenidas. En dicho cartel aparecían dos lesbianas gordas, una chica con vello corporal, una mujer que había sufrido una mastectomía y una señora obesa mórbida feliz como colofón con pose de disfrutar del tremendo sobrepeso. ¿Perdona?

Mi critica no es ya solamente por saber que había sido un burdo copia y pega que pagamos todos utilizando imágenes de mujeres reales a las que habían retocado y, además, sin su consentimiento. No. Mi crítica va también al hecho de que ignoran, (como todo lo que hace esta panda de niñatas venidas agarrarse a cargos gubernamentales como niñas de teta) al hombre.

Para estas odiadoras del hombre, la sociedad es un mundo hostil en donde creen que señalamos con odio al diferente y se equivocan. Son ellas quienes constantemente nos dicen lo malísimos que somos por, según ellas, ¿mofarnos de quienes sufren? Por no tener cuerpos normativos igual otro invento que les da dinero. Como la infame campaña daría para varios artículos y no me da la vida, ni el tiempo, ni el talento, me voy a centrar en la obesa mórbida que aparece feliz posando sonriente.

Cuando yo era niña y salíamos al recreo devoraba mi bocadillo de queso o de chorizo que me hacía mi madre y miraba con envidia como Mari Carmen se zampaba una a una todas las deliciosas galletas Príncipe que no compartía. Mari Carmen pese a tener 9 o 10 años ya estaba entrada en carnes, pero jamás nos reíamos de ella, tan solo envidiábamos sus galletitas de chocolate.

Voy a hacer en este breve artículo crítica con quienes juegan a normalizar que una mujer para mí, obesa mórbida y de la que no alcanzo a vislumbrar belleza, sea un prototipo que seguir o una imagen corporal a imitar. Pues miren, no. No porque ese sobrepeso no es ejemplo de nada, igual es el reflejo no solamente de una mala alimentación o problemas nutricionales, sino también de un problema que habría que tratarlo con especialistas de salud mental. Y ojo, puedo respetar que quiera quererse por sus kilogramos y, a pesar de ellos, también, pero… esa no es una sana forma de quererse. Pienso.

Ahora han acuñado el término “gordofobia” y se me viene a la memoria mi época de juventud rodeada de amigas guapas, rubias y voluptuosas y luego estaba yo, delgada, morena y con una buena genética, bonita sonrisa y mejor trasero que jamás tuvo complejos por no ser ni rubia, ni alta, ni voluptuosa. Igual podría haberme inventado el término de “tetafóbica” en honor a mis queridas amigas, pero es que resulta que la clave de mi vida ha sido el respeto no a ellas solamente, sino al resto de las personas:  Hombres, mujeres, bajitos, gordos, guapas, altos, peludos, calvos  

Y este es el respeto que la polémica campaña del Ministerio de Vulgaridad quiere hacerme creer que no siento y se equivocan. Yo jamás voy a tragar con eso de que lo grotesco es bello, que lo diferente es lo mejor y que tendré que plegarme ante esos cánones de belleza impuestos renunciando a mi feminidad para no ofender a esas mujeres que envidian (y sé de lo que hablo) a quienes Dios dotó de armonía corporal y lo mejor, sentido común y sensatez. Conmigo que no cuenten.

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