Tiempo pascual

Este año 2024 es de los años más anómalos que llevo vividos. Por empezar a contar lo que voy observando, en lo climatológico las temperaturas están despegadas de sus patrones isobáricos y no responden a las estaciones que nuestro cuerpo tiene asimiladas. Las respuestas de los seres vivos y quién sabe si también los inanimados las evidenciamos con rebeldías, solo hay que ver cómo nos cuesta adaptarnos a los cambios de horarios. Aún estoy esperando a que llegue ese invierno que me han robado, echo de menos esos días de hibernación, recogida, creativa en casa de manta y lectura cuando las calles te llaman con un sol en todo lo alto invitándote al jolgorio y nuestra respuesta psicosomática es, por ende, anómala.

En lo social, las cigarras se han reproducido en mayor cantidad que las hormigas siendo las cigarras las que consumen y disfrutan lo que no tienen. En lo convivencial -esto algunos se lo achacan al confinamiento-, numerosas unidades familiares han visto más conveniente las rupturas definitivas que los razonamientos y mejoras conciliadoras. Sólo se vive una vez, tengo derecho a ser feliz, me quiero a mí mismo… frases hechas que están cargadas de razón, el problema está en la dosis que nos tomamos, desde mi punto de observación o de vista, nos estamos pasando anómalamente. En el esfuerzo conjuntado, veo que el individualismo prima aún a sabiendas de que es restarnos en el alcance de metas importantes.

Prácticamente estamos en el inicio del año y ya estamos calificando a este 2024 como un año horríbilis y desastroso. No nos faltan razones; los males acechan agazapados, no sabemos en qué momento nos clavarán sus envenenados dardos, como tampoco para cuándo está dispuesta nuestra partida definitiva. Nos levantamos animosos, dispuestos a cumplir objetivos marcados para dar sentido a nuestra vida, últimamente con orejeras para no ver ni oír nuestro derredor mediático que se ha convertido en una permanente plataforma de desastres que arrancan desde las mismísimas entrañas de la política.

Sí, señores, los políticos que tan requetebién pagamos con nuestros impuestos, nos la están dando con queso liándola parda por acostarse con el enemigo, solo porque no le salen los votos necesarios para tener el poder. Así de crudo, así de claro lo reconocen el resto de los habitantes de este país que no están contaminados y sí dotados de salud ética y que están en desacuerdo con esos poseedores de la mentira y la corrupción, en suma, muy alejados de lo que entendemos por un buen Gobierno.

No es un buen Gobierno y lo primero y más importante es que sabe que su gobernanza no es más que un cúmulo de concesiones a cambio de esos imprescindibles votos, más una serie de Decretos Ley para poderlos perpetrar, todos ellos a espaldas del consenso y de los que han de ejecutarlas. Como consecuencia, andamos fritos a impuestos y, lo que es peor, todos queremos ser funcionarios públicos para tener tiempo de holganza, para tener bajas sin que se mermen nuestros ingresos, que nos permitan vivir con una parte fija y otra -si es que tenemos ambición y siempre tendremos a mano- la economía sumergida. Anomalía porque esto es Comunismo y ya estamos viendo cómo funcionan las naciones con Gobiernos comunistas y dictatoriales.

Los mayores queremos tener una buena pensión, pero si la economía no funciona, si nuestros hijos y nietos no generan riqueza autónoma con buenas cotizaciones, aquí no podremos tirar. Se nos está haciendo un tejido laboral estatal demasiado grande y no digamos nada del staff político con sus puestos de libre designación. No veo más solución para corregir este año que asoma horríbilis que encontremos la forma de que los españoles nos podamos expresar de nuevo en las urnas. Envidio a los portugueses que han sabido sacudirse de un socialismo que los estaba hundiendo, ellos sí que saben.

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