Una Nochevieja de distinta naturaleza

Son las 23:59 del 31 de diciembre. Estamos a escasos segundos de dar la bienvenida al año nuevo… y yo, que no soy de comer las uvas, prefiero sintonizar la televisión para enterarme del momento exacto en que comience ese gran evento tan marcado. Los segundos, como si fueran microsegundos, avanzan velozmente… y ya puedo escuchar los primeros estallidos de petardos y fuegos artificiales. Oficialmente, es 1 de enero. Desde sus hogares, la gente celebra la Nochevieja como si no hubiera un mañana, entre risas, voces a todo volumen y siempre con el sonido de la pirotecnia como testigo.

Tras terminar de asearme y vestirme de manera elegante, salgo de casa con dirección al centro de Madrid. En esta ocasión, no me reuniré con mis amigos Álex y David; en su lugar, pretendo aventurarme a la caza de una mujer con la que poder comenzar el año disfrutando sin parar de cada parte de su cuerpo. Quiero estrenar el año a lo grande, y nada ni nadie logrará impedirme que cumpla ese objetivo, cuya prioridad es absoluta.

Después de salir de casa, me dirijo hacia la parada de autobús más cercana con la esperanza de tomar uno que me lleve a la zona más animada, donde la mejor fiesta esté en pleno apogeo. Mientras espero el autobús, diviso a un grupo de chicas visiblemente algo embriagadas que celebran pletóricas los primeros compases del año nuevo, lanzando serpentinas y jugando con matasuegras. Físicamente, no están mal, pero ninguna de ellas me interesa lo suficiente como para hacerlas gozar. Mi objetivo es encontrar a alguien que logre enloquecerme y, si tiene un perfil que se salga de lo común, mucho mejor. Las que no destacan, son para el resto de los mortales, porque yo me considero especial.

Nada más subir al transporte público y sentarme, logro sumergirme en la música de mi reproductor MP4. Mis tímpanos escuchan lo de siempre: música electrónica y rap a mansalva, una combinación que me acompañará durante todo el trayecto hasta que me baje del autobús. Los dos cubatas de licor de hierbas que consumí, por momentos, hacen mella en mí. La urgencia de querer llegar lo antes posible lleva a que baje en la parada equivocada, y cuando me doy cuenta de ello, el autobús ya se está alejando del perímetro. No pienso esperar una hora para coger el siguiente. Al mirar a mi alrededor, me doy cuenta de que estoy en el barrio de Salamanca. Suena a chiste que, en Nochevieja, un chico de Usera acabe en una zona tan prestigiosa por pura casualidad. No obstante, debido a que es un día singular, ¿por qué no disfrutar de este ambiente en el primer día del año? Dar marcha atrás, ni siquiera para impulsarse.

Sigo paseando por el perímetro. La celebración en ese barrio mayoritariamente se lleva a cabo en zonas residenciales y en el interior de bares y pubs. Por la calle, contra todo pronóstico, apenas encuentro a gente. Mientras continúo en línea recta, diviso a lo lejos a una mujer de pelo moreno y ondulado, ¿o quizás rizado? Aproximadamente, rondará los cuarenta y pocos años, y a su lado tiene a un hombre uniformado que, aparentemente, parece un escolta. A centímetros de ambos se halla un coche de alta gama; seguramente, pertenezca a esa misma mujer. Conforme me acerco, mi rostro refleja sorpresa. ¡A esa mujer la he visto en televisión!

Ya estando a unos pocos pasos, consigo apreciar una sonrisa angelical en ella. Sí, se trata de una política reconocida a nivel estatal y que tiene mucho peso en Madrid. Tan querida como odiada, al lograr identificarla, pongo mi atención en su persona. Es cierto, la curiosidad me gana y esta situación no se da todas las noches que sales de fiesta. Justo cuando me encuentro en su posición y al ver al hombre uniformado hacia el que apunta mi mirada, este se acerca a mí con intenciones puramente agresivas. Casi cuando está a punto de invadir mi espacio, la mujer política con nombre de aristócrata, a través de su mirada, le indica a su trabajador que detenga cada uno de sus movimientos para, a continuación, mandarlo a salir a dar una vuelta durante unas horas. El rostro de este pasó de agresivo a confuso. No obstante, el hombre acabó acatando la orden de su jefa. Una vez que logramos perder al susodicho, entre los dos comenzamos a interactuar.

