Hombre rico, hombre pobre

Corrían los años 70 cuando en la televisión triunfaba una serie de televisión que consiguió enganchar por su argumentación pero, muy especialmente, por una trama que situaba a dos hermanos (Rudolph y Thomas Jordache), hijos de un inmigrante alemán en Estados Unidos en plena ola del sueño americano de los años 50 en adelante, precisamente en el mismo punto de partida hacia la obtención de los objetivos de sus respectivas vidas. Rudolph, ambicioso y trabajador, se forjó una carrera política que lo elevó a conseguir ser Senador estadunidense mientras que su hermano, Thomas, fluyó en los suburbios primero como boxeador y, posteriormente, en el sórdido mundo de las mafias y del crimen organizado hasta que una situación límite le obliga a huir como polizón en un barco mercante.

Me preguntaréis a colación de qué traigo hoy a este digital la historia de estos hermanos. Pues bien, más allá de tratarse de una novela llevada a la pequeña pantalla nos encontramos con una trama con un objetivo mucho más ambicioso de lo que aparentemente pretende ofrecernos la serie. Esto es muy propio de las producciones de EEUU de la época. No se trata únicamente de establecer que los objetivos en la vida se pudieran conseguir a través de esfuerzo y entereza sino de que la vida es díscola con los merecimientos y que hasta el miserable más vulnerable y pendenciero puede aprender de la vida y humanizar su conciencia mientras que aquél que se esfuerza puede ser arrollado por la magnitud de su riqueza a un estado de inconsciencia y deslealtad con sus orígenes, de egocentrismo y de falta de conciencia humana. Este sería el caso en el que evolucionan los personajes de la citada serie.

Y es que la vida es compleja, lo es en oportunidades y esto es cierto pero también en suerte, en capacidades diferentes, en la suerte o no de haber nacido en una familia más o menos pudiente o en un entorno más o menos favorable. La vida nos lleva, nos arrastra en muchas ocasiones y nos roba la capacidad de ser dueños de nuestro propio destino cuando nos arrebata, a veces de golpe, el propio presente.

Conjeturar todo esto desde un punto de vista político en considerar que la justicia social consiste en arrebatar a los que más tienen gran parte de lo que poseen para poder salvar de la pobreza a los que menos tienen se salta de lleno una serie de elementos que son fundamentales en el análisis efectuado al respecto. Y es que el problema de un pobre no tiene por qué haber sido que no pusiera su esfuerzo en conseguirlo, que no tenga incluso capacidades para serlo. El problema, la mayoría de las ocasiones, es externo, como el hecho de nacer en una familia y un entorno que educacionalmente no le han ayudado a entender cómo hacerlo, o que le han puesto limitaciones o que le han marcado directamente un camino más fácil pero más incierto. También puede haber sido el de la suerte. Quizás seas el segundo mejor del mundo o el que menos enchufe tiene para el mejor de los puestos y eso no significa que no seas alguien válido y capaz. También es posible que tengas unas habilidades y capacidades, unos estudios y un curriculum excelente pero nadie te ha valorado, nadie ha apostado por ti o, simplemente, te han rechazado porque nadie entiende que quieras un trabajo y un lugar cuando tienes una preparación que podría hacer mucha sombra a los de tus jefes.

Todo es mucho más complejo que la dualidad pobre por exclusión o rico por herencia o por abusar de los trabajadores y del sistema. Lo cierto es que no se debería entender, en ninguna sociedad, que alguien recibiera algo a cambio de nada o que a alguien le quitaran algo suyo a cambio de nada. Lo que me lleva a plantear por qué en este país muchas personas trabajan, se ven con muchas dificultades para llegar a final de mes trabajando incansablemente cada día mientras que otras personas reciben ayudas a cambio de nada por el simple hecho de que tiene unas condiciones socio económicas muy limitadas. Tan difícil de entender como que los alumnos aprueben sin merecerlo o que a aquellos que más notas sacan se las bajasen para compensar a aquellos que no han estudiado ni estudian.

Estoy plenamente convencido de que las ayudas son necesarias, por supuesto. Pero si un alumno suspende lo que necesita es una atención personalizada, un apoyo extraescolar, quizás un seguimiento junto a su familia de las causas que pueden llevarle a ello, pero no el regalo de un aprobado sin merecerlo, porque en la lista de las injusticias esta sería una muy seria tanto para la sociedad que lo legitima como para el alumno o alumna que es educado en el merecimiento sin esfuerzo, sin motivo. Igualmente entiendo que aquellas personas que reciben prestaciones o ayudas deben devolver de alguna forma el favor que el Estado hace por ellos y por sus familias en modo de trabajo social o quizás en modo de estudios, de auto esfuerzo, de demostrar de algún modo que su situación pueda tener una justificación a la que es ajeno, fruto de las circunstancias, pero que es un obstáculo que, con la ayuda de papá Estado va a superar para beneficio propio y de la propia comunidad de ciudadanos que representa ese apoyo que está recibiendo.

No es entendible una sociedad de derechos sin obligaciones. Y no es entendible una sociedad dónde los que más dan pierden derechos y los que más reciben no están obligados a nada. Tampoco es entendible una sociedad en la que se ayuda a quién no tiene recursos pero no aporta nada y se sacrifica a una clase media que es soporte en gran medida de un sistema económico que se va a pique sin el poder adquisitivo y el consumo de estos.

Destruir y presionar, asfixiar a las familias de clase media y a los autónomos en un país como España es comenzar a cavar el pozo de la ruina más absoluta. Hombre rico, hombre pobre, un maniqueísmo más de los usados ideológicamente para justificar actitudes que a nadie nos hace más humanos, pero sí a algunos más manipuladores y compradores de voluntades y a otros más necios creyendo que con las migajas de un Estado pueden construir un futuro mejor sin esfuerzo y sin salir de ese pozo que supone esperar que le saquen las castañas del fuego. De la economía sumergida mejor hablamos en otro momento.

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