Podemos es inocente

Claro que lo es. Inocente, como todos, hasta que se demuestre lo contrario. Es inocente porque en España las culpabilidades no las deciden los gobiernos ni los diputados, sino los tribunales.

Por fortuna, tenemos un Estado que no ha sido diseñado por un régimen comunista, como esos en los que la decisión del líder basta para ir a un campo de concentración o para ser asesinado aun después de rendirse, como le sucedió a Óscar Pérez en Venezuela. Un Estado en el que hay libertad de prensa y la existencia de medios privados no ataca la libertad de expresión, al contrario de lo que aseguraba Iglesias en su época abiertamente chavista.

Tenemos también un Estado garantista en el que hacen falta pruebas para condenar a alguien, al revés de lo que se está haciendo con el Rey Juan Carlos, en un movimiento instigado desde filas podemitas y nacionalistas cuyas sentencias se pueden recurrir a diferentes niveles.

De lo que sí es culpable es de aumentar el extremismo en la política española, de tensionar la sociedad. Es culpable de subirse a lomos del zapaterismo bobo y engolado, adelantándolo por la izquierda, y de crispar la sociedad hasta niveles no vistos ni siquiera en los primeros años de la Transición. Tanto es así que ha procreado también en el PSOE, donde hay podemitas camuflados tan renombrados como Adriana Lastra o Ábalos, que lo mismo se fotografían con Bildu que le llevan las maletas a una ministra bolivariana, siempre con el peculiar estilo ácido y zafio en sus intervenciones de cualquier dirigente morado.

Desde que Podemos anidó en la política española, ahora en compañía de “nazionalistas”  y socialistas, se busca el revisionismo, el enfrentamiento continuo, el señalamiento y la subversión callejera.

La hoja de ruta es bien sencilla: primero, diferenciar; segundo, enfrentar; tercero, separar y, cuarto, reprimir.

Empiezan diferenciando en eso tan simplón como “los de arriba y los de abajo”, la casta y la gente, nosotros y ellos. Eso es política de garrafón, antipolítica. Pensamientos simples para receptores simples. Dejo para otro día lo de la transmutación de denunciantes de la casta a multimillonarios privilegiados.

El paso lógico siguiente es enfrentar. Los de abajo son los oprimidos y deben “asaltar el cielo” en el que habitan los de arriba, exacta y literalmente como sucede en la película “Elisyum”, en la que los pobres viven en la Tierra y los ricos en una estación espacial a la que aspiran a invadir los anteriores. El mensaje de Iglesias de “ya es hora de que el miedo cambie de bando” es exactamente eso: crear el odio necesario para hacer explotar los enfrentamientos e infundir miedo. Y de ahí los escraches a Rosa Díez, Cristina Cifuentes, organizadores de un homenaje a Cervantes en Barcelona o la persecución al Juez Llarena y su familia. Se trata de eso, de crear pánico entre la gente de bien para retorcer el brazo de la Libertad y la Justicia.

El tercer paso es separar, de ahí la alianza con los “nacionalistas”. Aquí han colaborado también el PSOE y el PP por su complicidad e inacción, no necesariamente siempre en ese orden. La voladura del Estado del 78 pasa por exacerbar las diferencias de todo tipo e inventarse otras. Los dos grandes partidos se lo pusieron fácil. Los términos “hecho diferencial”, “lengua propia” o “derechos históricos” tolerados por esos partidos han sido utilizados por Podemos para pedir abiertamente una república plurinacional (también la pide el PSOE en sus estatutos) y reconocer un derecho inventado, como el de la autodeterminación, derecho que ya llegan a pedir hasta para Andalucía en el colmo del absurdo.

Y después de separar, si algún día lo consiguen, vendrá la represión. Imaginen ser un castellanohablante en una Cataluña independiente. O que en un País Vasco también independiente quisieran fundar un partido que pida la reunificación con el resto de España. No vivirían mucho.

Con esta antipolítica se ha polarizado el voto y fomentado la abstención de la gente que huye de opciones asalvajadas. Con el etiquetaje de “veletas” o “chaqueteros” a los partidos de centro, se ha conseguido acomplejar a sus votantes en medio de una sociedad que ignora del todo para qué sirve un partido de centro, que han demostrado muchas veces su utilidad en el resto de Europa. Los que estamos ahí situados sabemos que ese electorado está entre avergonzado, impotente y atemorizado.

Con la alfombra roja puesta por la acción insidiosa de Zapatero y la inacción tancredista de Rajoy, el podemismo ha parasitado con éxito. En algunos lugares, como Galicia, ya se están deshaciendo de ellos, pero también a costa de aumentar el nacionalismo, que es una de sus caras.

Con esa nada brillante hoja de servicios de Podemos, lo de menos es si en la causa abierta por el juez Escalonilla serán declarados culpables o inocentes. Sinceramente, daría igual. El daño ya está hecho.

Eso es una anécdota en medio del perjuicio mayúsculo que el podemismo, en sentido extenso, está haciendo a España y a los españoles. Una España que haría mejor en huir de extremos y volver a la sensatez del centro, lejos de la barbarie y la confrontación y cerca de la colaboración y el apoyo mutuo, tan necesarios para los retos que tenemos por delante.

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