Hallándonos los dos a solas, la mujer política, tras pedirme disculpas por la actuación de su trabajador, me sonríe de una manera que hace que su mirada se endulce de tal manera que parece una simple mortal. Sí, físicamente es preciosa y al mismo tiempo irradia una personalidad tan arrolladora como cercana, según el momento. Me gusta charlar con ella, puesto que desprende una gran sencillez, nada que ver con lo que la televisión y el resto de la clase política afirman sobre su persona.

Mientras charlamos durante un buen rato por el barrio de Salamanca, ella se dedica a contarme anécdotas relacionadas con su mundillo: la política. En distancias cortas, logra mostrarse algo tímida, especialmente lo percibo cuando, mediante mis sonrisas, le dejo caer lo interesante que me parece. La conversación va haciendo mella en los dos; gracias a ella, descubro que anteriormente se dedicó al mundo de la comunicación y que es licenciada en Periodismo. Sí, lo mismo que yo estoy estudiando. ¡Casualidades de la vida!

La complicidad entre los dos iba in crescendo y en cuanto a nuestra profesión común, ambos estábamos de acuerdo en una cosa: que, en la actualidad, es más rentable ser propagandista que periodista. Las anécdotas que ella se dedicó a contarme lograron que comprendiera el motivo por el cual, la mujer con nombre de aristócrata, se muestra tan contundente ante las cámaras y los políticos rivales, incluso con los de su misma formación política. ¡Cuidado con el fuego amigo, que llega a ser tan malo como el enemigo más despiadado que se tenga!

El mundo de la política está plagado de individuos dispuestos a todo con tal de mantenerse en el poder. Ella lo sabe y entre sonrisas se dedica a contármelo sin medias tintas. La conexión que vamos estableciendo es increíble y, contra todo pronóstico, algo inesperado para mí. A pesar de que se trate de una mujer tan racional en su vida diaria, al mirar a sus ojos puedo corroborar que conmigo es honesta. Me gusta y sorprende a partes iguales que me manifieste cosas que, de saberlas quien más le odie, podrían servir para delatarla. Su confianza en mí, tan sólida como la complicidad que se traían nuestras miradas y tan sólida como la roca más pesada que habite en la tierra. Desde que ambos supimos de nuestra existencia hasta el momento actual, tan solo han transcurrido cuarenta y cinco minutos.

El tiempo iba pasando y, tras la mujer con nombre de aristócrata comprobar la recíproca conexión que había entre ambos, quiso llevarme a una de sus casas que, precisamente, se halla a escasos metros de donde estamos situados. La verdad es que me hace ilusión tener la posibilidad de conocer el hogar de una política de renombre, el mismo en el que comerá, dormirá y realizará otras tantas cosas más. En honor a la verdad, me siento privilegiado y ver además cómo se muestra cómoda y encantadora conmigo logra reconfortarme.

Nada más cruzar la puerta de su hogar, a pesar de tener esa conexión personal, pude percatarme de que ambos procedíamos de dos mundos completamente opuestos: ella residiendo en el elegante barrio de Salamanca y yo en mi humilde Usera, un barrio obrero donde es poco común encontrarse con personas que lleven trajes caros o relojes de marca Rolex. La mayor de las sorpresas la tuve tras ver que su lugar de residencia carecía de ama de llaves, mayordomo o alguien relacionado con los servicios exclusivos dentro de su hábitat personal. Seguramente, el hombre uniformado con apariencia de escolta y chófer, tendría que ver con su condición de política, algo impuesto por la propia Comunidad de Madrid o el Gobierno de España a todo político que tenga un cargo público de su altura. En su casa y ya relajados sin que nadie nos pudiese observar, la conexión entre ambos seguía siendo evidente, y esta vez a mayor escala. Con el paso de las palabras, las miradas de complicidad pasaron a convertirse puramente en deseos.

