De Montserrat a TV3

No se trata de que la señora más o menos beata de un pueblo de Andalucía se sienta ofendida, ni siquiera se trata de que aquellos que defienden a capa y espada una versión edulcorada y sesgada de la libertad de expresión puedan reírse a costa de otros. No es un asunto que trate, siquiera, de nacionalismos, de catetismos de otros mientras se demuestra la incultura y la mala fe de quiénes ganan mucho dinero a costa de todos porque los que manejan nuestro dinero jueguen o no contra nuestra dignidad como pueblo o como país.  Se trata de permitir lo que queramos y hasta dónde queramos. Se trata de disparar continuamente sobre lo que algunos consideran los cimientos de una España que en sus tradiciones es culturalmente religiosa, de atropellar la fe de otros, la dignidad de lo espiritual y la consideración de lo religioso como círculo en forma de diana sobre el que estampar el máximo número de dardos venenosos, siempre hacia los otros, nunca hacia sí mismos.

Por supuesto que si alguien hiciera una broma, una burla o una desconsideración sobre un homosexual, o sobre una mujer por serlo o incluso sobre la dignidad de los propios animales muchos de los que aplaudieron el otro día la indignidad de los poco profesionales zánganos de lo audiovisual de TV3 se habrían revuelto cual fariseos, sepulcros blanqueados, sobre sus calzas para señalar, insultar, amenazar y denunciar a quién se hubiese atrevido. Porque, como ha reconocido hasta el propio Almodóvar, hoy en día existe mucha menos libertad de la que vivimos en los años 80, curiosamente en plena transición, ese periodo de nuestra historia, precisamente tan salpicada por la denuncia, por la negación y por presuntas irregularidades, presuntas presunciones de lo presunto de esa misma gente que, impertérrita, continúa aplaudiendo y jaleando a los zánganos.

Miren ustedes, las creencias religiosas son algo protegido por los Derechos Humanos en su artículo 18 donde se indica que “toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia”. Pero, es más, la Resolución 6/37 del Consejo de Derechos Humanos señala que este Consejo insta a los Estados a que «hagan los máximos esfuerzos, con arreglo a su legislación nacional y de conformidad con el derecho internacional de los derechos humanos y el derecho humanitario, para garantizar que se respeten y protejan plenamente los lugares, santuarios y símbolos religiosos y a que adopten medidas adicionales en los casos en que sean vulnerables a la profanación o la destrucción;».

Por otra parte, la resolución 2005/40 de la Comisión de Derechos Humanos insta a los Estados a que «hagan los máximos esfuerzos, de conformidad con su legislación nacional y con el derecho internacional de los derechos humanos, para garantizar que los lugares, santuarios y expresiones religiosas sean plenamente respetados y protegidos y a que adopten medidas adicionales en los casos en que sean vulnerables a la profanación o la destrucción«.

Hablar de respeto por una parte se aleja considerablemente de lo que los zánganos hicieron en una cadena pública y la protección que se exige desde la Comisión y desde el Consejo de Derechos Humanos se aleja aún más si cabe de las respuestas que hemos podido observar desde cierta parte de la hipócrita clase política de este país, especialmente de la catalana, cuya Virgen Moreneta, posiblemente, digan que nació en Girona y que Cristo era del Valle de Boí. ¿Es que esta gentuza no tiene límites?

Decía Séneca que lo que no prohíben las leyes debe prohibirlo la honestidad. Y ni Leyes tenemos que protejan aquello que es un Derecho fundamental ni tenemos la honestidad que se espera de estos personajillos crecidos al calor de los “diners” y de la trepa acción de vender su alma a un independentismo malicioso, deshumanizado, cruel y sin límites.

Dice nuestra Constitución, en su artículo 20 apartado 4 que “la libertad de expresión tiene sus límites en los preceptos de las leyes que lo desarrollan, en el derecho al honor, a la intimidad, a la propia imagen y en la protección de la juventud y la infancia”. Cuando existe un derecho fundamental que condiciona a otros, como es el de la libertad de culto y religiosa, ese honor se extiende a esas propias creencias.

Querer herir a otro territorio del mismo país a través de sus creencias y cultos más populares es indigno e impropio de cualquier medio de comunicación, pero si además es público la monumental cagada se convierte en la escenificación de una diarrea mental y una falta de alma que no pueden sino ser sustancia de reciclaje de las alcantarillas más putrefactas de la conciencia de la o las ideologías que lo permiten, consienten y hasta pagan con el dinero de todos. Quisiera recordarles que la Virgen de Monserrat no es otra distinta a la del Rocío, ni representa a ninguna otra diferente a la del Pilar, todas la misma; la misma que los católicos consideran como su madre espiritual. Ustedes están, por lo tanto, mofándose de la madre de todos los creyentes, de los andaluces y de los catalanes, de los vascos, gallegos o manchegos.

Ustedes no representan a ninguna mayoría, ni siquiera a una minoría con el derecho de cambiar conceptos, normas, respetos o dignidades; ustedes demuestran con su mofa, con su posición airosa protegida por candidatos a delincuentes en sus puestos de salida, ser unos auténticos cobardes.

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