A vueltas con la Navidad

Entiendo que haya gente a la que la Navidad, tal y como está montada con ese espíritu de consumismo y grandes comilones, no le guste. Pero deben respetar que millones de seres humanos la celebren en todo el mundo. Particularmente, las navidades para mí se terminaron un 6 de enero con el fallecimiento de mi padre cuando tan solo tenía 12 años, pero jamás se me ocurrió hablar mal de ellas, sentía tristeza porque la ausencia era lacerante e irreversible. 

Últimamente, en Twitter, red de la que soy bastante fan, leo mucho resentimiento a vueltas con tan señalada fecha. Destripan los hechos históricos para demostrar casi machaconamente que Jesús no existió o, al menos, no como nos lo han contado. No seré yo quien les quite parte de razón, pero sus motivos no son sanos, más bien nacen del deseo de ir contra el cristianismo, el cual nos ha permitido llegar hasta nuestros días con unos valores férreos de cara a la humanidad. 

Por no hablar del Arte, la literatura y lo que ha significado en todos los ámbitos de nuestra vida. Por eso no comprendo ese empeño en demostrar que somos idiotas por creer en un fantasma. Esa gente me da pena, sin infancia, ni sueños, ni ilusiones; posiblemente, con unos padres descreídos y demasiado terrenales. 

La Navidad es cuestión de Fe, celebramos el nacimiento del Niño Jesús, Dios hecho hombre para salvarnos del pecado original. Puedes creer o no, por supuesto, allá cada uno. Pero lo que no es de recibo es esa inquina y rechazo que tienen algunos, cuando luego se les cae la baba con el islamismo del que, por supuesto, siento un gran rechazo debido a su entramado político tan brutal. 

Cada pueblo puede festejar lo que quiera, siempre y cuando respete y no lo imponga a los demás. Mucho me temo que hay movimientos anticristianos y persecuciones, cultos satánicos que nos llevan irremediablemente a esa lucha espiritual entre el bien y el mal. Somos millones los que nos creemos el nacimiento de un ser especial, un Mesías que dio la vida por nosotros y no somos ni mejor ni peor que otros, lo que sí exigimos es que se nos deje en paz. Hasta ahora hemos sido tolerantes, pero la paciencia tiene un límite. 

Nuestro Gobierno, nacido de unas jornadas de puertas abiertas en un manicomio, se empeña en eliminar aquello que nos identifica. Afortunadamente, con nulos resultados, porque la Navidad está en nuestros corazones y de ahí, os aseguro que es muy difícil de erradicar, por ello quiero desearos: “Feliz Navidad a todos los hombres de buena voluntad”. 

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