Ya, los dos ubicados en el salón de su casa, brindamos por el año nuevo que hacía una hora y poco había comenzado. Tras el brindis, quise buscar la manera de acercarme a ella para conectar más íntimamente. Por momentos, se me olvidaba que se trata de una política de renombre. Sinceramente, en mi cabeza tan solo se halla una mujer hermosa a la que yo tenía ganas de hacer disfrutar. Las copas sirvieron de pretexto y la atracción iba en aumento. El primer beso llegó tras el tercer brindis y con la música de C. Tangana de fondo. Su traje rojo, con el paso de los minutos, fue cayéndose hacia el suelo, al mismo tiempo que yo devoraba la pintura de sus pintalabios con gran pasión a la vez que iba acariciando su cabello moreno. La suma de su atractivo, posición y el lugar en el que nos encontrábamos consiguió que mi mástil se hallase completamente firme como para querer entrar en acción. Mi traje negro, ese caro que utilizo para Nocheviejas, acabó en el mismo lugar que el suyo, realizado por el mejor de los diseñadores.

Una vez ambos nos despojamos de toda la ropa que nos cubría, continuamos besándonos al son de nuestra serenata de gemidos. El sudor irrumpe en nuestros cuerpos, cuya intención era alcanzar el clímax justo en este primer día de año nuevo. Ella, una mujer todo terreno dispuesta a satisfacer a un humilde estudiante de periodismo, y yo con intenciones de corresponderla haciéndole la mejor de las entrevistas con mi micrófono de carne y hueso. Del sofá pasamos a la ducha, y los besos, con el transcurso de los minutos, acabarían yendo en consonancia con los gemidos que lográbamos exteriorizar entre acto y acto. Esa mujer de nombre aristócrata, a la cual nunca me hubiera esperado encontrarme por la calle por motivos obvios, ha conseguido excitarme a la vez que sigo disfrutando no solo de su presencia e interesantes palabras, sino también de su cuerpo esbelto, desnudo y fibrado.

Las horas fueron transcurriendo y, al consultar el reloj, pude contemplar que el tiempo pasó tan rápido como una exhalación. Ya son más de las cinco de la mañana. Tras una noche de pasión y desenfreno, y después de unos cuantos orgasmos al unísono, ambos nos despedimos con un beso tan afectuoso como apasionado. Nuestra conexión fue tan intensa que, a pesar de no conocernos, cualquiera podría haber pensado que éramos dos amigos, dos amantes ocasionales o incluso una pareja sólida, dada la entrega que compartíamos en todo lo que fuimos haciendo durante los periodos en los que practicamos las artes amatorias.

Al poco de salir de su domicilio, pude contemplar que justo afuera se hallaba el mismo hombre que, inicialmente, tuvo intenciones de ir contra mí. Parece que la mujer con nombre de aristócrata le mandó llevarme con el coche a la puerta de mi humilde piso en Usera. El gesto de ella es para quitarse el sombrero. Lo que puede cambiarle la vida a uno según la circunstancia, que alguien que tuvo intenciones de menospreciarme, entre otras cosas, ahora tuviese la obligación de convertirse en mi chófer… ¡Vaya anécdota divertida y para relatar a mis dos grandes amigos!

Nada más llegar a mi inmueble, unos instantes antes de ponerme a dormir, enciendo la televisión; los presentadores de los informativos se dedican a hablar constantemente de ella, mi amante de Nochevieja, a la cual la presentan como una persona malévola, dura, prepotente y distante debido a su contundencia en las palabras. Pero lo que ellos desconocen es que se trata simplemente de pura fachada. Tras esa imagen dura se encuentra una gran mujer. Debajo de sus prendas, en la intimidad, se halla alguien dispuesta a entregarse a sus convicciones y deseos, también a lo que considere que es lo justo y lo correcto. Ella es una persona vulnerable cuya mayor rebeldía ellos jamás la descubrirán. A pesar de que la mujer con nombre de aristócrata aparenta ser dura tanto por lo que dice como por sus acciones, en ella prevalece la nobleza, una nobleza que tan solo se verá alterada cuando el deseo y la pasión llamen a su puerta.

En definitiva, ahora sí que debo dormir; mañana la universidad me espera. Necesito sacar las tres asignaturas que me quedan para convertirme en aquello que hoy mi querida amante ocasional es: un comunicador de gran relevancia.

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