Un rincón en la costa

Hace unos años, trabajé un tiempo en una ciudad costera. Yo estaba deseando salir de mi ciudad para conocer otros sitios así que aproveché la oportunidad y me mudé junto a unos amigos. Encontramos una casa que estaba bastante cerca de la playa y el alquiler de esta, era asumible entre varias personas. Yo no tenía experiencia como camarera, pero sí muchas ganas de aprender y necesitaba dinerito así que… nada más vi un anuncio, allí me presenté.

Era un bar pequeñito, de madera y con un ventanal grande con una poyata también de madera que hacía de segunda barra, estaba en pleno centro de la ciudad algo que hacía que tuviera buena visibilidad y en la que se podía ver a gente pasar por las dos calles. El dueño era un hombre bajito, de espalda ancha, nariz chata y cejas picudas al más puro estilo ZP y muy sonriente. Nada más verme, se le vio en seguida por el brillito en sus ojos que mi aspecto le agradaba, pero como hostelero inteligente me dijo que tenía que hacer una prueba.

Yo no tenía prácticamente ni idea de cómo funcionaba un bar, solo las clases aceleradas que me había dado un amigo de la manera en la que se ponían las cervezas y los cafés, practicas realizadas en el bar de un conocido. Cuando fui a poner unas cañas, en cada una me quedó la espuma a una altura diferente, una situación que me provocó que me pusiera tan roja como un tomate. En ese mismo instante, el hombre soltó una carcajada para posteriormente decirme la siguiente frase:

– Tú estás más verde que esa guindilla, pero te voy a dar la oportunidad, vente mañana a las 11. – Me marché avergonzada y contenta.

Al día siguiente, estuve tan callada como atenta para aprender rápido el qué hacer. Con ese señor chiquitillo fue donde cogí la soltura y la experiencia necesarias. Me enseñó a poner muchas cañas a la vez y a ser rápida, con él en la práctica abrí tantas botellas que me tuve que poner muñequeras.

Hace un tiempo, tenía un compañero que era todo lo contrario, un gigantón que iba muy tranquilo y seguro por la barra. Al principio yo le ponía muy nervioso porque él era de naturaleza sosegada. Efectivo pero pausado y yo como era una persona inquieta que estaba de un lugar al otro… ¡vaya cóctel! aunque con el tiempo, nos fuimos sincronizando como el ying y el yang.

Bajando una pequeña escalera estaba la cocina. En ese mismo lugar, hacía las tapas una chica africana de amplia sonrisa con la que enseguida hice buenas migas. Rodolfo, mi jefe, bajaba antes con unos buenos bocatas de chorizo o de jamón acompañada de una botella de vino, al cual el hombre era muy aficionado. En uno de esos momentos soltó una de sus frases.

– Esta barriga hay que cuidarla- decía dándose palmadas– no te creas que esto lo he conseguido en 2 días.

Como yo en ese mismo momento era una tirillas que solo comía verduritas y pescado, Rodolfo cayó en la cuenta de que apenas 'tocaba los platos', ya que todos los días nos daba de comer allí. Al día siguiente, se plantó allí con lechugas, tomates y unos peces que él mismo había pescado rodeados de una carne blanca y blandita la cual desconozco su nombre. Tras ese momento, Rodolfo me llego a tener en palmitas trayéndome cosas que sabía que me gustaban.

Los días que había fiestas en el centro de la ciudad y teníamos que trabajar más horas, el bueno de Rodolfo se bebía unos cubatas y nos dejaba que bebieramos nosotros también para entrar en la onda. Ponía un CD que solo tenía 2 canciones aparte de la de “ Girls just want to have fun” grabada 8 veces de seguido. Ese tema le volvía loco y yo como es obvio estuve años sin poder escucharla después de semejante indigestión.

Pasaron los meses de verano y con ellos la temporada alta, la que trajo el fin de mi contrato en este bar al que tanto afecto cogí. Nos despedimos con cariño por todo lo pasado en este lugar. Me sirvió para ir preparada para las batallas que se me dieran en otros lugares. Ahora que la hostelería está en horas bajas, me he acordado mucho del pequeño bar de Rodolfo, sin terraza, de poco aforo y sin turismo, no sé si habrá sido capaz de resistir, espero que sí.

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